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Responsabilidades telúricas



por Juan Pablo Toro
Editor Internacional, desde Japón
Diario El Mercurio, sábado 25 de febrero de 2012

Cuando Japón se prepara
para recordar el primer aniversario
del devastador terremoto
y posterior tsunami
del 11 de marzo de 2011,
tanto los funcionarios gubernamentales
como quienes dejaron sus cargos
siguen preguntándose qué hicieron mal.

En especial, sobre el manejo
de la emergencia nuclear de Fukushima,
el peor desastre de este tipo desde Chernobyl.

Pero más que recriminaciones y excusas,
lo que se escucha acá en Tokio
son estoicos y sinceros reconocimientos
de los errores cometidos,
para no volver a repetirlos.

No importa si se trata
del Primer Ministro de la época
o de empleados de la oficina 
de manejo de desastres.

En una reciente entrevista, 
el ex Premier Naoto Kan
reconoció que las fallas 
en el manejo de la crisis 
desatada por el sismo de 9 grados 
en la escala de Richter se debieron, en parte,  
a la pobre comunicación y coordinación
entre los fiscalizadores nucleares
y las autoridades de la época y los privados.

"No estábamos preparados en lo absoluto",
dijo Kan, quien en agosto pasado
dejó el gobierno en medio de duras críticas.

También admitió que la información
sobre lo que realmente pasaba con Fukushima
se entregó en forma tardía 
por falta de datos confiables.

En otro franco testimonio 
ante una comisión investigadora 
del Parlamento, el encargado
de la seguridad nuclear confesó
que las normativas que manejaban
estaban desactualizadas
y no contemplaban el riesgo
del impacto de los tsunamis
sobre reactores cercanos a la costa
y los posteriores apagones.

Esto, en un país sísmico
e híper tecnologizado.

Agregó que 
en un acto de autosuficiencia,
incluso se desecharon
las recomendaciones
de la Agencia Internacional
de Energía Atómica
para mejorar los estándares
de seguridad nuclear.

"Terminamos perdiendo
el tiempo buscando excusas
para decir que esas medidas
no eran necesarias en Japón",
afirmó Haruki Marade.

La crisis nuclear obligó
al desplazamiento de 120 mil personas
que vivían en las inmediaciones de Fukushima
y sembró el temor sobre la contaminación en  todo, 
desde los alimentos hasta el agua potable.

En el cuartel general de la agencia
encargada del monitoreo 
de los terremotos y tsunamis en Japón (JMA),
un funcionario contó
a un grupo de periodistas extranjeros
que una de las fallas que detectaron
en el manejo de la emergencia
partió por emplear la magnitud
preliminar del sismo para proyectar
la altura de las olas venideras.

Con 7,9 grados estimados,
creyeron que el mar 
se elevaría entre 3 y 6 metros,
lo que los llevó a confiarse demasiado
en las barreras de protección costera.

Finalmente, el mar subió sobre 10 metros,
dejando un saldo de 15 mil muertos
y US$ 220 mil millones en daños.

Hoy, la JMA busca métodos
para precisar la magnitud final
de los sismos en breves minutos.

Y se puede continuar.

Como cuando un especialista
en el manejo de desastres de la 
Agencia de Cooperación de Japón (JICA)
cuenta que el peor escenario que barajaban
antes de marzo de 2011 suponía la ocurrencia
de un terremoto de 7 grados,
dentro de una escala local
que usan para medir la destrucción.
Pero nunca nada como 8.

Y, claro, 
se adoptaron los preparativos
para este escenario.

En vista de lo sucedido,
les falló tanto la proyección
como las contramedidas.

Ahora la JICA trabaja
para implementar
una nueva estrategia
para manejar desastres,
parte de la cual
se basa en la idea de  kaizen
o mejoramiento continuo
(tomada prestada de la Toyota).

Es sabido que los terremotos en Japón
repercuten en Chile con olas que viajan 
a cerca de mil kilómetros por hora 
hasta golpear nuestras costas.

Por lo visto, no pasa lo mismo
con la forma cómo se asumen
las responsabilidades
sobre el manejo de desastres 
causados por los sismos.

Esa distancia entre Japón y Chile
parece todavía infranqueable.

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