WELCOME TO YOUR BLOG...!!!.YOU ARE N°

La cara roja del dieciocho



por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias,
Martes 18 de Septiembre de 2012

El 18 me trae algunos 
cuadros de la memoria:
me devuelve imágenes
de Temuco y sus árboles 
pintados a la cal,
el olor a fritura de mi casa,
el volantín chupete
sostenido a trescientas yardas,
diminuto punto de luz
contra el cielo brillante.

La gente del sur lo sabe:
ésa era nuestra primavera rusa,
el sol recibido con arcoiris
entre dos granizadas,
el arrebol amenazante o promisorio,
la precariedad total ininterrumpida
por una alegría sin asidero.

Y en medio de todo eso,
en medio de ese arrebato primaveral,
estaban aquellas caras tiradas en las calles,
esas caras llenas de patadas,
de chilenidad y de sangre,
boqueando estertores
como peces varados en un barro
que poco a poco se endurecía
y cuarteaba bajo el mismo viento
que hacía flamear banderas:
todo un fresco del infierno
disfrazado de estampita picaresca.

Todo el mundo 
ha visto una cara ensangrentada.
Algunos han visto sólo una,
otros podrían hacer un catálogo.

Yo no he visto ni muchas ni muy pocas.

Podría ser la de un niño
demasiado sensible de la nariz
o la de un anciano al que
sus últimos días 
lo están tratando con saña.

Da igual.

La cosa es que nadie se muere
sin haber visto antes
una cara ensangrentada.

Desde muy niño se me hizo natural
que el 18 fuera un tiradero de borrachos,
la calle sembrada de caras indiscernibles
entre el barro y la sangre coagulada.

Ahora, claro, parte del paisaje es diferente.

Se han puesto de moda las fondas asépticas,
de vocación declaradamente infantil,
con profusión de camas elásticas
y enormes toboganes inflables,
además de payasitos
y personal debidamente uniformado.

Bajo esos toldos blancos,
donde hasta los anticuchos
parecen de juguete
y hay tanto ánimo dionisíacao
como en un aniversario
de la Fundación Las Rosas
o una kermesse de cota mil,
desde luego sería más fácil
ver un extraterrestre
que un beodo legítimo,
uno de verdad, de esos 
que se van zigzagueando
en el deslinde de los sentidos
y que aún juegan a hacer el cuatro
en el desfiladero de la muerte.

Pero la realidad no siempre
es una feria de toldos blancos
como de cóctel de la Sofofa,
sino que suele ser un revoltijo
de pulcritud y sordidez,
de lozanía y decreptitud,
de risa y llanto.

Hará unos diez años 
pasé septiembre en la nieve,
recorriendo Conguillío,
Icalma, Galletué.

El invierno se había alargado
y pasar el túnel Las Raíces era 
como viajar de California a Siberia
en unos pocos eternos minutos.

El 18 me encontró en Lonquimay
y, apenas llegó la noche, me sentí
como en una película de Sergio Corbucci
cuyo protagonista es apodado Silencio:
hundido hasta las rodillas de nieve,
recibí esa oscuridad blanca y ominosa.

Entré en la «fonda oficial»,
una mediagua de unos veinte metros de largo,
algo así como un container estirado.

Me acodé en el mesón.

El sujeto que estaba a mi lado
no era el gran Silencio,
pero le habría venido bien ese nombre.

Usaba espuelas, sombrero y una manta
que parecía haber sido trapero de caballeriza.

De pronto se volvió a mirarme.
La sangre le cubría toda la cara.

Se bamboleaba en equilibrio inestable.
Levantó su vaso con displicencia,
lo sostuvo un momento en el aire
y se lo tomó al seco, después de lo cual 
hizo un espeluznante ruidito entre los dientes
y dio el primer paso de su largo 
camino hacia la salida del local.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS