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Binominal en cámara lenta por Fernando Villegas



Publicado en Reportajes de La Tercera, sábado 7 de julio del 2012.


No se engañen. No nos engañemos. No engañen a nadie. Si llega a haber un sistema distinto, sin duda será otro mecanismo de filtros con distinto nombre. ¿Más democrático? ¿Más amplio? Ya veremos.

Tal vez para entender porqué a los Honorables no les corre apuro ninguno por votar algún día una ley que reemplace el sistema binominal no sean necesarios los servicios de un gran filósofo de la historia, o, en subsidio, de alguno de los muchos “politólogos” que hacen nata en la ciudad, esos fulanos de anteojos cabalgando en la punta de la nariz y echados en sillones de amplio respaldo, tan dados a iluminar con su sapiencia a las masas. En verdad a los congresales no les corrió apuro  ni siquiera para aprobar una variante algo trucha - la llamada “ley 120”- tan cercana al esquema original perpetrado por Jaime Guzmán que bien pudiera considerársela como su hijo putativo. No les corría apuro aunque así lo pareciera cuando Cristina Girardi y Rodrigo González, quienes llegaron un par de minutos atrasados a la votación, lo hicieran a la carrera, desconsolados por haber llegado demasiado tarde aunque tal vez estaban aterrados de casi haber alcanzado a llegar. Otros honorables de la Concertación también se las arreglaron para no estar en el momento y lugar de la votación, quizás debido, como decía Oscar Wilde, “a una invitación posterior”. Los que sí estaban y votaron diligentemente por la llamada ley 120, que eliminaba el tope de parlamentarios y por esa vía, aumentando el lote de los beneficiarios, podían crearse situaciones donde hubieran más de dos casilleros por llenar en 1/4 de las circunscripciones, lo hicieron con la conciencia tranquila de saber que bastaba la abierta oposición de la UDI en pleno para torpedear ese tímido y muy discreto proyecto. Todo, entonces, quedó como siempre se quiso, en suspenso hasta la próxima ocasión. 

SOBERANIA POPULAR
La opinión que prevalece acerca de las razones para que la idea de reemplazar el binominal no supere nunca, como sucedió ahora, el insubstancial nivel de existencia propio de los fantasmas y /o de los temas de conversaciones de sobremesa, discursos, anuncios y borradores de iniciativas, es que a los políticos simplemente no les gusta; ya manejan a la perfección un sistema que reparte fraternalmente los cupos y ellos, como todo el mundo, prefieren lo previsible. ¿Qué es eso de asociar innecesariamente una cuota de incertidumbre al actual y tranquilo reparto de pegas por valor de 8 palos al mes para arriba, más bonos y viajes? ¿Qué es eso de ponerle dificultades a las reelecciones de los caciques? ¿Cuál es el mérito de esa cacareada soberanía popular que pretende obstaculizar las elecciones ganadas con paquetes de tallarines suministrados a la adorada chusma? Costó mucho erigir las clientelas y hay irresponsables que pretenden demolerlas. Habráse visto.

Dicho disgusto por cambiar nada está basado en un fundamento sólido como roca: el egoísmo y conveniencia personal y también grupal. Sépase que los partidos políticos, coaliciones, sectas y camarillas de cualquier laya operan bajo el predominio del mismo sentimiento de “todo para mí y ojalá nada para los demás”. Las alocuciones acerca de la soberanía del pueblo, la democracia y todo lo demás son lo que el escéptico sociólogo décimo-nónico Wilfredo Pareto llamaba “las derivaciones”. Era, en su jerga, el equivalente a lo que hoy consideramos mera palabrería, ociosa elaboración verbal e ideológica, pretenciosas y elevadas razones dadas con aire solemne, en fin, los notorios pretextos y las falsas creencias; lo real, lo permanente, el resorte verdadero de la acción son, decía Pareto, los “residuos”. Es de ese modo como bautizó a las constantes de la acción humana, entre las que ciertamente NO se cuentan la solidaridad, la caridad y el afán de justicia. 

Pero si bien todo eso es cierto, podría también argüirse que bajo esa capa pastelera de egoísmos al por menor y al por mayor, de cálculos de baja estofa y mezquindad a granel, operó en ese caso y opera siempre también una profunda razón, una que de modos directos o indirectos, generalmente solapados o disfrazados, maquillados y adornados, empuja a los actores a dichas conductas por la acción de una fuerza ciega, imperiosa y de profunda necesidad. Hablamos de la necesidad de hacer posible el gobernar. En efecto, por horrible que sea vocearlo en tiempos como los actuales, cuando los “movimientos sociales” tienen la vara alta, si la “soberanía popular”, razón de ser y desiderátum de la democracia, funcionara a pleno régimen, no habría gobierno posible. 

LA REALIDAD
La realidad es esta: no hay democracia liberal, régimen socialista o comunista, monarquía o imperio, dictadura militar, jefatura tribal o liderazgo de una banda de malhechores que pudiera tomar decisiones si efectivamente TODOS los  intereses y puntos de vista fueran IGUALMENTE considerados. Cuando por cualesquiera accidentes históricos alguno de esos regímenes se ha acercado a eso, o, al menos, ampliado su base política aproximándose al límite teórico donde toda voz e interés hacer valer su voz, entonces indefectiblemente hemos tenido caos, anarquía, parálisis, montoneras, demagogia, populismo o cualquiera de las variantes de desorganización política que la gente rechaza. 

Los hechos son claros; para evitar ese cuadro, todos los sistemas políticos ponen obstáculos y filtros a la voluntad popular; siempre se la menciona con respeto, pero en la práctica, como “soberanía, se la encadena o limita. 

Sólo uno de esos filtros es reconocido abiertamente: es el de que la mayoría -de votos o de opinión-  ha de imponerse a la minoría. Pero este es sólo uno, el declarable al aire libre; nada o poco se dice sobre cómo se ha limitado el rango de opciones posibles, los mecanismos de elección, los marcos de aquella, las opciones a la mano, las capacidades ciudadanas. Observen las estructuras electorales de cualquier democracia presente y descubrirán innumerables filtros operando para acotar sustancialmente el rango de elecciones posibles, y, por lo mismo y en la misma proporción, poniéndole  un corralito a la “soberanía popular”. 

PROPORCIONALIDAD
¿Cree alguien que existe una cabeza política responsable que sinceramente aspire a un régimen proporcional, el más cercano al ideal de la soberanía popular? Sólo lo hacen los que están fuera. ¿No se dice ya, algunos sotto voce, que eso conduce a la parálisis, a darle a grupos microscópicos una colosal manija sobre todo el sistema, como se ha visto con grave daño en Italia e Israel? ¿No es ya evidente que la política democrática in extremis, como la propiciada por los llamados movimientos sociales, sólo auguran desquiciamiento institucional y luego alguna clase de régimen que condujera sólo a otra laya de restricción de la voluntad ciudadana? 

Es fácil apelar a la soberanía popular cuando ella, en su actual forma, no nos ha favorecido. Una vez que se logra acceder al sistema, las cosas se ven de otro modo. Lo primero que hicieron los bolcheviques victoriosos fue acabar con los soviets, útiles cuando se trataba de llegar al poder, pero molestos cuando ya lo tenían.

No se engañen. No nos engañemos, No engañen a nadie. Si llega a haber un sistema distinto al binominal, sin duda será otro sistema de filtros con distinto nombre. ¿Más democrático? ¿Más amplio? Ya lo veremos.

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