Diario El Mercurio, Martes 15 de Mayo de 2012
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Aleccionador el debate en torno a las dos torres construidas en Santiago en años recientes, la última de las cuales -Costanera Center- amenazaba con no acabar nunca de empinarse hasta los cielos. Las critiqué por su gigantismo en enero de 2007, cuando eran todavía proyectos. Hay otros casos: lo planificado en el muelle Barón en Valparaíso; el mall de Castro. Añado el casino ya construido de San Antonio, que arruinó el paseo junto a la bahía, lo poco de bello de ese puerto, ciudad atrozmente castigada por su historia social y urbana. Por fortuna, Viña del Mar escapó a esta seducción y abrieron la ciudad al mar (la harían de oro si prohibieran toda construcción en el antiguo Sanatorio Marítimo).
No se trata de sostener que no pueda haber arte y creación en el gran tamaño. El Barrio Cívico es una muestra de la conciliación de lo moderno con la gran dimensión y con el arte en lo público, con el Ministerio de Hacienda y el Hotel Carrera, construidos en la década de 1930. Las mismas Torres de Tajamar tenían proporción, a pesar de ser una de ellas el edifico más alto de entonces; o la Cooperativa Vitalicia de Valparaíso, gran símbolo de un resto de opulencia en los años 40; el edificio Santa Lucía junto al cerro; el edificio de la Cepal, inaugurado en 1960. Lo que sucede con los ejemplos de la actualidad es su incapacidad de plantear al mismo tiempo un sistema funcional y una creación de arte proporcionada. En cambio, afirman apetencia de titanismo, de tamaño en términos cuantitativos, de la cifra como fin en sí misma.
Esto no nos libera de resolver los desafíos para tener un mejor país en lo social y lo económico: una pura expresión de principios sin compromisos es muy reveladora de utopías urbanas que idealizan la pureza natural que nunca conocieron. Un amigo, chilote de pura cepa, me decía -antes de la consulta local- que todos allí eran partidarios del puente y del mall ; este último porque "los domingos van a ir al cine en vez de pasarse la tarde tomando (pisco)". Así de simple. La gente muchas veces está compelida a tomar estas decisiones. El problema estuvo en la cándida viveza criolla de agregar un par de pisos, "por si pasaba". Existe ya harta experiencia de arquitectura y diseño modernos que acompañan con garbo al desarrollo urbano. Las grandes empresas en vez de lucirse en lo titánico -un triunfo vacío- debieran competir por arrebatar a la nada, que es lo que define el arte, un fragmento de un "clásico de vanguardia" que a la vez sea parte de una función económica.
Algo parecido vale para la contraposición entre conservación de la naturaleza y los requerimientos de energía. De alguna manera habrá que alcanzar la cuadratura del círculo, ya que no hay muchas alternativas. Quien tenga puesta su esperanza en las fuentes "no convencionales" de energía, que vaya a darle su mirada al Parque Eólico Canela, un paisaje dantesco, donde la naturaleza está desprovista de eso "natural" que hace su encanto. Viajando en el mágico tren a Machu Picchu, serpenteando junto con el Urubamba ("la plata torrencial del Urubamba" en Neruda) una central hidroeléctrica no le quita ni le pone nada. La situación no es tan desesperanzada si las cosas se hacen bien.
Una organización económica y social que sea exitosa no es garantía de una cultura que le sea proporcional. También, al revés, ninguno de los grandes momentos de la historia de la cultura -aquellos que se han dado en torno a Atenas, Florencia o París- han estado alejados de sistemas políticos y económicos que en su momento eran una suerte de modelo. No hay relación de causa-efecto entre estos dos reinos; sí de coexistencia, siempre precaria por cierto, como debe ser.
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