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por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 12 de Mayo de 2012
Diario El Mercurio, Sábado 12 de Mayo de 2012
No me acuerdo dónde lo leí, pero me gustó tanto que lo anoté en mi libreta. En una obra de Luigi Pirandello, Cada cual a su manera, el personaje Diego pregunta: “¿Es que no quieres darte cuenta de que tu conciencia significa precisamente los demás dentro de ti?”.
Los demás dentro de uno. Un personaje de Pirandello dice que la conciencia significa los demás dentro de uno. ¿Quiénes son los demás? ¿Quiénes nos habitan? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con qué intensidad? ¿Qué calidad de vida llevan dentro nuestro? ¿Viven en nosotros como apariciones fugaces o se sientan a conversar sin apuro?
Antonio Tabucchi estaba en una modesta pensión de Lisboa un domingo de verano cuando fue visitado por su padre que llevaba un buen tiempo muerto. ¿Por qué no se presentó en casa?, preguntó el italiano: “¿Será cierta forma de timidez que tienen los difuntos? ¿Cierta dificultad en volver a un lugar demasiado familiar para ellos?”. ¿Hay alguien que no sea visitado por sus muertos? A mí me visitan con frecuencia los amigos muertos y ahora último mi hermana. El miércoles 21 de marzo apunté en mi libreta: “Siento que la energía de mi hermana Caty revolotea alrededor mío”. No espero a mis muertos ni les doy cita. Aparecen. A veces estoy sentado en mi escritorio escuchando una partita de Bach y vienen a instalarse. A veces se quedan a comer y hasta duermen con uno. ¡Cuántos sueños en su nombre!
Antonio Tabucchi estaba en una modesta pensión de Lisboa un domingo de verano cuando fue visitado por su padre que llevaba un buen tiempo muerto. ¿Por qué no se presentó en casa?, preguntó el italiano: “¿Será cierta forma de timidez que tienen los difuntos? ¿Cierta dificultad en volver a un lugar demasiado familiar para ellos?”. ¿Hay alguien que no sea visitado por sus muertos? A mí me visitan con frecuencia los amigos muertos y ahora último mi hermana. El miércoles 21 de marzo apunté en mi libreta: “Siento que la energía de mi hermana Caty revolotea alrededor mío”. No espero a mis muertos ni les doy cita. Aparecen. A veces estoy sentado en mi escritorio escuchando una partita de Bach y vienen a instalarse. A veces se quedan a comer y hasta duermen con uno. ¡Cuántos sueños en su nombre!
Anoche leí el texto con que el judío David Grossman inauguró un Festival Internacional de Literatura en Berlín y pensé en cómo se siente mi madre con la muerte de su hija, mi hermana. Grossman estaba escribiendo una novela donde la protagonista era una madre israelí de cincuenta años cuyo hijo va a la guerra. La madre se angustia por lo que pudiera pasarle a su hijo y decide que su forma de luchar para mantenerlo vivo será recorrer el país a lo largo y ancho contando la vida de él. Entiende que de esa manera lo estará protegiendo: contar la historia de su vida. La mujer lleva consigo un cuaderno en donde escribe: “Miles de momentos, de horas y días, miles de acciones, un sinfín de actos, de intentos, de errores, de palabras y pensamientos, todo ello para formar a una persona en el mundo. Una persona que es tan fácil de destruir”.
Cuando se cumplió un año exacto de la muerte de Catalina, mi madre reunió a los más cercanos para proyectar una selección de fotos en donde narraba desde su sensibilidad la historia de vida de su hija menor. La secuencia destilaba amor y esmero.
La Caty, que había estado revoloteando en esos días, apareció con más fuerza todavía esa noche. Una vez la llevé a ver una obra de teatro infantil a la sala Cámara Negra. No recuerdo qué fuimos a ver, ni tampoco estoy tan seguro de que haya sido en esa sala. Sólo me acuerdo de que a ella le gustaba hacerse pasar en esos casos por mi hija, una niña de cinco o seis años y su padre joven, de 22 o 23. Yo ya trabajaba en Apsi y ella iba al colegio. La Caty gozó porque nos encontramos con una pareja que me ubicaba de la revista pero no tenía cómo saber que ella era mi hermana menor. Hicimos el show completo. Ella me llamó papá y yo la presenté como mi hija. Recuerdo haber disfrutado la actuación, y por mucho tiempo ese recuerdo de complicidad nos acompañó a los dos.
No entiendo aún qué sucedió. Ya habrá tiempo de averiguarlo. A veces hablo con ella en sueños. Me obsesiona escribir sus días y sus noches. Quiero ser justo con su memoria. No pienso en una biografía. Me resisto a que su historia se diluya en el tiempo. Me rebelo contra eso. ¿En qué momento nos convertimos en nada? ¿Cómo y cuándo la palabra es un vehículo de la memoria? ¿Cómo dejar de ser parte de una multitud sin nombre ni rostro? Narrar su vida exige entrar en su pensamiento, como también experimentar sus dolores y fantasías. Redimirla, en parte: como hizo mi madre con aquellas fotografías. Ella reclama ser narrada. Sé que es así. No sé por qué lo sé, pero sé que es así. Contarte, Catalina, entre los vivos.
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