[De nuestros archivos...]
La ciencia mal hecha
no es ni «media ciencia»,
ni «un cuarto de ciencia».
Simplemente no es ciencia;
no sirve absolutamente para nada.
Si se quiere hacer honradamente ciencia
debe dedicársele la mayor parte del tiempo.
Debe ser una parte absolutamente central
de la vida de la persona que se consagra a ella.
No puede ser un «hobby»,
no puede reducirse a ser algo
que se aborda después
de interminables reuniones de otro tipo,
porque entonces se convierte
en algo falso, en un remedo.
Creo, por lo demás, que
aunque esto me hace aventurarme
en aguas menos familiares
que ésta y las reflexiones que siguen
son aplicables en gran medida
a la actividad humana en general.
Creo en la necesidad
de poner una y otra vez
el énfasis en esto: si alguien
va a dedicarse a ser un científico
su tarea principal como hombre
comprometido con su país,
es hacer bien la ciencia,
con profundidad,
con dedicación plena de su energía.
Creo que si sólo tuviéramos
suficientemente claro esto,
sería ya un gran paso adelante.
Porque esto es más importante
que formular grandes proyectos
sobre el desarrollo científico,
hablar sobre cifras de presupuesto,
organizar sesudas reuniones
sobre qué áreas de la ciencia
hay que desarrollar
con preferencia sobre otras, etc.
Quiero decir, en relación con esto,
que no considero esta posición
como elitista o reaccionaria.
Todo lo contrario.
Hay ideas y principios
que uno no transa,
uno está dispuesto
a dar la vida por ellos
en el momento indicado,
en el momento
en que sea necesario.
Pero seas ideas, esos principios,
ese convencimiento profundo,
no son cosas que se puedan
echar al trajín diario.
Están allí; no se habla de ellas,
sino que se actúa conforme a ellas,
todos los días, y esta actuación cotidiana
no puede convertirse en el despilfarro
de nuestras vidas, el malgaste absoluto
en forma continua de lo mejor que tenemos. (…)
Hay otro asunto que me interesa abordar,
más técnico si se quiere, aunque en la
misma línea central de lo anterior.
La ciencia no la hacen las instituciones,
no la hacen los institutos, ni los organismos,
ni las comisiones, ni las Universidades.
La ciencia la hacen los científicos.
Esta es otra verdad de Perogrullo.
Ahora bien, si esto es así,
de allí sigue de inmediato una tarea,
una actividad esencial
para el desarrollo y el crecimiento
de la ciencia en cualquier país,
más aún en uno como el nuestro.
Cada científico competente,
con conocimiento de su oficio,
debiera convertirse en un «caza-talentos».
Es importante, muy importante,
buscar gente bien dotada,
gente con interés,
gente con la llama de la ciencia
ardiéndole dentro.
Detectarla,
arrancarla de dónde esté
y enviarla a estudiar
a los mejores lugares posibles,
si es que existen ya esos lugares en Chile,
o si es que no existen, enviarla
sin ninguna vacilación al extranjero.
Es solamente así que podrá haber en el futuro
una ciencia chilena de relieve en el mundo.
No hay que tener miedo a que vayamos
a perder esa gente; no hay que atarla
al país con lazos tontos, con cadenas.
El mejor modo de mantener en ellos
vivo el amor por su Patria
a lo largo de los años
el que su país sea siempre
una fuente de estímulo,
una fuente de reconocimiento y de aliento. (…)
Uno lee que fue la política de algunos Gobiernos
en el pasado el dar a modo de estímulo
puestos de cónsules a los escritores.
Neruda mismo fue beneficiario
de una medida como ésa.
Quizá si una política del mismo tipo,
con la misma filosofía,
aunque más coherente, más activa,
con más rigor, debiera seguirse
con respecto a la ciencia.
Sin miedo de que nuestra gente vaya a perderse.
Siempre recuperaremos a la mayoría,
porque el amor por Chile, la intención,
el deseo de colaborar con el país
se mantendrán vivos para la mayoría...
Claudio Bunster (n. Teitelboim)
ARAUCARIA de Chile
Número 5, 1979
Ediciones Michay (Madrid)
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