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TÓRTOLAS MUERTAS

Siempre resulta conmovedor
contemplar algún pajarillo
o ave muerta a la vera del camino.

Es por eso que comprendiendo
la adrenalina que produce
en los cazadores el salir
de excursión y probar su puntería,
el resultado de dicha empresa
me parece tan lamentable
que no vale la pena el ejercicio,
a no ser que se trate de combatir
alguna especie que se ha convertido
en plaga, a condición de evitar
cualquier asomo de crueldad
o sufrimiento innecesario.

No es necesario tener
particulares simpatías
por algunas especies
en particular, para dejar
de conmoverse ante,
por ejemplo,
la escena de un zorzal
estampado contra
la rejilla de un cerco
al tratar de escapar
del ataque de un Peuco
por no reparar a tiempo
en el obstáculo.

Cuando uno ve pasar tórtolas,
como bólidos, por la ladera
del cerro en que vivo,
uno se asombra en principio
que sean tan lentas
a la hora de escapar
de un auto a mediana velocidad.

Claro, las características fisonómicas
que las hace lentas
a la hora de emprender el vuelo,
constituye una ventaja
cuando ya han adquirido velocidad.

En una oportunidad,
mi señora no pudo evitar
atropellar a una,
que quedó inscrustada
en la mascarilla del auto.

Las caras de horror
de los transeúntes
al contemplar la sangre
y el ave destrozada
formando parte
de la parte anterior
del vehículo
fue lo que hizo reparar
a la conductora
del accidente aviar.

No me puedo imaginar
lo que debe haber sido
esa masacre a escalas genocídicas
ocurridas principalmente
en la segunda mitad del siglo XIX
y comienzos del siglo XX
de la especie de ave más abundante
del planeta: la paloma migratoria.

Era legendario su paso que oscurecía
el cielo por horas, mientras
una compacta bandada pasaba
sin descanso por diversos
lugares de Estados Unidos.

Se congregaban en algún determinado sitio
por cientos de millones, destruyendo
con sus deposiciones el lugar,
para partir a ocupar otro hábitat,
después de anidar.

Con el tiempo el guano
regeneraba el bosque
y así se reestablecía
el equilibrio en simbiosis perfecta.

La drástica reducción de los bosques
del noroeste de la nación del norte
fue causando su paulatina declinación.

Pero el tiro de gracia, se produjo
por la combinación del ferrocarril
con el telégrafo.

El segundo avisaba donde se encontraban
estas enormes bandadas, y en tren llegaban
los cazadores, los que no necesitaban
ser expertos tiradores para derribar
en enormes cantidades, con sólo apuntar
a cualquier zona del cielo.

Después , el resultado de la cacería
era cargado en vagones
que servía para proveer de proteína
a los más pobres y también
posiblemente para alimentar
animales domésticos y mascotas.

Cuando la depredación había
llegado a un punto de poner
a la especie en peligro de extinción,
los cazadores no escarmentaron.

La última matanza masiva
ocurrió a comienzos del siglo XX
y la carga ni siquiera sirvió
para alimentar a nadie.
Aparentemente por un
problema de transporte
terminó pudriéndose.

El último ejemplar,
una hembra a la que le pusieron
por nombre Martha,
murió en el zoológico de Cincinnati
en la década del treinta.

Todo este breve relato surgió
porque en los últimos días
en mis recorridos vespertinos por el barrio,
he encontrado dos o tres tortolitas muertas
junto a las cunetas o al costado de las veredas
y como una forma de ahuyentar la tristeza
y rendirles un pequeño homenaje
se me ocurrió sentarme a escribir
para compartir el sentimiento
al observar la fragilidad de estas aves,
no muy diferente de la propia.

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