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Hombres y biberones

por Joe Black
Diario El Mercurio, Reportajes, 06/03/2011
http://diario.elmercurio.com/2011/03/06/reportajes/cuentan_que/noticias/0EC2CD7C-4EEE-4BD6-A3EA-082D1C861305.htm?id={0EC2CD7C-4EEE-4BD6-A3EA-082D1C861305}

Mis largas y reposadas vacaciones (dije que descansaría como un obseso
y lo hice) se esfumaron abruptamente en cuanto llegué a Santiago. Pero
no fueron los tacos ni las alzas del Transantiago ni los noticieros
los que me devolvieron el estrés, sino que conocer el proyecto de
posnatal que anunció el Gobierno.
Hasta ahora, la discusión se ha centrado en si es bueno que tenga una
duración de seis meses, si es justo que sólo algunas mujeres puedan
optar entre tomar tres o seis meses y si el monto del subsidio es
suficiente.
Pero muy pocos han reparado en uno de los elementos que podrían
terminar siendo más graves: la posibilidad de que las mujeres les
"traspasen" el posnatal a los hombres.
Sobre aquello, hay al menos dos cosas que me preocupan. Uno, el tipo
de individuos que resultará de una temprana crianza masculina. Y dos,
el mal uso que podrían hacer algunas mujeres de ese beneficio para
castigar a los progenitores de sus hijos.
Sólo imaginen por un segundo al Presidente Piñera, o al senador
Girardi, o al senador Longueira, o al senador Escalona, o al diputado
Moreira instalados en sus domicilios haciendo uso del posnatal
masculino. Piensen en los ex presidentes Lagos y Frei preparando
biberones o cambiando pañales. O intentando bañar por primera vez a
sus retoños. O cambiando a una guagua luego de un episodio de reflujo.
Puedo imaginarme a Piñera, cuchara en mano, hablándole a su hijo: "Ya
pues, come, aliméntate, nútrete; de lo contrario, no llegarás a ser el
número uno en todo". O a Lagos frente a un pañal abierto y apuntando
al bebé con su dedo: "Déjeme decirle, pequeño, que no había conocido
estropicio semejante, le solicitaría que para la próxima se mida". O a
Frei, afanado contándole un cuento a una guagua que ya se durmió hace
mucho rato.
Cuando se me vienen esas imágenes a la mente, se me ponen los pelos de
punta. Y de pronto comienzo a pensar que la silla de mi escritorio es
perfectamente mullida. Que escribir horas y horas frente a un
computador es un ejercicio estupendo para mis dedos. Que los retos de
mi jefe le hacen bien a mi ego. Que los tacos para llegar al trabajo
me permiten gozar de momentos para disfrutar de la compañía de mí
mismo. Que las largas jornadas en la pega hacen que mantenga mi
cerebro activo para que no me ataque el alzheimer.
¿Quién fue el sabio que dijo que el trabajo dignifica al hombre? ¿O
aquel que fue más allá y dijo que lo santifica? Pues bien, parece que
yo quiero ser un hombre digno y santo, porque creo que prefiero la
placidez de mi oficina a la jungla que puede ser un hogar en la que
gobierna un recién nacido.
Porque cualquiera que conozca un poco cómo funciona el mundo, entiende
que nadie tiene más poder real que una guagua.
Por eso, me ha extrañado tanto que sean los políticos los que
defiendan una iniciativa así. Porque si todas las mujeres se pusieran
de acuerdo para traspasarles a sus hombres el posnatal, ellas
quedarían a cargo de todo durante seis meses. Y ese tiempo es
suficiente para dejarnos fuera del sistema para siempre. Qué raro que
a Michelle Bachelet no se le ocurriera redactar un proyecto así.
Lo que observo con pavor es que ya hay mujeres que lo han logrado.
Jacqueline van Rysselberghe entiendo que tiene unos seis o siete hijos
y que es su marido el que está de punto fijo en la casa. Y tampoco me
extraña que sea Evelyn Matthei la que esté detrás de esta nueva
política.
Quizás, cuando lean esta columna ya sea tarde. Es probable que los
hombres ya hayamos perdido la guerra de los sexos. Cómo voy a extrañar
mi escritorio.

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