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Dedos para el piano



Artículo correspondiente al número 327 (6 al 19 de julio de 2012)revista capital
En agosto Roberto Bravo debutará por primera vez ante el empresariado nacional. No será un concierto común y corriente. Invitado por la Sofofa, el pianista, además de interpretar algunas obras, contará su historia, sus frustraciones y sus logros. Será su estreno en sociedad como charlista y “emprendedor de la música”. Aquí adelanta parte de ese speech. Por Catalina Allendes E.; Fotos, Verónica Ortíz.


Roberto Bravo, el célebre pianista nacional, hace años que habla ruso, francés, inglés y algo de italiano, en ese orden.Pero cuando estaba en el colegio vivían echándolo de clases de francés por payaso.

Él mismo es quien se ríe acordándose de la anécdota al traer a la memoria su paso por el Instituto Secundario de Bellas Artes en donde las matemáticas, igual que la disciplina, no se le daban con facilidad. Confiesa que en esos años era un joven talentoso pero rebelde. “Ignorante, provinciano y ñuñoíno”, como lo criticaba su maestro alemán Rudolf Lehmann, que vivía regañándolo porque estudiaba poco.

“Un niño de 14 años que jugaba fútbol, andaba en bicicleta y perseguía a las niñas del Liceo 1. Ese era yo”, cuenta el pianista desde su casa a los pies de la cordillera de los Andes recién nevada.

Parte de esa historia es la que recordará ante un selecto grupo de 1.500 empresarios de la Sofofa el 2 de agosto próximo.

Bravo aclara que está en una nueva etapa. Este año se cumplen cinco décadas desde que debutó a los 18 en el Teatro Municipal de Santiago y, tras deambular casi 40 años por el hemisferio norte haciéndose de un nombre en la historia de la música contemporánea, lleva ya casi tres años asentado en Chile. País que hoy, definitivamente, le roba la agenda.

- ¿Cómo han sido estos tres años en Chile?
- Muy intensos. Estás más presente en el día a día para ayudar a gente y a causas necesarias. Tengo peticiones de todo tipo. Desde un concierto privado hasta adherir a los estudiantes.

Fue su único hijo –Roberto tercero, padre de Roberto cuarto– el que lo convenció de embarcarse en una nueva aventura: comenzar a hablar junto a su piano. Contar desde la música su historia, su trayectoria, los éxitos y fracasos. Claro que esta vez ante los
“La carrera de músico siempre es solitaria. Hay que pagar precios muy altos por el éxito. El maestro Claudio Arrau me dijo la carrera y el deber con tu talento van primero. Y así me he movido durante toda mi vida”.
empresarios. Al pianista le hizo sentido: hacía rato que se había propuesto dejar de ser un músico con cara de concierto todo el día, como lo acusaba su mujer, la pianista rusa Victoria Foust.

“Antes de conocer a Victoria no hablaba en los conciertos. Ahora sí. Supongo que en la vida hay momentos en que aparecen personas que, aparte de enseñarte a comer más sano y a hacer ejercicio, te hacen ser más espontáneo. Cuando uno conversa, la gente entiende que uno es una persona igual a todas”, sentencia Bravo.

Hace rato también que Bravo dejó de salir al escenario para buscar aplausos. “Lo mío es un sentimiento amoroso interno que necesita expresarse, que a veces sale a chorros a través de Bach o de la música latinoamericana”, dice para que entendamos en qué dimensión se mueve hoy este Premio Nacional de la Paz que, fiel a lo dicho, se lanza a tocarnos, en medio de la entrevista, El unicornio azul, de Silvio Rodríguez.


Exigencia Rusa
- ¿Cuál es su motivación de comenzar a hacer charlas ante públicos ajenos a aquel en que se ha movido toda su vida?
-Uno tiene el deber de pasar la tradición en lo musical y en lo humano. Lo hago. Lo he estado haciendo en las universidades, en mis talleres de poesía y música... pero en la vida siempre hay que buscar vías nuevas de expresión para conectarse con otros seres humanos. De alguna forma me permite agradecer por tantas cosas que he recibido y sigo recibiendo de la vida misma. 


