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Paz Errázuriz, fotógrafa


"Al elegir la fotografía elegí la soledad"
Diario El Mercurio, Revista Ya, 
martes 15 de mayo de 2012

La fotografía da una curiosa posibilidad de acercarte a tus obsesiones. Te acercas al ser fotografiado y él a ti de una manera no posible de otra manera: funciona como una pantalla, como un espejo. Tú ves y a ti te ven. Tiene el poder de detener el tiempo, de meterse en la memoria. Ese es el gran poder de la fotografía, su fuerza. Un poder que me fascina y me perturba...
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Empezó cerca de los 40. Y en unos decenios y gracias a un trabajo incansable, se convirtió en una de las fotógrafas más célebres de Chile. Guardiana de su privacidad, aquí rompe su cerco íntimo y habla de sus dos hijos, de sus nietas Amalia y Elena, de su parto sin dolor, de sus tiempos como niñera en Londres y de su sinuoso camino hasta convertirse en referente nacional. Mientras, en Bellavista, revisita con su última exposición, su mirada sobre el mundo del boxeo.  
 

Por María Cristina Jurado. Fotografías: Sergio López 

-Una dueña de casa jamás será fotógrafa.

Las palabras de Bob Borowicz aún resuenan en los oídos de Paz Errázuriz. A principios de los años 70, Borowicz era una de las estrellas del oficio en Chile; ella, una profesora de 35 años que alguna vez había intentado, infructuosamente, ser pintora. Su padre, Fernando Errázuriz Lastarria, no la había dejado estudiar Licenciatura en Arte. Le había tocado nacer en tiempos así.

