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Modernización capitalista que hace que todo lo sólido se desvanezca en el aire...‏



El Rata y el Golpe
por Carlos Peña
Diario El Mercurio, Domingo 16 de Septiembre de 2012

El Rata nació en pleno proceso de expansión del consumo, cuando los ideales de la autonomía individual comenzaron a expandirse y cuando, al mismo tiempo, las instituciones que contenían y modelaban la subjetividad, desde la Iglesia al barrio, comenzaron a debilitarse. 
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¿Tiene algo que ver el asesinato de un carabinero y el aniversario del Golpe?
Parece que no.
Lo más probable es que los asesinos del carabinero (a pesar de haber cometido su crimen el día once) ni sepan quién fue Pinochet, Allende o Frei, dónde queda La Moneda o en qué consiste la democracia. Y es seguro que, mientras disparaba, al asesino no lo animara la fiebre ideológica, sino la ausencia de ideas; no el odio, sino la más profunda displicencia; no el anhelo de justicia o siquiera de venganza, sino la simple barbarie; no el fervor, sino la anomia.
Para los días del Golpe, alguien como el Rata (sea o no él el asesino, no cabe duda que el asesino debe parecérsele) hubiera sido un campesino o un proletario, una persona que habría aprendido a moderar sus expectativas o a compensarlas con alguna forma de fe ideológica o religiosa. De esa manera -en la idea de un destino común- sus apetitos se habrían sublimado y su insatisfacción habría tenido un lugar más o menos explicable aún en el desigual cosmos donde se juega el destino humano.
Pero el Rata -y los otros como él que hoy mismo deambulan en algunos barrios de la periferia santiaguina- vino al mundo apenas hace dieciséis años, en pleno proceso de expansión del consumo, cuando los ideales de la autonomía individual comenzaron a expandirse y cuando, al mismo tiempo, las instituciones que contenían y modelaban la subjetividad, desde la Iglesia al barrio, comenzaron a debilitarse. Fue el proceso de modernización capitalista que comenzó en los ochenta. En el Manifiesto Comunista, Marx (que fue un feroz crítico de lo que entonces se llamó el lumpen proletariado, esos grupos marginales sin conciencia de clase, carentes de intereses comunes) dice que la modernización capitalista es tan dinámica que hace que "todo lo sólido se desvanezca en el aire". Y es cierto. Cuando las condiciones materiales de existencia cambian, los grupos tradicionales, las costumbres, los prejuicios y las creencias que ordenaban la vida y enseñaban a tolerar la frustración, principian a debilitarse y a disolverse como si fueran humo.
El efecto es, en lo principal, benéfico. Las élites se debilitan; la secularización se acrecienta, el consumo se expande, los signos externos de estatus principian a desaparecer. Pero el proceso también tiene sus patologías. Durkheim (uno de los que desarrolló la teoría de la anomia) lo advirtió muy tempranamente. Sin esos lazos invisibles que establecen siquiera una mínima comunión con el grupo, la vida humana queda sin andaderas y el resultado es la desolación. Durkheim vio en el sistema escolar y en el Estado (las cosas que en Chile se han abandonado) la forma de disminuir esa patología, casi fatídica, de los procesos de modernización. Mediante la escuela, enseñó, las sociedades y los grupos transmiten a sus nuevos miembros una misma conciencia moral, un lazo invisible que modela el deseo, talla la conciencia y orienta la conducta. Pero, insistió, una modernización entregada a sí misma y que deja al garete sus agencias de socialización (empezando por el Estado, la primera de todas ellas) puede condenar a algunos de sus miembros a la desolación o, si logran evitarla, a la profunda displicencia y el desdén que, desde temprano, aprendió el Rata.
El Rata, es cierto, no tiene idea del golpe; pero es el mejor y el más terrible ejemplo de lo que puede hacer una política, como la que se inició en los ochenta, que, por confiar en la espontaneidad de las relaciones sociales, acaba renunciando a conducir la vida en común.
¿Significa lo anterior que el Rata (o quien haya sido el asesino) es inocente y la sociedad que lo dejó al garete culpable?
En absoluto. Dentro de las varias cosas que decía Sartre, hay una que vale la pena recordar: no importa tanto lo que han hecho del hombre, lo que importa es lo que él hace con lo que han hecho de él. Si se exculpara al Rata, o a quien fuera, por consideración a la vida que le tocó, se le despojaría de su dignidad que consiste, incluso en los peores momentos, en la capacidad de ser responsable.

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