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Leer para escribir


Leer para escribir
por Leila Guerrero
Diario El Mercurio, Revista Sábado 
25 de febrero de 2012 

No importa decir dónde, no importa decir cuándo. Importa decir que fue hace un tiempo, que fue mientras dictaba un taller de periodismo, y que fue así: en un momento, a colación de no sé qué cosa, menté esta frase: "Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Y alguien dijo: "¡Qué buen aforismo!", y varios -quizás todos, no quiero recordar- coincidieron. Entonces, empecé a preguntarles qué leían. 

El "aforismo" es uno de los arranques más famosos de la literatura (el comienzo de Ana Karenina, de Leon Tolstoi); los participantes del taller, periodistas en ejercicio; y las respuestas a mi pregunta -qué leen- éstas: revistas, el diario, libros de periodismo de investigación. No me asombró, porque suelen ser parecidas en casi todas partes, pero yo, por las dudas, siempre insisto. ¿Saben quién es Richard Ford? No. ¿Dostoievsky? Sí (pero no lo han leído). ¿Houllebecq, que podría interesarles por retorcido? No (y suelen no saber quién es). ¿El diario de Pavese, cuando eran jóvenes y morían de amor? Ni idea. ¿Contemporáneos absolutos: Proulx, Tyler, Franzen, Moore? Lo mismo podrían ser marcas de antiinflamatorios. Los más enterados conocen a Bukowsky, a Salinger, a Cheever, y los presumen como si los hubieran descubierto. Y es raro porque, si uno escribe, el más perogrullesco de los axiomas manda que es porque ha empezado por leer. Y es más raro aún porque, si uno escribe, es, en general, porque siente el impulso insolente, y al mismo tiempo incontenible, de replicar el virus implantado -en uno- por los libros que leyó. Puede fallar, claro. Y, de hecho, falla. Porque muchos periodistas (al menos de los que hacen periodismo escrito: quizás los periodistas de televisión lean muchísimo) no leen. O leen el diario, las revistas, los libros de periodismo de investigación. Pero no novelas, pero no cuentos, pero no poesía. Y ese malentendido (que es posible escribir buen periodismo leyendo sólo periodismo) ha logrado traficarse con éxito y aceptarse como natural, al punto que casi ningún programa de estudios de la carrera incluye un plan de lecturas de ficción o de poesía (y, a decir verdad, tampoco un plan de análisis de otros lenguajes narrativos -de ficción o no ficción- como el cómic, el cine, el documental, la música, la dramaturgia, la pintura o la fotografía, cuando es tan evidente que ningún oficio creativo es endogámico: que, por decir algo, los artistas plásticos, además de mirar las pinturas que pintan otros, leen novelas; o que los músicos, además de escuchar los discos que graban otros, van al cine; o que los escritores de ficción, además de leer los libros de ficción que escriben otros, asisten a muestras de fotografía). Muy por el contrario, los planes de estudio suelen incluir el análisis de la obra de autores de no ficción, como Truman Capote, Rodolfo Walsh, Martín Caparrós, Ryszard Kapuscinski, asumiendo que ellos han construido su obra nutriéndose sólo de lecturas del periódico, las revistas y los libros de investigación. La mala noticia -¿de verdad hay que decirlo, no es tan obvio?- es que no se llega a escribir como ellos leyendo sólo el periódico, las revistas, los libros de investigación. Claro que tampoco se llega a escribir como ellos sólo leyendo cuentos, novelas o poesía, pero por algo se empieza y no está mal empezar por la parte inexcusable del asunto. Leer ficción, entre otras cosas, adiestra el oído, desarrolla el sentido del ritmo, ayuda a encontrar un estilo propio, produce humildad y omnipotencia -y, por tanto, ganas de escribir-, y un etcétera largo en el que no es menor el hecho de que fortalece el buen gusto y sirve para no creer que uno ha inventado el paraguas cuando el paraguas lo han inventado otros cien años ha. Por supuesto que leer el periódico -y las revistas y los libros de investigación- es bueno, pero, así como un director de cine documental no prescindiría de conocer la obra de Wes Anderson o Milos Forman o Stanley Kubrick (porque, además, ¿qué suerte de malsana indiferencia haría que alguien dedicado al cine -documental o no-, no sintiera ningún interés por la obra de directores como esos?), no parece buena idea creer que, para ser periodista, con leer periodismo es suficiente.  

Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí -entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y de poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgerald, a la hemorragia argumental de John Irving, a la tristeza tenue de Ethan Canin, a los rulos barrocos de Bryce Echenique, a la crudeza desencajada de A.M. Homes. Quizás por eso siempre me resulta difícil comprobar que muy pocos periodistas pueden decir quién fue John Steinbeck, quién es Jeffrey Eugenides, o qué novela comienza con la frase "Pueden llamarme Ishmael". Y quizás por eso, cada vez, me pregunto qué suerte de malsana indiferencia hace que alguien dedicado a escribir -ficción o no ficción- no sienta ningún interés por la obra de autores como esos. Querer escribir, y no querer leer, no sólo es un contrasentido. Querer escribir, y no querer leer es una aberración. Es, sin salvar ninguna distancia, como ser periodista y no tener curiosidad. 

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Leila Guerriero es periodista argentina y escribe en diversos medios internacionales.

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