-Una dueña de casa jamás será fotógrafa. Esas palabras me dejaron helada y me dieron vuelta en la cabeza mucho tiempo, llegué a dudar de esta nueva pasión que crecía en mí. Era puro machismo. Reflejaba la época en que vivíamos, porque para poder realizarnos en ese Chile, algunas mujeres tuvimos que pasar por muchas rupturas. Algunas fueron muy traumáticas.
A los 71 -los cumplió un día después de Año Nuevo-, de pocas palabras, concentrada y de carácter firme, Paz Errázuriz Korner, contrariando a Bob Borowicz, es hoy una de las fotógrafas más respetadas y célebres de Chile. No sólo tiene coleccionistas que golpean continuamente a su puerta -en Suiza, España, Estados Unidos, Francia, Alemania y aquí-, también es maestra de jóvenes en la Universidad Mayor y en su propia casa. Sus exposiciones llevan 31 años paseándose desde París a Marruecos y desde Zagreb a Venecia y dan vuelta por Melbourne, Berlín, La Habana, Zurich. Ya perdió la cuenta de cuántas y dónde: la fama y el dinero no le interesan. Lo que sí defiende a brazo partido es su hacer: "Hacer y hacerlo bien es mi único propósito", dice, mientras revuelve su enorme tazón de té. Sus 30 y más años de maestría parecen no existir cuando habla:
-A mí la celebridad me es ajena. Estoy demasiado preocupada de crear. La velocidad de la fotografía actual a mí me costó porque siempre me encantó esa cosa pensada, pausada, que permite lo análogo. Ese atesorar del tiempo, ese decantar. Pasé mucho tiempo asustada frente a la fotografía digital, la ceremonia del cuarto oscuro yo no la perdonaba. Para mí dejar ese mundo fue un duelo, en mi cuarto oscuro me reencontraba, era un espacio de belleza. Entré de a poco en lo digital, no porque no pudiera, sino porque no quería. De a poco me amisté y fui descubriendo su maravilla. Me sirvió mucho mi decisión de digitalizar toda mi obra. En eso trabajo horas y he podido hacer grandes descubrimientos.
Paz aún se sorprende de que, con la tecnología digital, "gaste dos minutos en una tarea que antes me tomaba media mañana". Cuando otras mujeres de su edad cuidan a sus nietos, esta madre de dos creadores independientes -una antropóloga de 45 y un diseñador de 38- y abuela de dos "pequeñas maravillas", circula, imparable, dando cátedra de creatividad. A Paz Errázuriz la miran y admiran todas las generaciones de fotógrafos.
En la casona de 120 años donde vive desde hace medio siglo -y que comparte con su segunda pareja, el pintor Thomas Daskam- Paz da vueltas regando, ordenando, trabajando en su Mac, a veces sentándose bajo una palmera a leer. De vez en cuando, pasa una mañana encerrada en su cuarto oscuro, recinto sagrado y mítico. Una casa con alerones, galerías vidriadas, patios interiores, un jardín selvático, techos altos, donde Paz crió a sus dos niños.
-Mi casa es lo mejor que me ha sucedido en todo mi habitar en este país. La compré en 1968, cuando llegamos con mi primer marido y mi hija desde Londres y Cambridge, donde vivimos siete años. La he ido haciendo de a poco, botando muros para que entre la luz. Por ejemplo, esa colección de botellas en las ventanas es de Tom, él es el coleccionista de la familia, yo nunca he coleccionado nada. Una casa que contiene toda mi historia, de la cual no me he movido en 44 años. Un año después de llegar a Chile desde Londres, me separé y quedé sola con Daniela, quien tenía tres años. Después me emparejé con Thomas: aquí nació nuestro Tom, quien hoy vive en Nueva York. Soy muy cercana a mis hijos y a mis dos nietas, hijas de Daniela. Es un soporte muy sólido tener una familia.
Los muros de la casona se visten con grabados, dibujos y óleos de Daskam. Paz recuerda el resentimiento que sintió alguna vez "cuando mis hijos eran chicos y Tom trabajaba mucho: para ellos era casi todo el espacio. Yo estaba relegada a un taller minúsculo, eso lo resentí mucho".
El tiempo pasó. Hoy Daniela Huneeus, hija del escritor Cristián Huneeus, con quien Paz estuvo casada entre 1961 y 1969, y Tom Daskam son independientes, pero cercanos a su madre. Daniela le dio, además, a sus nietas Amalia y Elena, de 11 y nueve años.
