por Joaquín Fermandois Diario El Mercurio, Martes 08 de Marzo de 2011http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/03/08/autorrealizacion-infinita.asp La espectacularidad del caso del sacerdote Fernando Karadima enardecerá más el debate por los valores, donde lleva el pandero la perspectiva liberal, con representantes de izquierda a derecha, que en su retórica trasladó, no sin raciocinio escarnecedor, la "libertad de elegir" al campo de las costumbres y la moral. Esta postura muestra razones incisivas, aliadas a la sátira y a silogismos implacables. No cabe duda de que siempre ayuda que exista una convivencia de valores, una contradicción visible de las probabilidades humanas, sin que se confundan entre sí. Puede ser permisible o hasta valiosa la experiencia de grupos marginales en sus valores y costumbres, aunque es otra cosa cuando eso se erige en programa general e inapelable, y nos impele a encabezar como fines absolutos lo que tememos también pueda erosionarnos. Ésta ha sido una vieja cuestión cuando se habla de realizar la teoría liberal hasta sus últimas consecuencias. No se trata de la única visión que dé frutos pecaminosos, ya que el pecado asoma en todo lo humano. A las grandes perspectivas políticas -liberalismo, conservadurismo y socialismo, por nombrar las más generales- les es propia limitación interna una suerte de falacia o de iceberg imposible de esquivar. En los conservadores aparece cuando se preguntan "¿Qué hay que conservar?", y se selecciona un factor que se convierte en absoluto, con consecuencias revolucionarias. En los socialistas asoma cuando se organiza la igualdad, su gran norte, y los organizadores terminan proclamando que "unos somos más iguales que otros". En el liberalismo, esta falacia se desarrolla cuando la libertad se presenta como un valor al que se pueda seguir sin problema, con la más absoluta inocencia. Todos los grandes valores, llevados a su consecuencia final, pueden ser nihilistas, ya que en último término se aspira a un fantasma. No existe valor alguno que esté simplemente realizado. También el valor tendrá necesariamente, de manera lógica, tensiones insolubles con otro valor (amor, igualdad, tradición, etcétera), siendo imposible decidir de manera racional cuál se debe obedecer. En el debate de valores actuales, la persuasión liberal pareciera perseguir un infinito des-encubrimiento o "destape", como si dar rienda suelta con desenfado a experimentos sin fin como objetivos centrales de la sociedad nos regalara una autorrealización sin límites, algo distinto de tener la autonomía como meta. No sea que como reacción dialéctica desemboque en la pregunta a veces sarcástica, a veces melancólica: "¿Libertad para qué?", que también se ha proclamado de izquierda a derecha. Como todo valor, la libertad se expresa en un concepto complejo. Habría que recordar una definición original surgida de nuestra tierra. Mario Góngora define la libertad como "un poder de recogimiento. No es el hombre un mero reflejo de cosas externas, de coacciones (...). Recogiéndose desde el fondo de sí mismo, sea para oponérselas desde el fondo de sí mismo, o interpretándolas, integrándolas, personalizándolas, desde el fondo de sí mismo". Por ello, la libertad sería un espacio infinito, pero interior, "principio de posibilidad frente a la realidad". La riqueza de esta perspectiva, que pone énfasis en la autonomía, en el combate espiritual y en la humildad, apunta a lo escarpado de orientarse a un valor excelso, cualquiera que él sea, y la ambigüedad de sus resultados, por lo que es una tarea, un camino de aventura e insuficiencias. Su inspiración puede estar en el presente o en el pasado, ya que la experiencia humana en la historia es una sola.
CLASE DEL 70 SGC
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Autorrealización infinita
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