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Desde el interior cambia uno y cambia el mundo...‏




Cuando prima la ambición de poder y el afán ideológico hegemónico (del lado que sea) la política se convierte en lucha de intereses disfrazada de lucha de principios. Los políticos y sus intelectuales adláteres se encargan, como lúcidamente apuntaba el Marx genial (Groucho) de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso e imponer la solución equivocada.

Para resolver problemas de fondo, se necesita imaginación y audacia para encontrar conexiones entre cosas aparentemente desconectadas que nos permiten salir de los pedestres juegos de suma cero, donde al final todos perdemos (menos los aprovechadores de siempre).

Cuando la ambición de poder no es lo que moviliza, sino que se busca el bien del país que construimos entre todos, dejando de lado todo interés personal, uno se libera de las obsesiones maníaco-compulsivas de cambiarlo todo desde afuera antes de examinarse uno mismo muy críticamente. 

La mejor forma de cambiar el mundo para mejor,
es cambiar uno mismo para mejor. Es increíble
lo que se logra con ese humilde grano de arena.

De las conclusiones de cotejar cómo anda uno a cómo anda el mundo,  uno pasa a examinar atentamente la evidencia y la experiencia, sin colocar todas nuestras esperanzas en las estructuras, las leyes, las constituciones y todos los cambios que vienen desde afuera, siguiendo muchas veces modelos (mal) copiados de otras latitudes, y sin verificar si son aplicables íntegramente acá, ni tampoco rastrear los efectos en el tiempo de dichas políticas en otros países.

Si hay ciertas estructuras capturadas por la clase política imperante en su propio beneficio, hay que ponerlas en evidencia, explicitar en qué forma perjudican al país, y analizar sin abanderizarse tempranamente, ya que probablemente  los beneficios son transversales a casi toda la clase política enquistada en dichas estructuras, y no sólo se beneficia un sector. Si no es así, hay que probarlo, pero sin anteojeras.

El cambio relevante está en cada uno.  En reconocerse limitado, plagado de miserias.  Que uno, o los de su bando, cooalición, alianza o lo que sea no son necesariamente los buenos  y el resto son los malos.

Dejar de operar con mecanismos tramposos, sofistas, extorsionadores; eslóganes engañosos y toda la retórica del lado que sea, con que se atrae al electorado, para llevarlos más adelante hacia la previsible decepción.

Sería bueno que fuésemos capaces, junto con hacer cambios, ojalá para el bien del país, de rastrear las consecuencias de dichas reformas, y ver si constituye un verdadero progreso, por ejemplo, desestabilizar las familias, promover la matanza de inocentes, o mantenerse alertas ante otros males gravísimos que amenazan nuestra estabilidad democrática desembocando en una explosión de violencia, narcotráfico y guettos.

Por algo hace algunos años un hiphopero de Cerro Navia dijo textualmente en una entrevista radial: «No me pregunten por qué, pero llegó la democracia y llegó la pasta base».
Ojo que no es lo mismo que llegue la alegría que llegue el paraíso artificial (e infierno real) del 'éxtasis'.

Se enseña con el ejemplo.  Si se quiere combatir el consumismo,  el alarde escandaloso de riqueza, los grupos de poder económico o lo que sea; primero seamos realmente austeros,
partiendo por el gobierno y la clase política hasta cada individuo.  Enseñar con el ejemplo, siendo generosos y desprendidos, pensando en la próxima generación más que en la próxima elección.

Ojo que el capital ataca huyendo. Y necesitamos inversiones,
una institucionalidad que funcione. Más visión y menos calculadora.  Más compasión y menos descalificaciones por doquier, una rabia permanente, neurótica e inconducente.

Pero sobre todo necesitamos invertir en calidad humana,
educación desde las familias hasta las instituciones,
en la calle, en los estadios, en el ámbito personal y cívico.

Paz y armonía en medio de la diversidad de opiniones, 
ojalá fundadas en la razón y el corazón bien puesto.

Lo cortés no quita la valiente.
Así como la paz no es pasividad.

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