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La condición más extrema y más fecunda...‏



En materia de fe, 
la Cruz de Cristo 
es una condición extrema.

La de unir dos ámbitos
que estaban absolutamente separados:
el cielo y la tierra.

La Cruz es la  cátedra por excelencia 
de Amor, Dolor y Sufrimiento extremos.

La Cruz con sus dos maderos;
uno que conecta lo de arriba con lo de abajo,
el otro que se extiende para alcanzarnos a todos
y convertirnos en hermanos e hijos de Dios.

Para avanzar hacia la Luz, 
hay que aproximarse 
a dicha condición extrema.

Es por eso que el Señor nos dice, 
el que crea en mí, 
que cargue su cruz y me siga.

No hay otra forma.

Hay que pasar por la muerte.
Por muchas muertes en realidad.
El absoluto desprendimiento.
La entrega confiada y total.

Siguiendo de cerca la Pasión del Señor
es dónde se hace el verdadero progreso;
lo verdaderamente apasionante 
por lo que vale la pena dar la vida
para acceder a la vida eterna.

En la Cruz se establecen conexiones
entre cosas aparentemente disímiles,
y paradojales.  Cosas que parecían
no tener nada que ver una con la otra.

En la Cruz, las Bienaventuranzas
y las enseñanzas de Jesús
y todas sus conexiones subyacentes
se ven muy nítidas.

La Cruz está llena de contenido
y a la vez los dilemas humanos
convergen en términos 
extraordinariamente simples.  

El Hijo de Dios hecho Hombre,
libremente y en cumplimiento fiel
de la Voluntad del Padre, 
que tanto nos amó que para rescatarnos
del pecado y de la muerte,
envió a su propio Unigénito Hijo
para redimirnos.

En la Cruz se resuelven todas las parábolas.
En la Cruz se convierten los centuriones y ladrones.
La Cruz no hace distinción entre ricos y pobres.
Todos somos pobres, necesitados de salvación.
El Señor con su sacrificio nos enriquece con su gracia.

En la Cruz, se abren las puertas del Paraíso,
al atravesar el soldado romano con un lanzazo 
el corazón de Cristo, que acababa de entregar
su Espíritu al Padre; de su sagrado corazón
infartado de puro Amor, sale al instante sangre y agua.

En ese momento, el corazón de su Santísima Madre,
es atravesado por la espada profetizada por Simeón,
y el perfume de su pureza y absoluta entrega
y fidelidad hasta el final a su Divino Hijo,
en el extremo, agudo y desfalleciente dolor,
se abre su delicado corazón para sacar a la luz
 lo que estaba escondido,
lo que se alberga en los corazones de los hombres,
no para acusarnos, sino para interceder por nosotros,
aceptando la Cruz de su Hijo amado,
como único camino de salvación.

No murió el Señor en la Cruz para condenarnos
-Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen-
sino para que el hombre se salve por el sacrificio de su Hijo.

Los frutos de conversión, el arrepentimiento sincero,
la confesión sacramental, el cambio de vida,
el dejarse conducir por el Espíritu,
la oración perseverante, fervorosa y confiada;
la caridad con todos, el desprendimiento total
y la alegría y gratitud de sabernos redimidos
por el sacrificio salvífico es lo que
todos los afanes puramente humanos
sufrieron un vuelco total,
se dieron vuelta las mesas
de los cambistas, de un mundo
que todo lo calcula,
sediento de ganancias,
pero que se pierde
los mayores tesoros
y el dinero que es un medio
no va donde se le necesita
sino donde renta más.

Los frutos de la Cruz
son los frutos del Espíritu Santo:
brindan paz, sentido a la misión,
y nos hace alegres, esperanzados
y firmes hasta el final,
no importan las contrariedades,
las persecuciones, las ridiculizaciones,
las presiones, las extorsiones, las amenazas, 
las modas o tendencias, ideológicas o costumbristas.

Cristo es el único Camino
Cristo es Verdad y Vida.

¿A quién más iríamos?

Él es la puerta 
y el Buen Pastor
que nos conduce hasta
las praderas del Reino
hasta la Casa del Padre.

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