-Ser abuela ha sido lo más extraordinario de mi vida. Cuando ellas nacieron, yo no daba crédito a lo que estaba sintiendo. No se puede explicar con palabras, es tan fuerte el sentimiento que me tomó de sorpresa. Durante mucho tiempo no creía lo que me ocurría con estas niñitas. Estoy orgullosa de ellas. Mi nieta mayor se llama así por mi primer libro para niños, "Amalia". Lo hice en una época muy fructífera para la cultura chilena, principios de los años 70. La cultura en ese tiempo llegaba a todos, pobres y ricos. En ese primer libro aparecen mis dos hijos, aunque no como protagonistas. 
Libertaria y censurada
Eran seis hermanos los Errázuriz Korner y fueron criados bajo la tradición. Paz nació en enero de 1941 y, aunque no habla de su etapa escolar porque le trae malos recuerdos, recuerda nítidamente que, a los 18 años, "lo único que quería era independizarme, irme de mi casa. Eran los 60 y vivía con una visión romántica de la vida, estaba influenciada por el existencialismo, yo quería ser libertaria y libre. No me dejaron estudiar arte en mi casa y eso fue muy represivo. Todo ese período de mi vida lo sufrí bajo una sensación represora. En mi juventud quería dedicarme a la pintura y, aunque no pude, he pasado toda mi vida ligada a ella. He vivido con un pintor más de cuarenta años y tengo muchos amigos artistas. En mi juventud no pensaba en la fotografía: recién a los 30 pude comprar mi primera cámara, antes nunca tuve plata. Ese tipo de atentados contra la pasión personal son también parte de la historia de uno".
Se casó con Cristián Huneeus a los 20 y partió a Inglaterra, donde él haría un doctorado en literatura inglesa. En Londres, durante años, trabajó de empleada doméstica, de niñera y hasta de traductora, aunque a ese país había llegado sin saber nada de inglés: aprendió con la gente, en la calle. También atendió una elegante tienda de antigüedades. Resume:
-Fui muy feliz en Inglaterra, fueron años primordiales en mi educación política y cultural. Una etapa que me marcó a mí y a mi trabajo durante muchos años.
A los seis años, cuando casi se volvían, nació Daniela en Cambridge.
-La tuve con un método que allá algunas mujeres adoptaban, pero aquí era casi desconocido: el parto sin dolor. Una amiga mía francesa lo había usado y me convencí de que era lo mejor. Una técnica muy interesante que aprendí en un libro por mi cuenta. Fui muy disciplinada, al llegar al hospital sabía exactamente cuánto duraba cada contracción, cada respiración, llevaba meses haciendo los ejercicios y miraba un relojito para tomar el tiempo. Me resultó bien y, aunque igual me dolió, no fue ni la cuarta parte de lo esperable. Para mí fue muy interesante observar cómo se comportan el cuerpo y las emociones en el momento del parto. Yo misma me saqué a mi hija, nadie me ayudó ni me inyectó nada. Me hice cargo completamente de mi parto.
-Unos años después quiso repetir la experiencia con su segundo hijo Tom.
-Sí, pero no me resultó. Tom venía con el cordón umbilical enrollado en el cuello. No me dejaron, fue una pena.
-¿Y no quiso más niños?
-Nunca más. Con dos hijos tuve. Ahora pienso que, tal vez, de haber tenido una tercera pareja, habría tenido un tercer niño. Pero tuve dos y fue suficiente. Así armé mi familia. La maternidad ha sido difícil para mí. Los niños son una maravilla, pero si tú te pones a pensar, es tremendo. ¡Has lanzado al mundo a un pobre ser que no lo ha pedido, qué gran responsabilidad!
Al separarse de Cristián Huneeus, gran amigo de Enrique Lihn, Paz Errázuriz comenzó el largo camino que la llevaría a ser una de las mejores fotógrafas de Chile:
-Me vine de Inglaterra contra mi voluntad, no quería volverme. Pero fue una suerte: aquí se me aclaró mi quehacer. Comencé a tomar fotos en un par de colegios ingleses donde me puse a trabajar como profesora básica. En Inglaterra había incursionado en el tema de la educación y aquí seguí. Me empleé en colegios donde pudiera llevar a mi hija, jamás habría podido pagarlos. Comencé en el Craighouse, seguí en el Santiago College, donde estudió Daniela, y en el Grange.
Era profesora jefe, enseñaba desde matemáticas hasta artes plásticas. En sus ratos libres, les tomaba fotos a sus alumnos. La dejaron hacer miniexposiciones en las salas de clases, con éxito desde el principio. Así partió. Fue experimentando, puliendo la mano y, sobre todo, el ojo y el instinto.
-Fui autodidacta. Aprendí con niños, los modelos fotográficos más maravillosos que existen. Encontré de a poco mi pasión absoluta, una pasión que no me ha soltado en cuarenta años. Nunca más he hecho otro oficio seriamente. La fotografía era lo mío.
