por Marcelo Simonetti,
Diario La Tercera, Feb. 18 , 2012
La RAE define cabrón así: "Dicho de una persona, de un animal o de una cosa: que hace malas pasadas o resulta molesto". También, bajo la categoría de americanismo, rotula la palabra como: "Rufián que trabaja con prostitutas". Creo que ambas definiciones se entremezclan para dibujar a quienes, por estos lados, se hacen merecedores del término. Claro, el cabrón termina tratando a los demás del mismo modo que el proxeneta lo hace con sus meretrices, sin respeto alguno, sintiéndose dueño del mundo, de manera autoritaria.
Todos conocemos a algún cabrón -en la primera acepción de la RAE- al que no dudamos en tildar de cabronazo si sus modos y costumbres lo hacen digno candidato a convertirse en el rey de los cabrones. En el fútbol, juego colectivo por esencia, el cabronazo no abunda. O sea, uno podrá encontrarlo en los puestos dirigenciales, el adjetivo le calzará también a más de un entrenador -pienso en Mourinho y en Marco Antonio Figueroa-, pero entre los jugadores resulta una rara avis, aunque es difícil que un ejemplar de esta especie pase inadvertido.
El caso de Juan Román Riquelme es, sin duda, el ejemplo claro de un cabronazo. A golpe de vista no lo parece. El volante de Boca Juniors tiene un look retraído, casi quitado de bulla, pero es cosa de seguir su historial para darse cuenta de que lleva el gen cabrón en la sangre. Si hasta se peleó con uno que lo superaba en todo, o casi todo: Diego Armando Maradona.
Bastó que Maradona -en ese entonces, 2009, entrenador de la selección nacional- pusiera en duda la titularidad de Riquelme y manifestara que lo quería en una posición distinta a la que jugaba en Boca para que Román renunciara, declarando que no tenía los mismos códigos ni pensaba igual que el técnico de la "Albiceleste". Lejos de salir perdedor -salvo por haber quedado fuera del Mundial de Sudáfrica-, "JR" recibió el apoyo contundente de la "Doce", que a los pocos días colgó en La Bombonera lienzos que decían: "Maradona, ídolo de la selección y traidor"; "El rey ha muerto, viva el rey"; "Diego: la pelota no se mancha, a Román menos".
La lista de los conflictos de Riquelme es larga: se peleó con Macri, con Van Gaal, con Radomir Antic, con el colombiano Serna, con el paraguayo Cáceres, con Verón, con Palermo... Marcelo Bielsa cortó por lo sano y no lo llevó al Mundial de Japón-Corea en 2002, cuando media Argentina lo pedía a gritos; y Manuel Pellegrini, en el Villarreal, consciente del divismo de Riquelme, que no entrenaba como todos, que no cumplía los horarios como todos, que no se integraba al grupo como todos, decidió prescindir de él, borrarlo, y en medio de amurramientos, el talentoso Riquelme terminó yéndose a préstamo a Boca Juniors.
Ahora, aún en el equipo "xeneize", no ha perdido oportunidad para hacerle la contra a Julio Falcioni. Desde que el técnico argentino lo dejó fuera del equipo en el arranque del Clausura 2011, en el duelo contra All Boys, a Riquelme se le puso entre ceja y ceja. Y a pesar de que hubo una tregua, ahora que Boca debutó con un pobre empate sin goles en la Copa Libertadores, Riquelme, el cabronazo, ha vuelto a hacer de las suyas. En la víspera lanzó una frase para preparar el terreno: "Hace ocho meses, con All Boys, Falcioni me tuvo corriendo como un boludo".
Falcioni no se arredró. Y como también lo tiene un poco mosqueado, porque hay jugadores que, en vez de hacerle caso a él en la cancha, se lo hacen a Riquelme, se las cantó claras en el camarín, al punto de decirle: "Cuando seas director técnico, que tu equipo juegue como vos quieras, pero acá las decisiones las tomo yo".
