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Apuntes para entender el carácter de Piñera‏



por Héctor Soto
Diario La Tercera - Reportajes, domingo 2 de septiembre de 2012

Luego de que esta semana Sebastián Piñera bromeara en el sur diciendo que Andrés Allamand era el próximo Presidente, se reabrió el debate sobre su personalidad y sentido del humor. Jovino Novoa habló de incontinencia verbal del Mandatario y la ministra Matthei le retrucó al senador que se olvidaba de que al Presidente le gusta “pelusear”. Son distintas formas de verlo y entenderlo. Las siguientes observaciones no pretenden construir otra tesis sobre el Presidente. Ya hay demasiadas.

MISTERIO. Tras todo político hay un doble fondo y más misterio del que aceptan las historias oficiales. En el Patricio Aylwin real hay bastante más sombra que en la imagen del padre bueno y desprendido que se acuñó para el Chile de la reconciliación. En Frei hay complejos no resueltos. En Lagos, zonas de oscuridad a las que nadie ha entrado. Tras la sonrisa diáfana de Bachelet se dibujan desconfianzas insalvables.
TRIPLE VIDA.García Márquez dice que todo hombre tiene una vida pública, una vida privada y una vida secreta. De la vida de Sebastián Piñera conocemos algo de la pública, poco de la privada y nada de la secreta.
LA INFORMALIDAD. Hay analistas que creen que los gobiernos se definen en sus 100 primeros días. La verdad es que exageran. En el caso de Sebastián Piñera, su estilo de gobierno se definió en los primeros 30 minutos. Hay que revisar las imágenes de la ceremonia de transmisión del mando. Más que a una ceremonia, parecen corresponder a una zafacoca. Nada se ajustó a protocolo. Todo discurrió al ritmo de un procedimiento simpaticón, improvisado, divertido, amoroso incluso en algún momento, pero de solemne, de cívico, de republicano, ni un ápice. Nada. Iba a ser uno de los sellos de su administración. Es cierto que un fuerte temblor contribuyó a desordenar más el naipe todavía. Pero la cosa ya venía mal. Llegaba al gobierno un político al que le iba a costar mucho -todavía hoy le cuesta- asumir la formalidad, la carga simbólica y el peso representativo que tiene la Presidencia de la República en Chile. En eso la república ha invertido siglos y ya se puede decir con propiedad: el que se desajusta, pierde. No hay caso. Piñera es informal. Informal en los gestos, en los movimientos, en el lenguaje. Se sale del perfil arquetípico, del libreto y de la estatua que la gente espera del Primer Mandatario. Piñera es Presidente, pero -por decirlo así- no se la cree. Hay quienes recuerdan que en una visita hace dos años al Centro de Convenciones Pacífico de Yokohama, Japón, hizo trizas el severo protocolo nipón. Incómodo ante el retraso del entonces Presidente ruso, Dimitri Medvedev, con quien firmaría un acuerdo en el marco de la cumbre Apec, comenzó a revisar su BlackBerry y a teclear ahí mismo para enviar correos a sus ministros. Al diablo con la formalidad.
LA CAMISA DE FUERZA. Sí, el protocolo es una camisa de fuerza para el Mandatario. Allí donde el Presidente Lagos florecía y se agrandaba, Piñera se achica y se marchita. La coreografía del poder no va con él. Le da lo mismo vestir un traje fino que una pilcha. Le da igual llevar la misma corbata durante tres días si Cecilia Morel no estuvo para cambiársela. Suele estirar los límites. En la cena del año pasado a Barack Obama, en La Moneda, sorprendió a los asistentes destacando la belleza de la esposa del mandatario de EE.UU. Y aseguró que lo mismo había hecho su invitado con su señora, la primera dama. “Sin duda he hecho un gran esfuerzo por compatibilizar lo que es la esencia de la persona del Presidente con lo que son los requerimientos y exigencias del cargo. Lo que más me cuesta aceptar son las rígidas normas del protocolo y de la seguridad, porque yo había vivido una vida prácticamente sin protocolo y sin seguridad”, dijo en diciembre de 2010.
