por Antonio Gil
Diario Las Últimas Noticias,
jueves 20 de septiembre de 2012
Existe en nuestras fiestas patrias un héroe
siempre relegado a un segundo plano,
apenas presentado como complemento
o accesorio del guerrero y sus laureles,
de la estatua marcial o del huaso diestro
que hace «los cuatro puntos buenos
por la atajada de ijar».
Pero ocurre que Chile,
por su extensión y geografía,
es impensable sin él.
Es nuestro caballo de gesta, de guerra,
de arreo, de exploración y de fiesta.
Ese animal noble entre los animales nobles,
a quien por estos días todos debiéramos recordar
como se merece por haber sido
compañero inseparable de nuestro pueblo,
nuestros antepasados y nuestros próceres,
en todas y cada una de las hazañas.
Motilla se llamó el primero de ellos,
aquel potro tordillo sobre cuya montura
cruzó Diego de Almagro,
bajo una ventisca infernal,
el paso de San Francisco.
Zaino fue el nombre
del caballo de Bernardo O'Higgins.
Diamante es ese corcel de guerra
que hoy vemos en la Plaza Baquedano,
mal nombrada Plaza Italia,
montado en posición de descanso
por el general Manuel Baquedano,
conquistador del Perú.
Recordemos que el casi extinto
arte de la estatuaria
tiene sus reglas muy estrictas
en lo que a caballos y jinetes se refiere.
Si, por ejemplo, en la estatua de un jinete
el caballo tiene dos patas en el aire,
significa que el hombre murió en combate.
Si el animal tiene
una de las pata frontales en el aire,
la persona murió a causa
de las heridas recibidas en lucha.
Y si el caballo tiene
las cuatro patas en el suelo,
quiere decir que la persona
falleció de causas naturales.
Pero también existen bronces
que representan el caballo sin jinete.
Tuvimos la fortuna de ver,
hace un cerro de años,
en casa del gran corralero Juan Espinoza,
una magnífica escultura en bronce
que representaba a Azahar,
el caballo chileno del fundo El Durazno,
propiedad del historiador
Francisco Antonio Encina,
y por entonces prototipo
de raza chilena, obra diseñada
por el escultor Federico Casas
y realizada bajo el ojo experto
de Miguel Letelier
y del propio historiador Encina.
Son las estatuillas que intentan
determinar con la mayor exactitud
los rasgos morfológiocs de la raza.
Tenemos entendido que
ese prototipo ha cambiado
y existe otra figura
que reemplazó a Azahar.
Acordémonos,
a muy grandes trazos,
de que el caballo corralero chileno,
es descendiente de los antiguos
caballos bereberes
del desierto del Magreb,
que pasando por la jaca andaluza,
viene a desarrollar en Chile
una raza singular.
Sus primeros exponentes reconocidos
son los quilamutanos y los aculeguanos,
que toman sus nombres
de sus lugares de origen.
Pero ya sea el caballo que despliega
su inteligencia singular y su gracia
en la medialuna o el caballo militar,
criado con celo por el Ejército
en Haras Nacionales, pasando
por los veloces caballos de carrera,
hasta el modesto pingo carretonero,
los chilenos tenemos
una inmensa deuda
y estos días son inmejorables
paras dedicarles unas líneas
o un par de agradecidos pensamientos.
Buen artículo, sólo pregunto, ¿por que estos temas y no la verguenza de haber quebrado un buen colegio(LAS AMERICAS) propiedad de la Masonería (CLUB DE LA REPUBLICA) que dirige LUis Riveros secundado por Sebastian Jans.
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