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La parafernalia de la personalidad se desarma con dos noches de sueño insatisfactorio...‏




Viejo rencor
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
Lunes 13 de febrero de 2012

A veces siento 
que germina en mí un sordo rencor,
una cuestión desagradable y espesa 
cuyo origen desconozco, aunque es seguro 
que la incomodidad de vivir 
la heredé por alguna parte.

Alguien recuerda a mi abuelo,
mucho antes de que yo naciera,
oteando el cielo matinal
a través de una ventana,
exclamando para sí: 
"¡Nubes de mierda!"

Es sabido que 
cuando uno se cansa
vuelve a sus modelos.

La parafernalia de la personalidad
se desarma con dos noches
de sueño insatisfactorio.

En eso estoy,  con la deuda 
del sueño agregada en el peso del cuerpo,
tragándome el café aguachento del mediodía.

Soy yo mismo el que no me dejo dormir,
dejando para la hora del declive onírico
todos los asuntos pendientes.

Y soy yo mismo el que se las arregla
para quedar enganchado con 
compromisos y trabajo en las vacaciones, 
esa orilla a la que cuesta tanto llegar.

"Campeón de autoboicot",
me llamó una vez una señora,
pero eso corresponde a otra historia.

El rencor se proyecta
siempre al prójimo:
a sus reclamos, a sus muecas,
a la forma en que ejerce sus derechos, 
a la manera en que habla de sí mismo,
a su risa solapada, 
a su conciencia de sobreviviente,
a sus gustos gregarios y carnívoros.

Dificulto que se pueda alguna vez
recuperar el tono de la vida
de las vacaciones de la infancia:
esa conjunción siempre sorprendente
de luminosidades, sonidos, de olores
y de extensiva irresponsabilidad.

El viento inclinando la alfalfa
en una ladera no lejana del mar,
la sal apozada en las rocas,
la efervescencia de la espuma,
la libertad de no ser nada
y de contar apenas con un nombre
que los adultos pronuncian con un grito.

Está bien. Lo que sea está bien.

No tendría por qué haber
en la existencia libretos usurpados.

Quiero decir: me corresponde la vida
que tengo aquí y ahora y ninguna otra.

Soy uno de los miles de rezagados
del verano en Santiago, 
esos cuya presencia se manifiesta
con mayor nitidez cuando en la noche
uno se fija en las luces prendidas
en las ventanas de los edificios desconocidos
y piensa: quiénes son, qué hacen.

Estoy aquí en estado neutro
y no comiéndome 
unos sueños fracasados en Nueva York,
ni polemizando en una mesa redonda
de la Feria del Libro de Timbuctú,
ni despertando de una siesta acompasada
por la caída de la nieve en un lugar
cerca de la frontera de Luxemburgo.

Curioso: lo más persistente
han sido esas calles sin perspectiva,
el pavimento caldeado,
el alquitrán donde antes
se pegaban las tapas de bebida,
los árboles polvorientos,
el río color café aguachento,
la ciudad en ruinas
y la ciudad ave fénix
de todas las décadas,
la música lastimera mal sintonizada,
los curcunchos apostados en las veredas
con sus letreros informativos
y sus certificados de enfermedad,
las minifaldas que aún
se pueden ver en Providencia,
la suave inclinación de la tarde
en los barrios viejos apartados,
en cuyas plazas con palmeras
se escucha en una misma frecuencia
la conversación de unos taxistas
y el rechinar de unos columpios...

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