Ahora le han puesto paños fríos a la polémica, incluso con un pedido de disculpas al plantel de Falcioni. Pero han quedado claros dos temas. Uno: que Riquelme es un cabronazo. Dos: que siempre puede cumplirse aquello de "a cabronazo, cabronazo y medio".
Todos conocemos a algún cabrón -en la primera acepción de la RAE- al que no dudamos en tildar de cabronazo si sus modos y costumbres lo hacen digno candidato a convertirse en el rey de los cabrones. En el fútbol, juego colectivo por esencia, el cabronazo no abunda. O sea, uno podrá encontrarlo en los puestos dirigenciales, el adjetivo le calzará también a más de un entrenador -pienso en Mourinho y en Marco Antonio Figueroa-, pero entre los jugadores resulta una rara avis, aunque es difícil que un ejemplar de esta especie pase inadvertido.
El caso de Juan Román Riquelme es, sin duda, el ejemplo claro de un cabronazo. A golpe de vista no lo parece. El volante de Boca Juniors tiene un look retraído, casi quitado de bulla, pero es cosa de seguir su historial para darse cuenta de que lleva el gen cabrón en la sangre. Si hasta se peleó con uno que lo superaba en todo, o casi todo: Diego Armando Maradona.
Bastó que Maradona -en ese entonces, 2009, entrenador de la selección nacional- pusiera en duda la titularidad de Riquelme y manifestara que lo quería en una posición distinta a la que jugaba en Boca para que Román renunciara, declarando que no tenía los mismos códigos ni pensaba igual que el técnico de la "Albiceleste". Lejos de salir perdedor -salvo por haber quedado fuera del Mundial de Sudáfrica-, "JR" recibió el apoyo contundente de la "Doce", que a los pocos días colgó en La Bombonera lienzos que decían: "Maradona, ídolo de la selección y traidor"; "El rey ha muerto, viva el rey"; "Diego: la pelota no se mancha, a Román menos".
La lista de los conflictos de Riquelme es larga: se peleó con Macri, con Van Gaal, con Radomir Antic, con el colombiano Serna, con el paraguayo Cáceres, con Verón, con Palermo... Marcelo Bielsa cortó por lo sano y no lo llevó al Mundial de Japón-Corea en 2002, cuando media Argentina lo pedía a gritos; y Manuel Pellegrini, en el Villarreal, consciente del divismo de Riquelme, que no entrenaba como todos, que no cumplía los horarios como todos, que no se integraba al grupo como todos, decidió prescindir de él, borrarlo, y en medio de amurramientos, el talentoso Riquelme terminó yéndose a préstamo a Boca Juniors.
Ahora, aún en el equipo "xeneize", no ha perdido oportunidad para hacerle la contra a Julio Falcioni. Desde que el técnico argentino lo dejó fuera del equipo en el arranque del Clausura 2011, en el duelo contra All Boys, a Riquelme se le puso entre ceja y ceja. Y a pesar de que hubo una tregua, ahora que Boca debutó con un pobre empate sin goles en la Copa Libertadores, Riquelme, el cabronazo, ha vuelto a hacer de las suyas. En la víspera lanzó una frase para preparar el terreno: "Hace ocho meses, con All Boys, Falcioni me tuvo corriendo como un boludo".
Falcioni no se arredró. Y como también lo tiene un poco mosqueado, porque hay jugadores que, en vez de hacerle caso a él en la cancha, se lo hacen a Riquelme, se las cantó claras en el camarín, al punto de decirle: "Cuando seas director técnico, que tu equipo juegue como vos quieras, pero acá las decisiones las tomo yo".
Ahora le han puesto paños fríos a la polémica, incluso con un pedido de disculpas al plantel de Falcioni. Pero han quedado claros dos temas. Uno: que Riquelme es un cabronazo. Dos: que siempre puede cumplirse aquello de "a cabronazo, cabronazo y medio".
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