Diario La Segunda, Viernes 18 de Marzo de 2011http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2011/03/18/el-arbol-del-conocimiento.asp Algunos hablan de un cambio de época. Piensan que habrá, a partir de Fukushima, un antes y un después. Desde luego, como primera reacción de cronista desvelado, se hace difícil, remoto, casi irreal, escribir sobre James Joyce y sus amigos de Dublín, sobre Italo Svevo, sobre esa gente y esas cosas. Desde el sábado 11 estamos leyendo diarios, siguiendo programas especiales de televisión, escuchando comentarios, especulaciones variadas, informes científicos, discutiendo hasta el agotamiento. Hubo un elemento de sorpresa enorme, sobre todo para nosotros, que no esperábamos que un terremoto y un tsunami de la magnitud de los nuestros se repitieran después de sólo un año, y ahora hay uno de espera, de atención no demasiado esperanzada, de incertidumbre esencial. Los expertos avanzan algunas posibilidades, pero da la impresión, por lo menos a un lego, de que nadie sabe con exactitud qué puede ocurrir. Los expertos son capaces de presentar hipótesis más elaboradas, pero dejan abiertos puntos de interrogación que equivalen a verdaderos abismos. Hay situaciones que ya pueden analizarse hoy, pero el accidente todavía no está controlado. Es decir, se puede analizar todo lo que uno quiera, pero al mismo tiempo hay que cruzar los dedos. Me reúno con un pintor de los viejos tiempos, casi contemporáneo mío, y con gente de una generación más moderna. No recuerdo haber conversado sobre las bombas de Hiroshima y de Nagasaki con una intensidad, con una pasión, comparables. Eran sucesos terribles, desconocidos, pero por lo menos ayudaban a poner fin a una guerra devastadora. Los accidentes nucleares de ahora, en el noreste del Japón, parecen, por el contrario, abrir un período más sombrío y más amenazante. A mí me sorprende y me interesa el tono de los artistas de hoy. En nuestro tiempo, comenta el dueño de casa, todos éramos de la extrema de algo. El análisis racional era de por sí sospechoso. Predominaban el ideologismo y el voluntarismo. ¿Y si el pueblo le pide la luna?, preguntaba Jean-Paul Sartre, y Fidel Castro, a su lado, desde su altura, contestaba: ¡Se la damos! Era la contestación esperada en esos años. Ahora, en cambio, un pintor joven, conocido, de éxito, un Claudio Bravo de otra nacionalidad, sostiene que el proceso de construcción de centrales nucleares, tanto en Europa como en otros lugares del mundo, no se puede interrumpir. No hay alternativas, dice: no hay suficiente petróleo, ni carbón, ni gas natural. O recurrimos a lo nuclear, o regresamos a las cavernas. De manera que el problema es otro: impedir que el desarrollo nuclear nos obligue a regresar a la prehistoria por caminos que no habíamos previsto. En la sala hay una dama sensible, de buenos sentimientos, que se pone roja como un tomate y nos mira con ojos de espanto. Opina que el mundo contemporáneo construye y consume en exceso, en una carrera desmedida contra no se sabe qué. Habría que bajar ese ritmo enloquecido, inventarse menos necesidades artificiales, refugiarse, a lo mejor, en el sur de Chile. Revolotean alrededor de nosotros los viejos mitos apocalípticos y surge en el horizonte, al otro lado de las montañas finales de la Patagonia, la ciudad encantada y dorada de los Césares, la forma que adquirió en el sur de América la leyenda tropical de El Dorado. Trataremos de evitar nuevos accidentes, puesto que el refugio del sur, de la Patagonia mágica, no es suficiente, a pesar de todas las utopías, pero tendremos que convivir con un sentimiento nuevo, además de muy antiguo: la más esencial inseguridad. En una época me dediqué a estudiar y a escribir sobre el tema de Fausto, que arranca de la antigüedad clásica, pero que se prolongó en diversas metamorfosis hasta los umbrales de la época moderna. Siempre sentí que tenía un aspecto profético y un dejo de pesimismo radical. La vieja noción del pacto con el diablo es la mejor metáfora de la entrada del hombre de Occidente en la modernidad. Las versiones del pacto son muchas y cambian con cada autor. En algunos casos, el acuerdo se hace para conseguir la imposible juventud. El demonio nos concede unos cuantos años y después nos tira a la basura, como le sucede a Dorian Grey, o al infierno. Pero el gran pacto, el que preside el Fausto de Goethe, es el del conocimiento. Y se asemeja, de algún modo, al que propone la serpiente en el Génesis: el árbol del bien y del mal es también el del conocimiento. El desarrollo científico moderno nos ha llevado a la desintegración del átomo y a manejar la fuerza nuclear. Pero uno se pregunta, frente a los sucesos de Japón, si ese supuesto manejo, ese control, no son en el fondo ilusorios. Parece que el demonio nos da poder por un tiempo y después nos cobra la cuenta, como en el mito fáustico, y nosotros, ingenuos, frágiles, no escarmentamos. A todo esto, las imágenes de la zona de la catástrofe nos hacen pensar en el caos primigenio: un fin y un comienzo. Son las fuerzas elementales en acción. Quizá tengamos que seguir por estos caminos, con seguridad reforzada, pero desde ahora sabemos que la inseguridad nos amenaza detrás de todo. Es el equivalente a la pérdida de la inocencia.
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El árbol del conocimiento por Jorge Edwards
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