No es posible sentarse a escribir
cuando es tan conmovedora
la fragilidad que acompaña al dolor
o cuando las pasiones humanas desatadas
se desencadenan en todo su horror.
Sólo queda orar y llorar
y escuchar en silencio
el sermón de las bienaventuranzas
para recuperar las perdidas esperanzas
inundando nuevamente la totalidad del espacio
con ese sagrado corazón traspasado de amor...
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