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Mujeres al -en el- poder por Fernando Villegas




Publicado en La Tercera, 08 de septiembre del 2012

SI la magia consiste en creer que ciertas palabras, solas o en la debida secuencia, tienen poder para invocar espíritus, abrumar de males a nuestros enemigos -la maldición o mal-decir- o conseguir que la divinidad nos preste oídos -la oración-, ¿por qué no creer también que ciertos nombres son magnetos de la buena suerte política y otros sólo traen desgracias? Ya sabemos que los apellidos valen su peso en oro: en Chile y en todas partes, la política es en gran parte cosa de dinastías y clanes familiares que se van traspasando el bastón del mando de generación en generación. Pero sépase que los nombres de pila también valen lo suyo. Desde luego hay nombres que claramente no se prestan para el éxito en la arena del poder. Imposible era que “Marmaduke” Grove llegara lejos, por mucho que sus partidarios vociferaran, en alguna ocasión, “¿Quién manda el buque? ¡Marmaduke!”. A alguien con ese nombre no le quedó otra cosa que protagonizar una serie de episodios circenses; golpes de Estado fracasados, uno de ellos sobrevolando Concepción en un avión rojo para llamar a las armas, deportaciones y exilios; otro intento golpista, esta vez, con ayuda de oficiales de la Fuerza Aérea, y una participación en una república socialista que duró 14 días.


Eso le pasó por llamarse Marmaduke

¡Qué diferente el destino de las damas que se llaman Michelle y ahora la llevan! Una, Michelle Obama, hablando en el primer día de la Convención Demócrata, encendió los algo alicaídos corazones de los partidarios de su marido con un discurso repleto de emoción familiar, hebras de humor, claridad conceptual, energía, pasión y un manejo magistral del verbo en todas sus formas. La otra Michelle, “nuestra” Michelle, Michelle Bachelet, mantiene encendida la llama de la esperanza tanto entre los que creen que el país se está yendo a pique como entre quienes, más acotados en su mirada, hacen coincidir “la salvación nacional” con la de sus vidas privadas, privadas ya desde hace casi cuatro años de los pitutos fiscales. Y todo eso nuestra Michelle lo logra con el simple recurso, opuesto al de su tocaya, de no proferir ni una sola palabra. El silencio es su elocuencia, interrumpido aquí y allá por epístolas algo enigmáticas que sus seguidores reciben con mucha mayor devoción de como los israelitas, en su huida por el desierto, recibieron los Diez Mandamientos que Moisés bajó del monte Sinaí. 

Mujeres poderosas

Pero sin importar el nombre, la historia política universal está repleta de estas damas poderosas, ya sea que se instalen en el trono o susurren consejos desde atrás del respaldo. Entre las primeras que se nos vienen a la mente están Catalina la Grande, la reina Isabel, la reina Victoria, Golda Meir, Indira Ghandi y, por cierto, Teodora, la esposa del emperador Justiniano, mujer de armas tomar que cuando una revolución popular, en Constantinopla y aderezada con el lema “Nike, Nike”, amenazaba a tal punto el trono de su marido que este estaba ya por emprender la huida, nada de quedada, lo instó a portarse como hombre y gobernante, y usar las tropas y reprimir al filo de la espada a los revoltosos, lo que se hizo con, como hubiera dicho la prensa de esa época si hubiera existido, “un saldo de cuarenta mil muertos”. 


