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El tiempo recobradopor Jorge Edwards

Diario La Segunda, Viernes 11 de Febrero de 2011http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2011/02/11/el-tiempo-recobrado.asp
 
Todo se vuelve fantasmal.
Regresar a París es como ingresar
en un capítulo de “El tiempo recobrado”, de Marcel Proust.
 
Los personajes proustianos,
que el lector ha ido conociendo a lo largo de miles de páginas,
que terminan por parecer más reales que los personajes de la realidad,
se encuentran en un evento mundano después de largas décadas.
 
Se han convertido en caricaturas, fantasmas, monigotes.
 
A mí me invitan a dar una conferencia sobre Chile
en un viejo caserón que fue en sus buenos tiempos residencia de lujo
y que hace casi un siglo es un club de Francia y las Américas.
 
Las Américas en plural: en un descanso de la escalera,
que fue suntuosa en épocas pasadas,
encontramos el busto de Jefferson,
uno de los padres fundadores de Estados Unidos;
en otro, el de Simón Bolívar; en otro,
alguien que podría parecerse al general José de San Martín.
 
Llego a la biblioteca y una persona bastante mayor,
uno de los aparecidos, me cuenta que su padre
solía llevarlo a ese lugar cuando él era niño.
 
Después se me acerca una joven panameña.
 
Es entusiasta de su trabajo de profesora de literatura
en una universidad de los suburbios.
 
Alguien, dentro de la anciana concurrencia,
posee las condiciones de la juventud y del entusiasmo.
 
Cuando me pidieron que hiciera la charla sobre Chile,
me exigieron que le pusiera un título sin pérdida de tiempo.
 
Había que confeccionar las invitaciones,
ponerlas en el correo, etcétera. “El Chile posible”, propuse.
 
¿En qué consiste eso?, me preguntaron.
 
No tenía una idea clara: era un título de urgencia,
lanzado al aire para salir del paso.
 
Primero, por intuición, se propone un título,
y más tarde, con atención paciente, se le da un contenido.
 
En lugar de la joven panameña,
me saluda un señor encorvado, grueso,
a quien le cuesta levantarse de su silla.
 
Después de cinco segundos lo reconozco.
 
Cuando había muchos rumores
sobre el Premio Nobel de Literatura,
a fines de septiembre o comienzos
de octubre del año 1971,
entrevistó a Pablo Neruda
en la misma sala de la embajada,
donde escribo ahora estas líneas.
 
En lo mejor de la entrevista,
le preguntó a Neruda
por los crímenes de José Stalin.
 
¿Qué pensaba él ahora, al cabo de tantos años?
 
Je me suis trompé, contestó Neruda,
y la conversación continuó viento en popa.
 
Al fin y al cabo, todo el mundo
se había equivocado sobre diferentes materias:
sobre Stalin, sobre Hitler, sobre Trotski,
sobre tantas personas y tantas utopías o contrautopías.
 
Los únicos que no se equivocaron
fueron los que apostaron a Pablo Picasso,
a James Joyce, a Marcel Proust, a esa clase de personas.
 
El periodista vuelve a sentarse y me escucha con atención benévola.
 
Hay virtudes que uno aprecia ahora mucho más que antes:
por ejemplo, la benevolencia, la buena educación.
 
Mucha gente anda a trompadas por el mundo:
uno la observa y se hace preguntas difíciles de contestar.
 
Podría contar la historia de casi cada persona
que llega a este capítulo de “El tiempo recobrado”.
 
Una señora me cuenta que es la viuda de fulano de tal
y le contesto que sí, que me acuerdo mucho de su marido,
que era un embajador amable, amigo de Chile y de los chilenos.
 
Una vez encendimos la televisión, en compañía amable, en París,
y el embajador apareció entrevistado en su calidad de secretario
de una asociación de nobles franceses.
 
Le preguntaron si todos los nobles eran ricos,
y él contestó con cultura, con una pizca de ironía.
 
“La nobleza, dijo, es una condición histórica y jurídica,
no un estado de situación bancaria.
 
Algunos viven en sus castillos familiares
y tienen serias dificultades para mantenerlos.
 
Hay uno, ahora,
marqués de algo, conde de otra cosa,
que ejerce la profesión de cartero
en un barrio de pequeña clase media”.
 
Los espectadores del programa,
reunidos alrededor de una mesa,
empezamos a reírnos de buena gana.
 
Las historias de condes carteros, de duques albañiles,
de marqueses arruinados en sus polvorientos castillos,
eran cada vez más graciosas.
 
Y el secretario general de la asociación de nobles en desgracia
era una persona llena de humor y de benevolencia.
Un elegante a su modo muy particular.
 
Yo hablo del Chile de mi juventud,
de sus peripecias, de sus épocas oscuras,
y del Chile de ahora.
 
Llego a pensar que el de ahora es una síntesis,
el producto de una larga, accidentada, contradictoria experiencia.
 
Los jóvenes revolucionarios de los años cincuenta y sesenta
despreciaban la democracia burguesa de ese tiempo,
sus debilidades, sus compadrazgos, sus injusticias.
 
Había un avance lento:
el cohecho electoral, por ejemplo, desaparecía,
y las mujeres ganaban el derecho a voto.
 
Pero la lentitud del proceso era excesiva,
y la juventud, como en todas partes, perdía la paciencia.
 
Había un reverso interesante de esa medalla,
y quizá no lo veíamos con lucidez.
 
Chile, a su manera, se convertía
en un centro cultural de América Latina.
 
Uno convivía en la Escuela de Derecho,
en el Instituto Pedagógico,
hasta en las revistas y los cafés literarios,
con peruanos, bolivianos, ecuatorianos, venezolanos.
 
Había, con Nascimento, con Ercilla, con Zig-Zag,
con la Editorial Universitaria, algo de edición, y es probable,
en un sentido proporcional, que se leyera mucho más que ahora.
 
Acusábamos con furia al crítico oficial, Hernán Díaz Arrieta, Alone,
pero ese crítico de los domingos leía bien y provocaba lectura.
 
Ahora los críticos se desgañitan, pero su influencia,
su capacidad verdadera de comunicación, son más bien escasas.
 
Salvo que hayan surgido por ahí excepciones y no me haya dado cuenta.
 
Las cifras económicas de hoy son mucho mejores,
pero el mundo de la educación y de la cultura
todavía es propio de países subdesarrollados.
 
A pesar de que los ministros respectivos, a mi juicio,
trabajan mucho y están bien inspirados.
 
A mí me falta espacio, y termino estas notas ligeras con una pregunta pesada:
 
¿Conocen ustedes algún país, moderno o antiguo,
que se haya desarrollado sin que se hayan
desarrollado en forma paralela su cultura y su educación?
 
El otro día almorcé con el joven embajador en la Unesco de Corea del Sur.
 
Antes de ocupar un cargo diplomático
había sido Ministro de Educación de su país.
 
Nosotros sabemos más bien poco de la Unesco
y nos importa menos, a pesar de que la sigla
incluye las palabras educación, ciencia y cultura,
y de que se agrega el concepto de comunicación.
 
Pues bien, si tenemos verdadera ambición para nuestro país,
debemos aprender a descifrar esas siglas.
 
No limitarnos a celebrar los tantos por ciento,
que suelen ser tramposos, reversibles:
agregar a nuestras celebradas exportaciones
ingredientes de conocimiento, de inteligencia.

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