EL ESTADO SOY YO. El Presidente sabe que en teoría los buenos administradores son aquellos que saben delegar. Sabe que ni el centralismo ni la planificación central funcionan. Pero en la práctica, a él le gusta meterse en todo porque solo de esa manera siente tener las cosas bajo su control. Por eso está en todo. Por eso les concede poca autonomía de vuelo a los ministros. Se mete en lo grande -lo que está muy bien-, pero también en lo chico. Y como tiene una mente capaz de manejar, de cruzar, de procesar una impresionante cantidad de datos, sabe bastante de muchas materias. Todo tiene un límite, sin embargo. Cuando el Presidente entra a discutir tasas marginales en los premios o castigos de las concesiones, cuando pone en entredicho si el subsidio va a estar antes o después, cuando entra al detalle del detalle, a lo mejor aporta un grano de arena a los indicadores de productividad del aparato público chileno. Pero también tranca la máquina y detiene los proyectos. El último que pudo decir el Estado soy yo fue Luis XIV. Pero el hombre tenía sus problemas y la monarquía borbónica también. Los gobiernos son buenos o malos no en función del jugo que le sacan a cada peso que invierten, sino en función de lo que dejaron en obra tangible: carreteras, edificios públicos, buenas urbanizaciones, desarrollo, grandes modernizaciones. ¿A quién le importaría hoy que los indicadores de eficiencia del Estado francés no hayan sido muy buenos durante Napoleón? Ya durante la campaña, cuando el grupo Tantauco le presentó las 36 comisiones encargadas de elaborar el programa de gobierno, pidió detalles a los autores. Miguel Flores, entonces director de la Fundación Jaime Guzmán y hoy subsecretario, recordó hace algún tiempo que Piñera le cuestionó que la “píldora del día después” fuera abortiva. “Estuvo unos 45 minutos citando publicaciones científicas extranjeras. Días después me mandó otro estudio”. En agosto de 2010 desautorizó a sus ministros y se saltó la institucionalidad al anunciar que cambiaría la ubicación de la central termoeléctrica de Barrancones.
LAS BILATERALES. El mejor Piñera aparece siempre en las reuniones bilaterales. Le gusta probarse intelectualmente con los que saben o debieran saber. Y goza como cabro chico cuando sorprende a un ministro suyo volando bajo y diciendo algo que no es exacto. Domina los temas, se prepara, es listo y rápido. Es capaz de mejorar mucho los proyectos y de ocuparse personalmente en destrabar las inversiones. Las tasas a las cuales ha estado creciendo la economía chilena no son sólo por la gracia de Dios. Es porque hay gente idónea a cargo y porque él está encima. A veces, claro, este rasgo patea en contra. El problema de querer ser más listo que los especialistas o que los ministros lo lleva a sospechar que hay gato encerrado en todo o que la gente trabaja con ideas estúpidas sólo porque no se le ha ocurrido trabajar con ideas inteligentes. No, eso es simplismo. Las cosas con frecuencia son un poco más complejas. Su gabinete resintió ese estilo apenas llegó al gobierno. En la semana posterior a su primera cuenta ante el Congreso Pleno realizó 32 reuniones bilaterales. Algunas duraban hasta cuatro horas y se habilitaba un data show para las exposiciones. El Mandatario solía exigir objetivos, fórmulas y plazos. Se trata de una suerte de examen de grado. Pablo Longueira las criticaba desde el Parlamento, pero cambió de opinión al llegar a Economía. “Hoy me he convertido en un fanático (de las bilaterales), porque el Presidente se involucra en cada una de las decisiones relevantes”, dijo el ministro el año pasado.
