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Movidos por el amor‏





Domingo V
Amor y cumplimiento

Patricio Astorquiza Fabry, 
Capellán del Colegio Nocedal 
Diario El Mercurio, domingo 13 de mayo de 2012

El Evangelio de hoy contiene un pasaje de la Última Cena. Jesús asocia su amor al Padre con el amor por nosotros, y con nuestro amor manifestado en cumplimiento. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor". Y un poco más adelante: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado".

Podemos considerar el texto por partes. Jesús no vino al mundo porque le hiciera falta, sino por un amor totalmente desinteresado. El amor y no el deber es lo primero. No viene por tanto a revelar o a recordar nuestros deberes con Dios, sino en cierto modo los "deberes" que Dios se impone por nuestra salvación. Dios es amor, y se manifiesta como amor. Pensar en la Encarnación como una maniobra para someternos, lleva a concebir la religión como una carga impuesta por la fuerza. Un cristianismo así concebido da prioridad al sometimiento por sobre la gozosa libertad de los hijos de Dios.

En segundo lugar, Jesús asocia el amor con un cierto comportamiento. Para saborear el amor del Padre y el suyo, debemos asemejarnos a Él. El antojo y la arbitrariedad no sintonizan con la armonía divina. A muchos que se sienten atraídos por la propuesta del amor les repele ordenar su voluntad y su actuación. Su idea del amor pone el énfasis en el gusto de sentirse apreciado y favorecido, sin obligaciones en contrapartida. Por otra parte, no se trata de merecer el amor de Dios cumpliendo sus mandatos a regañadientes, sino de amar con obras, aprendiendo a darse amando. La palabra "amor" se asocia con la libertad, y la palabra "mandamiento" es habitualmente asociada con limitaciones a ella. La combinación correcta que sugiere el Maestro es cumplir con su estilo de vida, movidos por el amor.

Por último, la oferta es "que os améis unos a otros como yo os he amado". Muchos autores espirituales comentan que se nos ofrece algo mejor que el Antiguo Testamento, que propone sólo "amar al prójimo como a sí mismo". El amor de Jesús es mayor que el amor por uno mismo. Va más lejos. Si se pide y recibe, se entiende por qué agrega Él: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a su plenitud".
En este juego entre al amor por deber, y el deber por amor, se mueve el alma que busca la perfección. Debemos pasar paulatinamente del servilismo a la amistad. Lo dice Jesús en este mismo Evangelio de la Misa de hoy: "Yo no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer".

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