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AMPLIAR LOS ESPACIOS DE LA MEMORIA

Entrevista La novela llega a librerías chilenas esta semana:
Jorge Edwards: "Montaigne soy yo"
Marilú Ortiz de Rozas
Diario El Mercurio, Revista de Libros,
Domingo 20 de marzo de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/03/20/al_revista_de_libros/_portada/noticias/574D3A50-BE9A-42A5-AB3C-FF61321A15BB.htm?id={574D3A50-BE9A-42A5-AB3C-FF61321A15BB}
 
La muerte de Montaigne , que se lanza mañana en Madrid, transcurre en
un momento crucial de la historia de Francia. A su autor le evoca la
realidad chilena de los últimos años. Por su sabiduría y espíritu
conciliador, Montaigne es para Edwards un referente, además de un
escritor gracioso y libertario.
 
Con la ardiente pluma del novelista, con la pasión investigativa del
biógrafo y con la profundidad del ensayista aborda Jorge Edwards a su
personaje: Michel Eyquem, más conocido como Montaigne (1533-1592). Las
ideas del ilustre pensador, escritor y político renacentista francés,
creador del género literario del ensayo, condujeron a la promulgación
del Edicto de Nantes, que terminó con las sangrientas guerras de
religión en Francia. En este tratado, que anuncia la declaración de
los derechos humanos modernos, fragua "el espíritu de conciliación, de
equilibrio, de libertad, de los ensayos de Montaigne", escribe
Edwards. A la vez, la novela nos transporta a las matanzas que lo
antecedieron, a la conversión al catolicismo e investidura de Enrique
IV, a las intrigas, comilonas y regicidios, pero también al lecho
amatorio de su protagonista. En particular, al que hipotéticamente
Montaigne compartió con una ferviente admiradora veinteañera, Marie de
Gournay, quien sería la editora de las últimas versiones de los
Ensayos , y su "hija de alianza".
Entre Zapallar y París
Edwards se toma todas las licencias a su haber para crear velados
episodios; incluso se interna en los olores del cuarto mortuorio, en
los estertores postreros y en los últimos predicamentos en latín del
maestro, escena cumbre de esta novela, configurada a partir de puras
conjeturas. Pero La muerte de Montaigne , publicada por Tusquets
Editores, es también un pretexto de Jorge Edwards para hablar de Jorge
Edwards: desde su infancia, hasta su propia muerte. Consignó que
quiere ser enterrado en el cementerio de Zapallar, que fue el paisaje
que miraba por la ventana cuando escribió esta novela: "... es uno de
los lugares que amo en este mundo: cementerio marino, modesto, lleno
de árboles magníficos, situado en una punta donde el océano golpea con
fuerza en caletones de roca, donde el ruido del oleaje es intenso,
bronco, incesante". No sospechaba él, cuando empezó este manuscrito,
que a los dos meses de entregarlo, estaría instalado en la capital del
país de Montaigne, como embajador de Chile en Francia. Su francofilia
es de conocimiento público: "En un congreso me presentaron una vez
como 'Jorge Edwards, un escritor inglés, nacido en Valparaíso, al que
le gusta mucho la literatura francesa'. Lo último es cierto".
Respecto de la muerte de Edwards, el nuevo escenario introdujo un
cambio: "He encargado a mis amigos que si muero en París me cremen y
tiren mis cenizas al Sena". Y respecto de La muerte de Montaigne , se
trata de una de sus obras más reflexivas, donde desentraña el mensaje
conciliatorio del autor renacentista, de lo particular a lo universal
y luego a lo local. Es decir, Edwards demuestra que sus enseñanzas se
propagaron en la época dentro de su ciudad (Burdeos), y de allí a una
nación francesa que aún no era tal, "sino un invento de poetas" -a
cuya unidad y formación Montaigne contribuyó-; luego al mundo entero.
Finalmente, sugiere que también podrían ser de utilidad a nuestro
país, hoy. Haciendo un paralelo con la situación confrontacional que
vivía Francia durante las guerras de religión, Edwards manifiesta que
Chile aún no ha superado los antagonismos políticos de las últimas
décadas del siglo pasado.
Un gran modelo
-¿Por qué el escritor de apellido inglés nacido en Santiago aborda hoy
un libro sobre Montaigne?
-Uno escoge un escritor sin pensar mucho si está cerca o lejos, o si
está en otra parte. Los caminos de la literatura son otros. Ocurre
que, desde adolescente, he estado atento a Montaigne y lo he leído
mucho. En ese entonces, cuando empecé a escribir, fui un gran lector
de los autores de la generación española del 98, como Azorín, Baroja,
Unamuno. Ellos siempre se referían a Montaigne porque daban una lucha
dentro del mundo hispánico por la libertad intelectual y el gran
modelo era él. Montaigne no sólo es el escritor más libre que ha
existido, respecto de su visión del mundo y de las cosas, sino que
incluso lo es en su forma de escribir. Él no propone ni da lecciones
definitivas, ni soluciones globales e ideológicas. Él dice: "yo
escribo ensayos, no resultados". A mí esa fórmula me parece fenomenal
y la aplico en mis crónicas. Además, Montaigne es un escritor de humor
e ironía extraordinarios, no se toma a sí mismo con demasiada
seriedad.
-¿Se identifica mucho usted con su personaje?
-Ciertamente, pero eso sucede en la novela. Yo, al igual que Flaubert
dijo "Madame Bovary c'est moi", puedo decir en este momento "Montaigne
soy yo". Pero yo no soy un loco que se cree Montaigne, sino una
persona que al identificarse con un pensamiento, se va metiendo en la
piel del personaje. Esto es broma. Yo creo que, en realidad, Flaubert
