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Una elegía contemporánea



por Pedro Gandolfo

Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 16 de septiembre de 2012

 
La muerte de un ser querido ha sido motor de inspiración y asunto de cientos de textos literarios, dando origen incluso a una forma literaria: la elegía. En este libro, el mexicano Julián Herbert aborda la muerte de su madre, una vieja y agonizante prostituta con la cual vivió, de niño, una vida errante por todo México. Si la elegía es una forma inaugural de Occidente, la elegía a la muerte de la madre es uno de sus tópicos más reiterados. Y el autor de Canción de tumba lo sabe y, por consiguiente, se esfuerza por evitar los lugares comunes, por singularizar al máximo esta muerte, aquella que con su oficio desea rescatar del olvido, la masificación y anonimato de la muerte contemporánea.
La primera estrategia por la que opta Herbert para lograr su propósito es convertir su material biográfico en una novela. La decisión de ficcionar este magno acontecimiento lo coloca en una zona intermedia, dudosa, oscilante entre la realidad y la invención, añadiendo una incertidumbre adicional al relato, enigmas internos superpuestos a la realidad. La denominada "autoficción" -de la cual se habla tan a menudo y cuya invención se disputan tantos nombres- es, entonces, el recurso empleado para acercar al lector a su madre muerta y a la relación con ella. Esta opción, si se la compara con los otros géneros tradicionales que Herbert tenía a su disposición -como la biografía, las memorias o el poema elegíaco- abre un abanico de posibilidades narrativas mayores en cuanto a la temporalidad del relato, su compleja estructura, multiplicidad de tonos y registros, excursos metaliterarios, crítica social y política de México, relato erótico y picaresco, con claros elementos tomados de la pornografía, referencias a la alta cultura literaria. La novela, como señaló un gran teórico, contiene un saber que es una suma de saberes, y ese rasgo de abundancia es una oportunidad que, sin duda, Herbert aprovecha radicalmente en Canción de tumba .
El autor relata, en primera persona, desde la oscuridad de la habitación 101 del Hospital Universitario de Saltillo, la agonía de su extravagante progenitora, atacada por una cruel e irreversible leucemia, agonía que se prolonga por casi un año. Ese argumento, que en verdad, es un no-argumento, una espera vacía, esa suspensión angustiosa de la acción en la temporalidad distorsionada de los hospitales, le da ocasión al narrador-protagonista para contar la biografía de su madre, la suya propia y, simultáneamente, su historia paralela con Mónica, su mujer, con quien engendra un hijo, Leonardo, quien nace pocas semanas después de la muerte de la madre.
Mientras que el presente narrativo transcurre, así, alrededor del hospital y el lecho del la madre, y allí Herbert se demuestra como un sólido retratista de las atmósferas, tiempos y ritos que constituyen "la muerte en los hospitales", "la hospitalización de la muerte" y "la muerte impropia", cuando narra la vida de su madre no puede dejar de caer en lo meramente anecdótico, en un relato cuya gracia no atraviesa la subjetividad adolorida del autor. Sin querer idealizarla, contando los hechos sin pelos en la lengua, la narración, como novela, no logra formular un personaje atractivo y se prolonga, más que en una historia, en una acumulación de episodios que oscilan trivialmente entre el barroquismo, la picaresca y el panfleto político.
La prosa de Herbert es heterogénea en sus componentes: lírica, metafísica, coloquial, salpicada de anglicismos, ruda y elegante, grosera e íntima, vulgar y sublime, pero no necesariamente eficaz: "Lo que no agrego es: bienvenido a la nación de los apaches. Cómete a tus hijos si no quieres que el cara pálida, that white trash, los corrompa. La única Familia bien avenida del país radica en Michoacán, es un clan del narcotráfico y sus miembros se dedican a cercenar cabezas... La Gran Familia Mexicana se desmoronó como si fuera un montón de piedras... Nada: no queda más que pura puta y verajuda nada. En esta Suave Patria donde agoniza mi madre no queda un solo pliego de papel picado. Ni un buche de tequila que el perfume del marketing no haya corrompido. Ni siquiera una tristeza o una decencia o una bullanga que no traigan impreso, como hierro de ganado, el fantasma de un AK 47".
Es un mérito indudable que Herbert, apelando a los recursos literarios de que dispone, busque alejarse del sentimentalismo fácil, manipulador y plagado de clichés que suelen aflorar cuando se aborda este tema. Con todo, finalmente, el núcleo del relato parece deslucido, desvaído, velado. Herbert mismo presiente este fracaso. Acaso respecto de la muerte de la madre, con el naufragio que significó para al autor, convendría tan solo callar, o, acaso, la estética posmoderna con su pantalla de artilugios y citas, no es la más idónea para abordar con simplicidad prístina un acaecer esencial.
 

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