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Carreteras del olvido



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 23 de julio de 2012

El éxodo de santiaguinos 
en los fines de semana largos
deja siempre 
una sensación de absurdidad.

¿Cómo es que tanta gente
insiste en una misma conducta?

Son cientos de miles 
los que salen en masa
apenas se da la oportunidad
y vuelven en masa
en forma simultánea.

Entrevistados en los tacos
a través de la ventanilla del auto,
los conductores se quejan
invariablemente de su destino.

Nunca dicen: 

"Salí por mi voluntad
y en conocimiento 
de los costos de la decisión.

Traté de almorzar 
en cada uno de los restaurantes
de la línea costera
entre Reñaca y Valparaíso,
pero estaban todos llenos.

Considerando que se trataba
de una situación previsible,
al igual que el taco
en el que me encuentro
atrapado en este instante
-producto de uno de los
tantos accidentes
que se proyectan
por estas fechas-,
no tengo elementos
para generar reclamos
de ningún tipo".

Hace ya unos cuantos años
que el concepto de masa
-esa expresión tan atesorada
por la especulación sociológica
de los años treinta-
se ha instaurado entre nosotros
con un espeso aliento de realidad.

Antes era en verdad 
apenas un vocablo teórico 
que se actualizaba
sólo en ocasiones:
en el estadio o en alguna
concentración política aislada.

En los tiempos de Pinochet
la masa se manifestaba muy poco,
pero cuando lo hacía
era en calidad de desborde.

Una noche de invierno del 81
las multitudes se tomaron la Alameda
y el centro a causa de la clasificación
del equipo chileno al Mundial de fútbol.

Un par de años después
se repitió la cueca
en las inmediaciones 
del cerro Santa Lucía:
parecía una revolución,
pero solamente se trataba
de que la Pepsi-Cola
estaba repartiendo bebidas gratis.

El último fin de semana largo
hice lo que todos:
partir en familia a la playa
buscando no sé qué.

Anduvimos por muchos lugares 
atestados de turistas y terminamos
llegando hambreados a Quintay.

A pesar de las dificultades
de un camino sinuoso, escarpado,
la masa estaba ahí.

El restaurante más copetudo del lugar
había agotado todas sus provisiones.
Los otros estaban repletos.

En el único donde pudimos 
pelotear una mesa
se demoraron tanto en atender
que al final tuvimos la oportunidad
de apreciar el atardecer
en esa profunda y vaporosa bahía.

La vuelta fue larga,
distinta en términos atmosféricos.

Una nube pesada y oscura
se venía desplazando desde el norte
"a pasos agigantados".
Se puso heladísimo.

Con la oscuridad 
el nítido paisaje 
primitivo de la zona
se convirtió gradualmente
en volúmenes boscosos
casi indistinguibles.

Lo demás: carretera,
carretera del olvido
y de la sustracción mental,
túnel-gusano del regreso
cruzado de flechas luminosas
y de fosforescencias.

Todo viaje 
-por decirlo enfáticamente-
genera un extraño fenómeno:
cuando uno ya ha vuelto
y se echa para descansar,
en la proximidad del sueño
verá cómo la dinámica
del desplazamiento
recién experimentado
en la pantalla de su conciencia:
nuevamente 
verá consumirse el camino 
y pasar a los costados de las casas,
los arbustos, las depresiones del terreno, 
los lejanos potreros con vacas,
la figura ocasional de un hombre que saluda,
los furiosos acantilados, las acequias,
los álamos, los carteles.

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