Artista como es, Roberto Bravo no tiene una pauta exacta para su debut empresarial. No la ha tenido nunca, ni con los estudiantes. Sabe que su vida es una buena historia de liderazgo, perseverancia, disciplina, de saber pararse después de las caídas. Con eso, cree que tiene suficiente material para entusiasmar.

Sabe también que lo que ha vivido es aplicable no sólo al mundo del piano, sino también a los trabajadores, a la empresa, a los ejecutivos y hasta al presidente de un directorio. “Cuando llegué a Rusia, a los 22 años, al Conservatorio de Tchaikovsky de Moscú, el rector me dijo mire señor Bravo, usted tiene un lugar en este conservatorio y hay 500 personas que quieren el puesto. Esperamos de usted un rendimiento óptimo, este es el mejor conservatorio del mundo. Si progresa y estudia, se queda, si no, se va de vuelta a Chile. No queremos turistas en Moscú. De un paraguazo. Ni una diplomacia. Era el primer chileno en llegar allá, pero no hubo ningún saludo por eso”, relata tratando de plasmar el pánico que le causó ese aterrizaje y cómo fue su formación. “Cuando empecé las clases, la profesora no me trató bien. Estaba un poco desnivelado. Con lágrimas en los ojos me propuse que le iba a demostrar a esa vieja de mierda que podía salir adelante. Me saqué un 5+ en el examen. Sabía que 5 era la nota máxima, pero no sabía qué era el +. Cuando pregunté me dijeron que eso era el despiporre. Aprendí a nivelarme, a costa de mucho trabajo”, relata.

“Fue duro, pero dos grandes pianistas me convencieron de irme a Rusia. Me dijeron que los latinoamericanos tenemos mucho talento, pero necesitábamos disciplina. Allá te quiebras o sales adelante. Había sido muy mimado en Chile y en Polonia, con muchos conciertos y mucho éxito, pero al llegar a Moscú me di cuenta de que habían 20 como yo y 40 mejores. Allá la frase del día era dime lo que tocas y te diré quien eres”.

- ¿Pensó en renunciar?
- La experiencia fue dura, pero muy enriquecedora y ordenadora. Todo el mundo se estaba preparando para un concurso. Las chicas no tenían tiempo para salir a tomar un café contigo. Decían tengo que estudiar. Es la tradición rusa de la gran escuela del piano y el violín. Estar en el Tchaikovsky fue un privilegio.

- ¿Estos temas serán parte de sus charlas?
-Haré un racconto de mi vida. El piano será mi apoyo. En algún minuto voy a hablar y en otro tocaré. No tengo problema en reconocer los dolores que viví para tener éxito.

- ¿Y son muchos esos dolores?
- La carrera de músico siempre es solitaria. Hubo momentos más pesados que otros. Hay que pagar precios muy altos por el éxito. Una vez hablé con el maestro Claudio Arrau acerca del tremendo complejo de culpa que cargaba por dejar tanto tiempo solo a Roberto chico, cuando andaba de gira, y él me dijo la carrera y el deber con tu talento van primero. Y así me he movido durante toda mi vida. 

- ¿Su hijo lo entendió así?
- Ahora lo entiende mejor. Su mamá también tenía una carrera y en un momento tuvimos que internarlo en un colegio inglés. Para Eva (su ex mujer) era una cosa normal, ella estuvo interna en Moscú, pero para mí fue una decisión muy complicada.