SUPERDOTADO. Piñera es inteligente, sin duda. Pero, ojo, hay muchos tipos de inteligencia. Howard Gardner, profesor de Harvard, distinguió siete tipos de inteligencia en 1983 y después agregó dos más. Su planteamiento está lejos de ser la biblia sobre la materia, pero da cuenta de la dificultad y el riesgo de manejar conceptos muy simplistas o monolíticos. Cuando hablamos de inteligencia no siempre todos queremos apuntar a lo mismo. La inteligencia del Presidente, al parecer, no es especulativa. Mucho menos emocional. Pero sí califica en el manejo de problemas de variables múltiples. Ahora bien, como diría Bonvallet, así como Dios te da, Dios también te quita. La suya, además, es una inteligencia muy parecida a la astucia. Es listo y astuto como los zorros. Por eso es tan bueno para los negocios. Además, es concreto. Y tal vez porque es tan concreto es que le gusta poco la política. De hecho, de la política lo que más retiene son las cosas concretas: los datos, las cifras, las citas. En Economía de la Universidad Católica se graduó con 6,87 y luego sacó un doctorado en Harvard en tiempo récord: para el primer ensayo de su tesis comenzó a las ocho de la mañana y no paró hasta el día siguiente. Trabajó 30 horas seguidas.
EL LOBO ESTEPARIO. Sebastián Piñera siempre ha trabajado solo y no es lo suyo constituir buenos equipos de trabajo. Para muchos, el Presidente es un notable solista, un director de orquesta apenas reguleque. En el mundo de los negocios nunca hizo equipos. Tuvo sí buenos empleados, y muchos grandes ejecutivos y empresarios se formaron en realidad bajo su sombra. Pero eran sólo eso: buenos complementos. Ultimamente trabajó con dos o tres jóvenes probadamente talentosos y disciplinados, pero que no le hacían el peso en términos ni de experiencia ni de opinión. Precisamente porque está acostumbrado a trabajar solo, se aburre con la dinámica del trabajo en grupo. Le aterran las reuniones parloteras y extraviadas. Le gustan poco los consejos de gabinete: lo suyo son las bilaterales. Se impacienta con las intervenciones demasiado largas y con los discursos previsibles que sabe de antemano y al minuto y medio dónde van a terminar. La ministra Evelyn Matthei trabajó con él en Cepal y después en Bancard. “Lo primero que hacía era explicar lo que quería lograr. Si tenía dudas te recibía al tiro, sin formalidad. Te hacía las preguntas clave. Pobre del que no estuviera preparado. No lo soltaba”, dijo hace algún tiempo.
RECAMBIOS. Así como no es bueno para armar equipo, tampoco es bueno para desmantelarlos. Le cuesta un mundo despedir. En su propio gabinete hay piezas que han estado goteando aceite por meses, pero él se niega a reemplazarlas. Siempre espera que se puedan recuperar. Las remociones para él nunca son gratis. Lo que sí es gratis es que la gente le diga que se cansó y se quiere ir. Algunos ministros que han abandonado el gobierno, como Felipe Kast, recibieron ofertas de trabajo. El ex titular de Mideplan se convirtió en delegado presidencial para aldeas y campamentos. Felipe Bulnes renunció a Educación y luego fue nombrado embajador en EE.UU. Más de un año después de dejar Energía, Ricardo Raineri fue designado en julio como director ejecutivo alterno y representante de Chile ante el Banco Mundial.
BLINDAJE. Sebastián Piñera es un duro que sobrevivió a muchas operaciones de destrucción y exterminio. No tiene mucho sentido recordarlas una por una. Pero lo que sí hay que recordar es que no es de los que se deja abatir fácilmente. Cualquiera se hubiera deprimido con los índices de desaprobación que las encuestas le han estado asignando. Sin embargo, él no pierde ni el humor ni la calma. Aunque sí se puede poner nervioso en situaciones de crisis. Cuando está nervioso, más bien tiende a aislarse y puede salir con soluciones riesgosas. Hay testimonios que dicen que se vuelve raro, autista, un poco alienígena. Cuando más arrinconado estaba el gobierno por los estudiantes el año pasado, llamó a los dirigentes para reunirse en La Moneda y ni siquiera le avisó al ministro Felipe Bulnes. Piñera en momentos de crisis -dice alguien que lo conoce- arriesga, y no pocas veces arriesga demasiado. “He tenido muchas situaciones difíciles. Pero lo mejor de mí sale en los momentos más duros”, reflexionó hace un tiempo.
