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Esa clase de televisión inteligente, paranoica y precisa que sólo los malditos ingleses emiten con cuentagotas y de vez en cuando...‏


  • Esa clase de televisión inteligente, paranoica y precisa que sólo los malditos ingleses emiten con cuentagotas y de vez en cuando...‏

La serie del veranoPor Álvaro Bisama 


Volvió Sherlock. Y se fue de nuevo porque duró un suspiro. Cuando esto se publique, la BBC ya habrá emitido el tercer y último capítulo de la segunda temporada de la serie inglesa. Pero eso da lo mismo. Sherlock está ahí y, por un rato, salvó los estrenos del verano. La premisa sigue siendo la misma: adaptar la obra de Conan Doyle al presente, sin hacer perder fuerza a sus premisas clásicas. Y si en la temporada anterior Steven Moffat y Mark Gatiss (los creadores de la serie) hicieron que Holmes (Benedict Cumberbatch) y Watson (Martin Freeman) se enfrentaran a la sombra extraña de Moriarty, acá van por más: en el primer capítulo aparece Irene Adler y, en el segundo, una interpretación moderna de El sabueso de los Baskerville. Ambas valen la pena gracias a guiones que están más aceitados que nunca y la extraña mezcla de ironía y autorreferencia deja a la serie en un lugar iluminado que bien lo hubieran querido Julian Barnes y Michael Chabon cuando se metieron a releer lo que pasaba en Baker Street.
Pero eso es poco. Porque, como pocas series, la segunda temporada de Sherlock es ambiciosa y casi perfecta, está llena de secretos y guiños oblicuos y maneja la tensión entre aventura y parodia de modo más que inspirado. Así, a pesar del sadomasoquismo, las conspiraciones de armas biológicas, los infaltables terroristas y los secretos de alcoba, recorremos el mismo camino que el viejo doctor Conan Doyle inventó hace tantos años, aquel donde las pistas de un crimen sirven para trazar el mapa de la mente de un héroe. Por supuesto, también hay una venganza: Sherlock se estrenó en el momento exacto en que Guy Ritchie hacía explotar los bíceps de Robert Downey Jr. Y hay maldad en eso. Y diversión. Y el perfume sutil que sólo emiten las venganzas bien ejecutadas. Todo eso no sirve más que para reafirmar esa condición de clásico instantáneo del show, esa clase de televisión inteligente, paranoica y precisa que sólo los malditos ingleses emiten con cuentagotas y de vez en cuando.
"Sherlock", de Steven Moffat y Mark Gatiss.

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