La perseverancia de los recuerdos.
La sobrevivencia de la rememoranza.
La insistencia en la validez de lo vivido.
La presencia de la historia personal y social.
La permanencia de las consecuencias de lo aprendido.
La dirección de donde venimos, el impulso que llevamos
no puede ser soslayado al vivir el presente y proyectarnos al futuro.
El futuro es del que lo ve primero.
¿Cómo lo va a ver quien nunca aprendió a contemplar?
¿Cómo va a reconocerlo, llegado el momento,
si no tiene indicio alguno de lo que eventualmente
se le revelará como visión de lo que vendrá?
La mirada enriquecida por la experiencia será, tal vez,
capaz de distinguir entre lo nuevo y lo viejo,
antes de que se manifieste explícitamente,
antes de que se convierta en algo obvio:
pues para entonces, será demasiado tarde.
Será historia, sin experiencia,
presente, sin aprendizaje,
futuro sin porvenir.
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