Durante los primeros años de la década del 70, esta maestra improvisada formalizó su título de Licenciada en Educación. Pero en 1973, con el inicio de la dictadura, a Paz Errázuriz la despidieron de todas partes. Así y todo, sintió alivio. "Fue dejar atrás colegios estructurados y derechistas, que no aceptaban a un profesor con ideas nuevas. Nunca me perdonaron que yo participara en los sindicatos. En ese sentido, no me costó dejar la educación", recuerda ella.
Se dedicó, desde entonces, a fotografiar a niños, a adultos, a gente de la calle. En 1981 fue su primera exposición.
-Al elegir la fotografía, elegí la soledad. Este ha sido para mí un oficio solitario y una forma de vida particular, solitaria también. Una opción que me ha gustado: me llevo muy bien con la soledad, ha sido así desde mi infancia. La soledad te enseña muchas cosas, uno descubre todo un mundo de silencio, sus espacios. Ha sido un tiempo creativo que me ha dado frutos.
Pero si su oficio y su arte fueron opciones, Paz debió digerir a la fuerza el quiebre personal que le significó una dictadura:
-La dictadura es la fractura más grande que ha tenido Chile. Yo pasé muchos años recluida en mi casa. La violencia imperante afectó todo mi trabajo y mi vida. Ha sido el mayor daño que ha sufrido este país. Me costó mucho. De a poco, salí de nuevo a recorrer las calles con mi cámara.
Producto de su creatividad y del momento político, en 1981, Paz se convirtió en cofundadora de la AFI, Asociación de Fotógrafos Independientes. "Fue un momento maravilloso y coincidió con mi primera exposición, a la que me condujo mi amiga Roser Bru. Sin ella, tal vez jamás habría mostrado mi obra". La muestra, en el Chileno-Norteamericano de Cultura, se llamó "Los Dormidos", gente que dormía en la calle. Causó sensación.
-Fue un tremendo remezón interno. Cuando te atreves a salir al ojo público, adquieres un gran compromiso. Exponerme fue una marca en mi vida.
De ahí nunca más paró, siempre amarrada a sus obsesiones por los mundos marginales, reñidos con el poder. Perdedores más que ganadores, seres en busca de sí mismos, no siempre en la senda correcta.
-La fotografía da una curiosa posibilidad de acercarte a tus obsesiones. Te acercas al ser fotografiado y él a ti de una manera no posible de otra manera: funciona como una pantalla, como un espejo. Tú ves y a ti te ven. Tiene el poder de detener el tiempo, de meterse en la memoria. Ese es el gran poder de la fotografía, su fuerza. Un poder que me fascina y me perturba.
En estos días, hasta el 13 de junio, Paz Errázuriz exhibe, en la Galería 64 del Patio Bellavista, una nueva mirada a una de sus muestras más célebres de los años ochenta: "El combate contra el ángel", donde retrata los secretos del mundo boxeril. Son once fotografías en blanco y negro -su marca de casi medio siglo- , con tres inéditas.
-Me interesaban los boxeadores chilenos, pesos livianos y pesos pluma, por su fantasía de triunfo. Fue un trabajo que hice en 1989 y me costó mucho concretar porque no me dejaban entrar a ningún club ni a la Federación de Boxeo por ser mujer. Las cosas han cambiado, ahora hay boxeadoras femeninas. Hace tres años doné una foto al Club México, donde siempre me prohibieron la entrada, y me convidaron a comer. Con cierto resentimiento, les recordé mis primeros tiempos persiguiendo boxeadores.
Llena de planes para este año -una exposición en el principal festival de fotografía en España y la segunda edición de su famoso libro "La manzana de Adán" junto al coleccionista Juan Yarur- hoy Paz Errázuriz se centra en su propia revolución frente a la fotografía digital.
-Toda mi obra análoga ha sido en blanco y negro. Siempre tuve inseguridad respecto al color, cuando Tom me decía que un cuadro era verde, yo lo veía azul. No es que fuera daltónica, era una cosa mental. No logro ver los colores como son. No me pasa con los objetos corrientes, sino con la realidad fotográfica. Ahora estoy obligada, porque la primera recepción de los trabajos digitales es siempre en color.
-¿Podremos ver, algún día, una exposición suya a color?
-No lo sé. Hace unos años había dicho que nunca más mostraría mi trabajo. Y aquí estoy, otra vez. "El combate del ángel" ha revisitado mi obra de nuevo.
 

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