LA PATOTA. A pesar de trabajar mucho mejor solo que acompañado, para divertirse al Presidente le gusta la patota. Cree en la amistad y la cultiva. No es tampoco de los que ande cambiando de amistades semana por medio. Los amigos le duran y los reúne en torno a un círculo que tiene mucho de club de Tobi. Asados, veraneos, excursiones, paseos y vuelos son las grandes convocatorias del llamado tercer piso. El círculo se agranda o se achica según la ocasión, aunque siempre hay bastante humor y un poco de chismes de alcoba. Hay una cierta moral de paseo de curso de tercero medio en la manera en que se divierte con los suyos. Una mezcla de candor, inmadurez y peluseo.
LA COMPETENCIA. Los clubes de Tobi son territorios privilegiados de masculinidad. Ahí se compite por todo. Quién llegó primero, quién llegó más lejos, quién muestra algo más grande. Vivir es competir. Para las autoras del libro Sebastián Piñera, historia de un ascenso, se trata probablemente de un resabio de su educación. Su padre, José Piñera, hizo competir desde niños a sus hijos José, Sebastián y Pablo. “Busca ganar, pero no para consumir, como ha sido tradicional en la elite chilena, sino para invertir y volver a ganar”, ha señalado Lucía Santa Cruz, decana de la Universidad Adolfo Ibáñez.
EL WINNER. ¿A quién le gusta perder? Obviamente que a nadie. Pero hay personas con una cierta resistencia al fracaso, a que te vaya mal, a que no consigas lo que te propusiste. Entre esas personas no está Piñera. Le cuesta dejar pasar una, quiere ganarlas todas. Todavía muchos recuerdan que en uno de los últimos foros de la campaña contra Michelle Bachelet (2005), Andrés Velasco le dijo que no había sido profesor de Harvard, como se leía en su curriculum. ¿Tenía tanta importancia el tema? Se defendió como gato de espaldas de la acusación de falsear sus datos. Y perdió un tiempo precioso de exposición en refutar algo que al común de la ciudadanía le importaba un rábano. “Algunos consideraron que al final de la campaña se terminó dando la ‘tormenta perfecta’ y que no era posible ganar. Yo dije: ‘Igual vamos a ganar’”, señaló en enero de 2010.
NO SE OYE, PADRE. El Presidente es hombre de block y lápices Bic. Efectivamente, toma nota de todo. Hay quienes dicen que oye mucho pero escucha poco. Como es tozudo, casi nunca cambia de idea. Y como puede llegar a ser terco en su tozudez, le cuesta más aprender de los errores. Casi siempre se topa con la misma piedra: su propio carácter. Muchas veces lo traicionan su temperamento, su incontinencia, su locuacidad, su tentación a ser ocurrente... El 25 de agosto, durante una revisión de trabajos militares en la carretera austral, Piñera bromeó al lado de Andrés Allamand. “Creo que nunca un Presidente había estado aquí...y nunca un futuro Presidente había estado aquí”. Al día siguiente, cuando los partidarios del ministro Laurence Golborne seguían molestos con la frase, Jovino Novoa dijo: “El Presidente muchas veces peca de incontinencia verbal”. Matthei defendió a Piñera: “La gente en general ve al Presidente tan serio, tan trabajador, tan ejecutivo, y no ‘cacha’ que es bastante ‘pelusa’ y muy bueno para la ‘talla’”.