Tengo recuerdos muy dolorosos de esa época. Me veo en un sillón llorando a mares al regresar a casa con la maleta cargada de honores, pero sin haber alcanzado a ver a mi hijo que ya había partido al internado. Ese dolor, al final, tiene que ver con cómo llegas a hacer una carrera internacional. Uno vive con mucha nostalgia por el país, sobre todo cuando estás en climas tan inhóspitos como Inglaterra. Echas de menos el sol y la montaña. Pero te debes al talento que la naturaleza te entrega. Al deber de desarrollarlo y hacerte responsable. De entregarlo a toda la gente. Por eso es que yo soy un músico transversal.


Al lado de la gente
- ¿Haberse convertido en un músico transversal, como lo llama usted, fue un propósito entonces?
- Me lo propuse desde niño.

- ¿Por qué?
- Por una sensibilidad social que heredé de mi padre. Lo natural habría sido quedarse en la élite como la mayoría de los músicos clásicos. He hecho exactamente lo contrario y fui muy criticado por eso en su momento.

- ¿Quiénes lo criticaron? 
- El mundo conservador musical. Fui uno de los primeros, quizá el primero, que tocaron música popular de Violeta Parra y de Víctor Jara. Hice muchos conciertos en poblaciones marginales, en iglesias. En 1979 fui invitado a tocar con la Sinfónica en el Teatro Municipal. Estaba tan asustado que quería que me atropellaran en Mac Iver antes de llegar. Era mi primer concierto, después de seis años de castigo. Pero había hecho una promesa, el día en que pudiera tocar en Chile, le haría un homenaje a Víctor Jara con una canción que había arreglado en Londres, Plegaria de un labrador. La toqué en el bis, y quedó la grande. Se comentó que me iban a echar del país. Pero me llamó un amigo muy querido para decirme que había conseguido que no lo hicieran, que había prevalecido la estatura artística.

Eran años duros. Todo eso me trajo una gran cercanía con la gente y entendí que la labor de un músico es también producir catarsis, alivio y sanación. Acepté tranquilamente esa misión. Y la entendí mejor aún el día en que fui a la tumba de la Gabriela Mistral. Ahí está escrito “lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el hombre hace por su pueblo”. Esa visita, en 1981, marcó un antes y un después en mi relación con Chile. Empecé poco a poco a entender que mi labor, que mi sentido de misión estaba aquí. En tocar y en llevar un poco de alegría a lugares apartados. 

- ¿Esa es la razón que lo lleva a radicarse finalmente en Chile?
- Sí, aunque recién se concreta hace tres años con la llegada de Victoria a Chile. La vida te va mostrando dónde eres más necesario, dónde haces falta y dónde puedes apoyar más a la cultura. 


Mejor que ayer
- ¿Pese a los dolores que cuenta, volvería a repetir su historia de esfuerzo y trabajo en Europa?
- Según mi maestro Rudolf Lehmann debí haber tocado más Bach. Yo digo que quizá no debí irme a Europa sin haber tocado suficiente Bach, pero con los años he ido mejorando. 

- ¿Por qué siente la necesidad de contar su historia? 
“Lo natural habría sido quedarse en la élite como la mayoría de los músicos clásicos. He hecho exactamente lo contrario y fui muy criticado por eso en su momento”.

- La música es una gran sanadora pero también la conversación y la aceptación. Siento el deber de compartir mis propias debilidades y tratar de enseñar a través de la experiencia. Ser exitoso no tiene que quedarse en el marco personal o familiar. Hay que compartir y ayudar a los que tienen menos. A veces materialmente, a veces con una palabra, con un gesto, con una carta, si hace falta. Cuando un obrero me dice cuide sus manos que son muy importantes, yo le digo de vuelta: las tuyas son igual de importantes, no hay diferencia, los dos tenemos que trabajar igual.
Mi vida se rige por dos principios muy simples: cómo hago hoy para estudiar más que ayer y que el concierto que tengo el sábado sea mejor que el de la semana pasada. Estoy obligado a eso. Vivo en una constante auto exigencia.

