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Constituir la patria



por Joaquín Fermandois 
Diario El Mercurio, Martes 18 de Septiembre de 2012 





Es posible que no exista otro continente donde los países se hayan dado tantas constituciones como en América Latina. Tiene que ver con la "eterna crisis" política de nues- tro continente después de la formación de repúblicas, aunque algo morigerada con el pa- so del tiempo.

Para los europeos, la seguidilla de crisis hizo del ejemplo latinoamericano una excusa para chiste fácil o ejemplo cruel. Karl Marx opinó que los estadounidenses habían hecho un bien a la civilización al arrebatarles California a los mexicanos. Y el gran Alexis de Tocqueville, cada vez que muestra un ejemplo de dónde ha fracasado la civilización, habla con desdén de las républiques sudaméricaines. Siglo y medio después, calificaciones de este calibre nos suenan algo extremosas, y -por dar el ejemplo evidente- la historia del centro y del este europeos de la primera mitad del siglo XX no permitiría ningún tipo de arrogancia.

Nada quita, sin embargo, que nuestros países deberían tener mejor política que la que tienen. Chile tu- vo largos períodos de institucionalización, aunque interrumpidos de tanto en tanto (1891, 1924, 1973); es posible afirmar, quizás sin soberbia, que ha tenido en este sentido un nivel más alto que la mayoría de los países latinoamericanos. También sobresale el que esas crisis fueron producto de situaciones que no se supo manejar, más de una vez inventadas artificialmente, resultado de prestidigitaciones hábiles pe- ro insensatas.

Lo mismo sería con una solución a todos los males del pasado, del presente y del futuro mediante una nueva Constitución, hija de una asamblea constituyente. Nos acercaríamos a la enfermedad latinoamericana, donde cada nueva iluminación da a luz una nueva Constitución. Ecuador va en la número 20. Con esa mentalidad van a seguir varias más. En vez de constituir un residuo de la experiencia política en la historia, la Constitución, así concebida como cura mágica, se convierte en un juguete retórico.

Cuando en los países republicanos ha habido nuevas constituciones, han sido resultado de crisis dolorosas. Habrá que repetir que Inglaterra nunca ha tenido una Constitución formal; que EE.UU. sólo ha tenido una, la que se otorgó para la independencia. En Francia, la patria de la Revolución, su Constitución moderna surgió de una revolución sanguinaria, y así sucesivamente, de diversas catástrofes. La última, la de De Gaulle, de la V República, refrendada plebiscitariamente de manera competitiva, que después de medio siglo todos aceptan y afirman, estuvo relacionada con la guerra de Argelia. La alemana de 1919, notable documento, no sirvió para nada, como resultado de las querellas ideológicas; la de 1949, admirable en tantos sentidos, se produjo después del mayor cataclismo del siglo y de una gran maduración. Algo parecido en Japón, una democracia surgida en un espacio cultural tan distinto. Y así, suma y sigue.

La nuestra no surgió del plebiscito de 1980, en lo esencial llevado a cabo fuera de las reglas del juego democrático, sino del plebiscito del 30 de julio de 1989, fruto de la paz, así como de sucesivas reformas hasta culminar con la de 2005. Cierto, queda el tema del binominal, que llama a una reforma, puesto que ya cumplió su misión. Sería imprudente aferrarse a él, como en otra época lo era obstinarse en el cohecho (no era para tanto su importancia, pero era muy feo). Que esto justifique volver a la nada de reconstituir la realidad política sería un pésimo servicio a la patria. Ésta es hija de una experiencia que comenzó hace casi 500 años, como la república que hoy cumple 202 años desde el soplo inicial. Vivámosla, no juguemos con ella.



http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/09/18/constituir-la-patria.asp

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