El fenómeno de la participación femenina en política es entonces antiguo y gravitante, pero ahora lo es todavía mucho más. Si hoy las damas no están en el trono o detrás del trono, al menos están en los gabinetes, en la administración, en los partidos, en las marchas. Aparecen de la noche a la mañana incluso niñitas de 20 años o menos dirigiendo movimientos, juzgando duramente a los adultos, sembrando generosamente el epíteto “fascistas” y discriminando entre el bien y el mal. Como los muchachos de su misma edad, ambicionan cambiar el mundo de arriba abajo y en una semana o dos, pero, a diferencia de los varones, quienes, en ese afán tan masculino de seguir jugando, gustan disfrazarse de combatientes y comandantes, y en vez de derribar el modelo sólo derriban semáforos, las mujeres son mucho más consistentes, más claras, más listas y más puntudas en lo que vale y da dividendos. Camila ya no pierde el tiempo en las marchas; ahora increpa a todo el mundo en el Congreso y como mínimo perturba el ánimo de los honorables. No cuesta adivinarlo: Camila tiene su carrera política ya en camino, mientras que de sus compañeros de epopeya es de dudarse que alguien vaya a acordarse pasado mañana. 


El secreto del poder

¿Cuál es el secreto que da tanto poder a las damas cuando deciden tenerlo y usarlo? ¿Por qué, a su lado, aun los más terribles dignatarios parecen criaturas de pecho? Se sabe y se ha dicho; cuando se trata de guerrilleros, las mujeres que se han echado una canana a las espaldas en vez de un bolso Christian Dior resultan bastante más salvajes y buenas para repartir balas. No olviden la célebre “mujer metralleta”. En la tele son de temer: no disparan balas, pero hablan al ritmo de 800 disparos por minuto y echando el cuerpo para adelante como para comerse al invitado. Las ejecutivas son famosas por su desplante feroz. Mientras nos dicen que “también son madres” y además -agregan con dulzura-  tienen una mente más en sintonía con la inteligencia emocional, vienen y cortan cabezas como en los mejores tiempos de Robespierre. Se lo llama “cortar grasa”. 


El secreto de su poder es, en parte, resultado de una complementaria debilidad de los hombres. Salvo las excepciones que suministra el personal de sensibilidad emocional alternativa, a los hombres les gusta en exceso el sexo femenino, y por adentrarse en esos vericuetos son capaces -y a menudo lo hacen- de perder cargos, dinero, familia, salud, posición, fama y gloria eterna. Peor aun, dicha relación no es simétrica; las mujeres, por lo general, gustan de los hombres, pero en porciones, a plazos y sólo a ratos. No pierden la cabeza por un hombre. Mantienen la suya muy fría haciendo las debidas sumas y restas. Ocupadas desde tiempos remotos de tareas de largo aliento, tales como mantener y sostener a las crías, no pierden ni un minuto contándose cuentos fantasiosos al borde de la fogata, como tampoco hallan atractivo en arriesgar el pellejo cazando mamuts. Ya llegarán esos idiotas que salieron de la cueva en la mañana creyéndose grandes guerreros, o al menos llegarán los que no cayeron bajo las patas y los colmillos de sus presas; como sea, los sobrevivientes harán el debido aporte a la mesa familiar. 

La mujer ve claro lo que es. No se enreda como el hombre en consideraciones abstractas. Bien se mofaba una griega de cierto filósofo que, mirando las estrellas para dilucidar su naturaleza, no supo dónde ponía los pies y se cayó en un hoyo. “Miras las estrellas y no sabes por dónde caminas”, se burló. He ahí toda la relación entre los sexos resumida en una sola anécdota.


Michelle otra vez

¿No es lo que hace nuestra Michelle? ¿No es lo que hizo la otra Michelle? No le vengan a la primera con vacías disquisiciones sobre el “giro hacia la izquierda”, expresión que ella sabe muy bien que no significa nada; no le vengan con el girardismo, el camilismo, el andradismo o el navarrismo; vénganle con votos, apoyos y compromisos y ya veremos. Desde su Olimpo espera con calma que los niñitos dejen de darse bolsonazos unos a otros. Y si llega y gana y gobierna, se cuidará muy bien de ensordecerse ante los clamores varoniles del asambleísmo, cambios “de fondo”, reformas de verdad y otras historias por el estilo. A una dama no se le vienen con cuentos de hadas.

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