ES BROMA. Tiene mucho sentido del humor. No sólo se ríe de los demás, que es la parte fácil de tenerlo, sino también de sí mismo, lo que ya es difícil y, por lo mismo, más escaso. Le encantan los juegos de palabras y las paradojas. Bromea con todo. Con las aspiraciones presidenciales de los ministros, con el débito conyugal de sus amigos, con la conducta de los parlamentarios, con las indiscreciones de las esposas, con las metidas de pata de visitas ilustres, con el ancestro de los embajadores, con los pecados de familia, con los negocios frustrados de gente que quiere. No se le va una. Y vuelve sobre los mismos tópicos una y otra vez, hasta convertirlos en “motes”, en cuentos consabidos, en mitos urbanos. A veces se descoloca, sin duda. El chiste de las diferencias entre las mujeres y los políticos no es tan malo como lo pintan. Sólo que es políticamente incorrecto (¿Saben cuál es la diferencia entre un político y una dama? El político dice sí cuando quiere decir tal vez; dice tal vez cuando quiere decir no, y si dicen no es que simplemente no es político. La dama dice no cuando quiere decir tal vez; dice tal vez cuando quiere decir sí y si dice sí a la primera, bueno, significa que no es tan dama). Y no es como para decirlo en el exterior, frente a otro presidente, en una visita de Estado.
¿OLIMPICO?Quizás haya pocos políticos con más heridas que Piñera, producto tanto del fuego enemigo como del llamado fuego amigo. Sin embargo, se diría que no conoce el rencor. Hasta de Ricardo Claro, que a él -por decirlo en corto- lo odiaba, hablaba bien. Es muy inteligente, solía decir. Y como es de los que sobreestima la inteligencia, con eso en realidad lo ponía muy arriba. ¿Grandeza, humildad, generosidad olímpica? A lo mejor no. Tal vez su memoria corta para las enemistades o puñaladas no proviene de ahí. La explicación puede ser más pedestre: como al Presidente no le es fácil conectar emocionalmente con las personas (lo cual es una desventaja), tampoco le es tan difícil dejar de enganchar con odiosidades o pasiones (lo cual sin duda que es una ventaja). Precisamente porque no tiene problemas en dar vuelta la página de episodios ingratos, hoy están en su gabinete figuras como Evelyn Matthei, con quien se enfrentó en el Piñeragate, y Andrés Allamand y Pablo Longueira, que formularon ácidas críticas al gobierno mientras eran senadores. “No soy rencoroso ni me gusta llevar esas estadísticas”, dijo al ganar la elección y ser consultado por los que no lo habían llamado para felicitarlo.
CONFIANZA. Todo político, todo mandatario, tiene que cuidarse de sus enemigos y del peligro. Los mejores animales en esta fauna tienen un radar poderosísimo para detectar amenazas. Quienes mejor se manejan intuyen dónde está el riesgo sin necesidad de tener que blindarse en la paranoia extrema. Piñera necesita para trabajar un entorno de gran confianza, pero no es de los que anda en busca de puros incondicionales. Su primer círculo de confianza -contados con los dedos de una mano- son el ministro Hinzpeter; la jefa del segundo piso, María Luisa Brahm, su hija Magdalena e Ignacio Rivadeneira, que más que director de Contenidos del staff presidencial es como hijo suyo. Quizás habrá que agregar uno que otro más. Son pocos. Con ellos comparte mucha información. Pero con nadie toda la información. Como en las células extremistas, le gusta la información compartimentada. Por las dudas y por si acaso. La película completa la tiene sólo él.
UN CUENTO. A veces las personas se definen más por lo que ocultan que por lo que dejan ver. Los siquiatras son especialistas en mirar a contraluz. Cuando se topan con alguien demasiado arrogante dicen que es inseguro. Cuando alguien carretea mucho preguntan de qué está huyendo. Desconfían de las verdades y conductas literales. Hay un cuento gremial de siquiatras en el prólogo de un viejo libro de entrevistas. Dice que un paciente se tiende en el diván de su sicoanalista y durante 50 minutos no para de hablar: va y viene de la infancia, llora y ríe, oscila entre la exaltación y el reposo. Cumplido el tiempo, el terapeuta, que ha permanecido en silencio, le dice que está bueno, que continúen la próxima sesión y que todo fue muy interesante. “Será interesante”, le dice el paciente, “pero sepa usted que todo lo que le dije es mentira”. “Eso es todavía más interesante”, le dice el siquiatra. Los siquiatras nunca pierden.

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