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¡Exijo una explicación! por: Matías del Río

 

Fue un hito en mi vida. Juntamos plata con un par de amigos y nos compramos una carísima cajetilla de John Player Special. Lo habíamos conseguido, bordeábamos los 13 años y éramos dueños de un objeto ultraaspiracional, que nos ponía a otro nivel. Cigarrillos propios y además de una marca que nos abría muchos caminos y nos aseguraba el éxito.

Otra cosa fue fumar, me acuerdo y me vuelven las arcadas del mareo de entonces.

Luego ya no compraba las elegantes cajetillas negras JPS, fumaba esporádicamente Advance, básicamente porque se los pelaba a mi mamá. Cuando eran sueltos, Viceroy corriente, un petardo, sólo para profesionales del vicio.

Siguieron los años y se hizo una costumbre fumar, cada vez más.
Esta maldita precocidad se la debo a varios factores, pero creo que si hubiera que rescatar los más poderosos, está el que en mi familia fumaban mis papás y mis hermanos mayores (obviamente dentro de la casa, incluso en las piezas), la poca conciencia del mal que causaba el tabaco y, en buena parte, los insondables beneficios sociales que nos daba fumar, según lo garantizaba la publicidad que lo inundaba todo en esa época. Fundamentalmente nos daba seguridad, un recurso que en el difícil tránsito de la pubertad a la adolescencia, y en general al enfrentase al abismo de la desconocida vida adulta, es una gran ayuda. Cómo olvidar a esas fabulosas rubias del comercial de John Player Special, lo campeón del cowboy de Marlboro o la vida en la cubierta del yate por el Mediterráneo a que nos invitaba Kent si nosotros fumábamos sus cigarros.

Hoy todo esto no corre, en buena hora. La principal empresa tabacalera que opera en Chile es extranjera y su capacidad de lobby fue limitada; a eso sumémosle que el consumo de cigarros en el mundo está arrinconado, y el resultado que tenemos es una ley sumamente restrictiva, que si bien no parece estar dando los resultados deseados, al menos se avanza en el sentido correcto.

Lo contrario, totalmente lo contrario, ocurre con la industria del alcohol en Chile. Posee productores locales y una capacidad de ejercer presión para evitar restricciones casi infinita. Casi incomprensible. Casi impune.

Escenas añejas y engañosas de calidad de vida o conquistas amorosas ayudadas por un pucho hoy viven su remake, pero con el alcohol, en el segmento juvenil, a toda pala y sin pudor. Basta con mirar la tele o los avisos en la prensa escrita, o escuchar los spots radiales, para darse cuenta de que hoy sin una cerveza, una piscola o un ron, es impensable 'picar' en un carrete.

Las marcas se defienden con que tienen campañas para el consumo responsable (con el cigarro decían lo mismo), o que la publicidad es para mayores de 18, pero es evidente a qué público está llegando el mensaje.

No es una exageración decir que hoy hay marcas de producción y distribución de alcoholes que tienen trabajando a los mejores equipos creativos publicitarios para no errar el disparo y asegurarse clientes cautivos desde muy temprano. Ah, y con avisos en horarios y con acceso garantizado a personas muy jóvenes, menores de 18 años, para decir las cosas por su nombre.

Cuento corto, y a juzgar por los resultados, lo están haciendo bien. El cabro que hoy no está arriba de la pelota o no anda con su botella, no tiene nada que hacer. Sólo recordemos el desafío que hacía una marca a los jóvenes para convertirse en un piscólogo. No me van decir que no era una campaña brillante. Entiendo que la compañía atinó después de un tiempo y la borró del mercado, aunque sus penosos rastros todavía se ven.

La posibilidad de vender y publicitar las marcas de bebidas alcohólicas en eventos deportivos, artísticos, culturales y familiares (no así las de cigarrillos, por suerte), también de libre acceso a menores, no hace sino remarcar un panorama insólito a estas alturas, al menos en cuanto a la inequidad del trato legal que tienen el tabaco y el alcohol en Chile. Si me preguntan a mí, que se iguale, pero hacia la regulación del cigarrillo, es decir, que nivelemos hacia arriba.

Y pensar que el alcohol produce muchas más desgracias, accidentes y muertes, además de inmensos problemas sociales como violencia callejera y doméstica que el miserable cigarro, que aunque uno lo haya dejado hace varios años, como es mi caso, siempre sueña con un piteadita
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