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Pajareos de verano



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 6 de febrero de 2012

En las películas policiales,
cuando hay que encontrar a una persona
súbitamente desaparecida, los detectives
buscan primero que nada en los lugares
en que esa persona proyectó 
declaradamente sus afectos o sus deseos.

Generalmente se trata de lugares
donde el afectado vislumbró
que la felicidad era posible:
la larga terraza con balaustradas
de un balneario popular,
una cascada oculta en un bosque,
una cumbre sobre un valle vaporoso y gris.

En este momento pienso que,
en el caso de desaparecer,
deberían buscarme en la pajarera 
del zoológico de Santiago.

Sin duda éste es uno 
de los lugares favorables del mundo,
una módica sustracción al ruido real
en beneficio de una irrealidad 
abovedada, ornitológica y arbórea.

La caminata a esa altura 
es un ejercicio extraño,
ajeno a la verosimilitud
de la nuestra vida diaria.

El niño trepador de árboles
está obligado, 
cuando alcanza la cima,
a permanecer inmóvil.

A diferencia suya, 
el visitante del zoológico
puede desplazarse casi a voluntad
como si fuera uno más
de los habitantes del follaje,
ya se trate de la ardilla voladora
o del guacamayo.

Sólo los sueños nos proporcionan
fugazmente una libertad parecida.

Yo tiendo a simpatizar 
con la gente que se fija en pájaros.

En facebook, de repente,
en medio de la batería de alegatos,
victimizaciones e idealismos estridentes,
alguien deja un maravilloso regalo impersonal:
la foto de un pequeño pájaro
corriendo por la arena húmeda de la playa,
un video con el vuelo de un cóndor patagón,
que es en sí mismo el sincretismo
de las grandes distancias.

Los ingleses inventaron el bird watching,
que no calificaría como deporte
sino más bien como actividad ociosa y gratuita.

El observador de pájaros -o sapo-
anda silencioso por los frondosos parques
o parajes silvestres en actitud sigilosa,
caracterizado por sus binoculares,
una guía de campo de especies nativas de aves
y eventualmente un sillín portátil.

Existen también esas mesas-abrevaderos
que se depositan en el fondo del jardín
y que congregan y atrae a pájaros entusiastas.

Diría que nunca en Chile he visto
artefactos de este tipo si no fuera
por una señora que no puedo nombrar,
amada por las loicas, los cometocinos
y las chirigüitas de una localidad
inubicable del secano costero.

Hace cuarenta años en Chile
no había observadores
sino casi exclusivamente
matadores de pájaros.

Se los veía babeando boquiabiertos
por cualquier campo, armados
de rifles a postones,  en pose de cazadores,
liquidando tencas porque sí.

Me da la impresión
de que eso ha cambiado.

Mis hijos, que estuvieron
recién de vacaciones en el sur,
me hablaron de un artesano de Chiloé
que armó su propio paseo aéreo:
levantó una escalera y unió 
tres árboles mediante puentes de palo.

Qué gran cosa: un aporte concreto
al bird watching nacional,
ajeno totalmente al estado de reclamo
en el que solemos encontrar
a artesanos y representantes
de prácticas superadas por la tecnología.

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