- ¿Cómo se enfrenta a esa autoexigencia?
- Para los artistas es normal. Siempre le digo a los jóvenes que en esta profesión no se termina nunca de aprender. Pero es un hecho que la soportan sólo los más fuertes, los que han sabido resolver sus miedos.
Tengo la enseñanza de un maestro como Claudio Arrau, que siempre predicó con la excelencia y la humildad, que van de la mano. Nunca dejó de buscar una mejor interpretación, una entrega más profunda. Una mejor comprensión del texto musical.


El comienzo
Roberto Bravo no recuerda cuándo empezó a tocar piano. Su madre dice que a los tres años. Pero sus primeros recuerdos son a los cuatro, cuando ganó un concurso en radio Minería, con Raúl Matas. “Ahí me gané mis primeros cien pesos. Tengo fotos”, relata. Son esos episodios los que lo animan a hablar de la importancia que tuvo su madre Ana González (hoy de 84 años) en su vida. Dueña de casa y pianista, ella fue quien le enseñó el amor por la música, la que lo llevaba a los conciertos y le espantó a las pololas.

-¿Por qué cree que logró llegar arriba? ¿Qué hizo la diferencia para que pudiera triunfar en el mundo de la música? 
- Las manos amigas. Las personas que aparecen en el camino. Siempre le digo a quienes me preguntan cómo sigo si no tengo los medios, que si hay vocación y deseo aparecen las personas que te dan una mano. 
En mi caso, entre otros, fue Gabriel Valdés, que como canciller de Eduardo Frei Montalva, dijo una frase inolvidable: en vez de decir Roberto tiene un gran talento pianístico, dijo Roberto es una buena inversión para Chile. El ministerio de Relaciones Exteriores me dio un cargo diplomático en Londres que me permitió financiar varios concursos. 
En esa época hice doce concursos internacionales y perdí la mitad. Si quedaba eliminado en uno, me iba a otro a seguir en competencia. Nunca me dejé abatir.

- ¿Hubo otras manos amigas?
Mi maestro alemán, Rudolph Lehmann, fue un gran apoyo económico. Y la figura de Claudio Arrau, por supuesto. Lehmann fue quien me llevó a su casa en Nueva York, cuando tenía 16 años. Fue mi primer viaje al extranjero. Tuve ocho clases en su casa. Me dijo que tenía la posibilidad de hacer una carrera, pero me habló de las dificultades que tendría, de las renuncias y de la soledad del músico.


Las orquestas de Codelco
Desde hace ocho meses Roberto Bravo está entusiasmadísimo con un proyecto que lo tiene de cabeza: las orquestas juveniles de Calama.

Contratado por Codelco, está potenciando a los niños del norte de Chile a que integren estas orquestas. Ya ha tocado en lugares como en la Iglesia de Toconao, en San Pedro de Atacama, en Chacalluta. Tenemos tres niveles y 200 niños con los que ya hicimos las primeras semanas musicales y estamos preparando las del 2013. “Hace poco tuvimos la visita de un músico belga que gatilló que tres alumnos viajen ahora a tocar al Festival Musical de Bruselas. Una cosa maravillosa”, cuenta.

- ¿Cree que hay pocas iniciativas privadas que ayuden al fomento musical?
-Ahora hay más conciencia. Siempre hay más talentos, pero siempre falta. En todo caso, entiendo que las leyes se van mejorando.

-Hablar ante los empresarios, ¿tiene también la motivación de entusiasmarlos para atraer más recursos a la cultura?
- Me encantaría que se acercara un empresario y me dijera, Roberto cuenta conmigo si se trata de ayudar a un joven a desarrollarse. Eso esperaría de la charla.

Pero siempre hay gente que está haciendo cosas. Hace unos días hice un concierto privado, en la casa de una empresaria, para reunir recursos para los chicos que van a Bélgica. En una noche reunimos 4.000 euros. Eso se da mucho en Estados Unidos y poco en Chile.

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