nunca dijo eso, se lo deben haber atribuido los periodistas de la
época. Lo que sí es cierto es que, si no se produce una identificación
del autor con los personajes, la novela no funciona. Se vuelve
aburrida. Otra característica que me interesa mucho de Montaigne es
que es un escritor del instante. Él no se preocupa mucho del futuro,
tampoco del pasado, el pasado ya pasó; sino que prioriza la riqueza
del presente.
-En su obra literaria usted ha desempeñado una importante labor como
memorialista, ¿con el tiempo la ha ido ampliando?
-Claro, ampliar la línea del memorialismo consiste en ampliar los
espacios de la memoria. En este libro incluso entro en la cámara donde
se produce el asesinato de Enrique III -también en la callejuela donde
matan a Enrique IV, el discípulo preferido de Montaigne-. Uno somatiza
el crimen, siente hasta las cuchilladas. Escribiendo este libro estuve
en la piel de varios personajes: Montaigne, los dos Enrique, Azorín y
la mía también. Me divirtió mucho incluir como capítulo de esta novela
mi visita a Burdeos.
-¿Está tan abandonada la famosa Torre de Montaigne, como cuenta usted?
-Es que Montaigne es muy antiguo y la gente de Burdeos no sabe mucho
de él. Aquí en Francia hay algunos intelectuales que lo conocen al
revés y el derecho; Montaigne es un gran ídolo, pero, al mismo tiempo,
un maestro un poco lejano, que actúa en una época muy distante. Para
mi uso literario, me gusta que sea un personaje de acción y de retiro.
Se encierra a escribir en su torre, pero, casi a pesar suyo, le toca
estar en instantes decisivos de su país, además en un ambiente de
guerra civil.
-Usted compara constantemente la Francia del siglo XVI y la situación chilena...
-Yo creo que en Chile lo que ha habido por muchos años, en las últimas
décadas, es una división muy profunda, que no ha llegado a una guerra
civil pero ha estado muy cerca. Yo siempre hablo de esta división, de
lo que significa una guerra externa, o una guerra civil no declarada,
y toda la intolerancia que acarrea. Por eso me encanta esa frase de
Montaigne que, refiriéndose a las luchas de familias y de facciones en
la Italia del siglo XIV, dice: "Yo era güelfo para los gibelinos y
gibelino para los güelfos"
-¿Es también lo que le ha pasado a usted?
-Claro que me ha pasado, pero es lo propio de todo ser humano que no
actúa como un simple monigote. Este libro tiene también una reflexión
política, pero no de político profesional, porque yo no he militado en
ningún partido, no he sido de ningún bando, realmente. Anoche
conversaba con un viejo amigo, un pintor español, y recordábamos que
en nuestra juventud todos éramos "medio comunistoides", como decíamos,
pero eso quedó completamente atrás, es anacrónico. Hay una cantidad de
personajes esenciales en el pasado, a los que ahora uno trata con
bastante irreverencia, pero no voy a entrar en detalles porque en
Chile me van a dar con un palo en la cabeza.... No se salva casi
nadie, porque había mucho fanatismo en esa época y mucho simplismo.
Hoy día todo el mundo sabe que Fidel Castro es un adefesio, pero aún
cuesta decirlo.
-Usted afirma que el gran sueño de Montaigne era encerrarse en su
torre a escribir, mirando los viñedos bordeleses. ¿Cuál sería el sueño
suyo?
-El mío consistiría en tener una torre como la de Montaigne, porque no
la tengo (risas). Aquí en la embajada, en el lugar donde me encuentro
ahora, mi salón privado, que se sitúa en el sector de la residencia,
tengo una muy bonita vista a otra torre, la cúpula de Los Inválidos.
Esto compensa, ya que las embajadas tienen una faceta muy latosa. A
veces me gustaría poder estar encerrado aquí las 24 horas.
-De todas sus aficiones, usted revela que para Montaigne la más
importante era el orgullo castrense. ¿Qué es lo más importante para
usted?
-No, el orgullo castrense no. Es que en esa época había una nobleza de
la profesión militar. Para mí, lo más importante es el respeto a la
verdad, en la política, en la literatura, en las relaciones humanas.
Es lo que he tratado de hacer. He sufrido las consecuencias de ello.
-¿Cómo logra compatibilizar literatura y diplomacia?
-No sé si lo logro. Eso lo sabré en mi próxima reencarnación. Ser
escritor en Chile es una locura, una utopía; el mercado lector es tan
chico. La diplomacia ha sido un camino para muchos autores, dentro de
poco estoy invitado a un seminario sobre este tema. Y como
diplomático, cuando se es además escritor, uno tiene un relativo
fuero. En lo práctico, me levanto muy temprano, claro, no soy un
héroe, si fui a una comida, como anoche, no; pero por lo general suelo
escribir entre las 7 y las 9 de la mañana, antes de empezar a
trabajar. Ahora escribo muy rápido, de hecho este libro lo redacté
como en seis meses. En lo que me demoro mucho es en revisar. Me
interesa el ritmo, soy un escritor más musical que plástico.
-¿Y qué proyectos tiene ahora?
-Por lo pronto, acabo de terminar, desde aquí, el primer tomo de mis
memorias (260 páginas), y como ya acabó el frío, me estoy preparando
para vivir una primavera más en París y salir de gira con La muerte de
Montaigne . Mañana se lanza en Madrid, al día siguiente en Sevilla,
iré a presentarlo a Buenos Aires en abril, a México en mayo, y a
Santiago en julio. Además, en Chile coincidirá con la celebración de
una fecha terrible, la de mis ochenta años. La muerte de Montaigne es
mi regalo de cumpleaños.

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