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¿De qué crisis hablamos?


por Joaquín Fermandois
Diario El Mercurio, Martes 01 de Noviembre de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/11/01/de-que-crisis-hablamos.asp

No cabe duda de que este año hemos vivido la crisis política más
profunda de la democracia inaugurada en el año electoral de 1989. Como
tantas situaciones de arrebato, ésta se dejó caer sin mayor anuncio. Y
no sería apresurado pensar que dure hasta bien entrado el próximo año,
cuando tenga la posibilidad de transformarse en "crisis permanente"
-de esas curiosidades que pueblan el paisaje político y cultural en
muchas partes.

¿Es tan grave? En realidad, rara vez lo es. Lo que inquieta es la
tonalidad apocalíptica con la que muchos voceros traducen los aprietos
del momento en situaciones límite, que serían insoportables: "No da
para más", "Hay que volver a cero", etcétera.
Frases de la desesperación o de la frivolidad. En el origen de las
revoluciones más simbólicas de la modernidad, la francesa y la rusa,
no había nada tan terrible que no hubiera podido discurrir por otros
cauces. En Chile, ¿cómo vemos a 1891 y 1973? En el segundo caso,
cuando se inició en 1970, el país no se encontraba en una crisis que
hiciera inevitable la "transición del capitalismo al socialismo", como
rezaba el estribillo, y la misma consigna decía poco acerca de lo que
sucedía en el mundo de entonces. La ceguera, sin embargo, a veces es
más fuerte.

¿Qué consecuencias tendrá en el largo plazo la algarada de estos
meses, sobre todo si la autoridad de un poder del Estado le rocía
parafina al fuego? Una primera posibilidad es que veamos no una
revolución, pero sí ese proceso de descomposición que amenaza a toda
sociedad humana: mientras parece estar en pie lo que no es más que
cáscara de las instituciones, la vida concreta de los hombres se
desenvuelve entre grupos que desatan el combate inmisericorde de todos
contra todos. En nuestro tiempo, a eso se lo llama "Estado fallido".
No cabe duda de que estamos lejos de esa suerte de meta infernal, pero
menos lejos que hace un tiempo.

Por ello, la segunda posibilidad es que haya que aceptar que la vida
política, sobre todo la que se origina en los sistemas republicanos,
debe convivir con una percepción de crisis permanente. En realidad,
desde la Grecia clásica, la idea de crisis es consustancial a la vida
pública, la supone, ya que ve a la sociedad humana como algo
incompleto, y demanda una actividad de consumación siempre inacabada.
De eso se trata. Chile ha sorteado bastantes crisis, y algunas veces
ha creído estar a la altura de ser un modelo (por ejemplo, ser la
"única democracia" en los años 60). Otras veces hemos sido modelo para
experimentos ("revolución en libertad", "vía chilena al socialismo",
el llamado "neoliberalismo"), y los asumimos con ardor. No puede ser
un objetivo sensato abandonarnos a un vértigo apocalíptico, o a la
inercia que ha frustrado esa parte de nuestra historia que quisiéramos
mirar como ejemplar. Así, nos contentamos con vivir la eterna crisis,
a veces un rostro de mediocridad congénita en lo político, que los
latinoamericanos maldecimos como cosa rutinaria, pero de la que hemos
sido incapaces de escapar.
Queda otra vía, la de incluir la crisis como una brisa bienhechora,
que obliga a ejercer un esfuerzo por tensar al máximo el ingenio, las
energías y el sentido de responsabilidad histórica. Ése ha sido el
significado de la crisis en la historia de Occidente. No es que todo
lo realizado hasta ahora haya tenido un destino torcido, ni mucho
menos. La realidad "práctica" de este Chile no está nada de mal. Con
este material, en muchas partes se han alcanzado maravillas. Sólo
falta ese bien intangible y exquisitamente contradictorio, que es
saber enseñorearse de finalidades que enciendan la imaginación, y no
desmientan de manera rotunda al sentido común.

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