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El deber de recordar

Tribuna 


por Mauricio Rojas 
Escritor y Profesor Adjunto de Historia Económica de la Universidad de Lund
Diario El Mercurio, Jueves 17 de Noviembre de 2011  
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/11/17/el-deber-de-recordar.asp

En una frase célebre, George Santayana nos dice que "aquellos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo". He pensado a menudo en esta frase desde que empecé a recibir noticias de lo que ha estado aconteciendo en Chile. Especialmente en vista de una serie de hechos que repercutían sobre las formas de hacer valer las opiniones y reivindicaciones propias.
Sí, las formas, ya que la democracia es una cuestión de formas. Una sociedad democrática vive del respeto a la legalidad e institucionalidad que la rige. Se trata de un pacto cívico fundamental acerca de las formas de dirimir nuestras diferencias que cuando se rompe destruye la democracia misma. Esto es lo que ocurrió en Chile durante los años que precedieron al pronunciamiento militar del 11 de septiembre de 1973. Parecería demasiado pronto para olvidarlo, pero todo indica que es eso lo que está ocurriendo. Por ello, el primer deber que hoy tenemos los que no queremos que se repita el triste naufragio de la democracia chilena es el de recordar.
Si repasamos la historia de ese naufragio, podemos ver ciertas similitudes con el presente. Para ejemplificarlo elijo algunos hechos del año 1967, ya que se trata del año a partir del cual se emprende el camino que nos llevará a la destrucción de la democracia chilena.
Comienzo en marzo de 1967 con la toma de terrenos que daría origen a la población Herminda de la Victoria. Esta toma no fue la primera ni la última en el Chile de esos tiempos. Fue, sin embargo, decisiva por la cantidad de familias implicadas, la proyección política del hecho y su resultado, que mostraba que el uso de la fuerza era una forma exitosa de lograr lo que se quería. Se creó así el patrón de las más de 400 tomas de terrenos urbanos que serían noticia cotidiana los años venideros.
El contexto de este episodio es importante. Se vivían años de cambio y el gobierno de Eduardo Frei Montalva había lanzado ambiciosos planes para integrar los "sectores marginales" a la vida social. Lo que ocurrió con este impulso reformista fue, sin embargo, algo notable: los significativos progresos que se hicieron no fueron capaces de estar a la altura de las grandes expectativas que se habían generado. Esta dialéctica entre expectativas que crecen exponencialmente y un progreso que las alimenta pero no puede colmarlas está en la esencia del drama del Chile de entonces, y también está presente en los sucesos del Chile de hoy.
Fue en ese Chile donde se realizó la otra gran toma del año 1967: la de la Universidad Católica. El escenario es aquí muy distinto. Se trata de jóvenes democratacristianos de clase media que querían poner su universidad "al servicio del pueblo". Entre estos jóvenes se afincó la idea de que existía una violencia aceptable (constructiva y revolucionaria) y otra deleznable (destructiva y reaccionaria). Miguel Ángel Solar, presidente de la FEUC, lo dijo con claridad al hablar de "la violencia constructiva", "la violencia para el amor", tan diferente a su juicio de "la violencia despótica" de los fascistas.
El 11 de agosto estos jóvenes ejercieron su "violencia para el amor" tomándose su universidad y exigiendo la dimisión del rector. La toma concitó amplios apoyos, pero lo decisivo fue la llamada de Frei al cardenal Silva Henríquez el día 17, amenazándolo con intervenir la Universidad si la crisis no se solucionaba antes del 21 de agosto. Ante ello, al cardenal no le quedó otra alternativa que capitular: se depone al rector nombrando a un democratacristiano como prorrector y se promete la impunidad a quienes habían participado en la toma.
Lo que Frei no imaginó es que de esta manera estaba abriéndole las puertas a un proceso que pronto lo hundiría como gobernante: ante la señal inequívoca de que la fuerza se premiaba, se desencadenó una ola de tomas, huelgas e incidentes que ya no se detendría hasta que la institucionalidad democrática se vio reducida a escombros.
En este contexto se inscriben los últimos hechos que quisiera destacar de este año decisivo. En su congreso de noviembre, el Partido Socialista proclama "la violencia revolucionaria" como "la única vía que conduce a la toma del poder político". A su vez, el MIR se radicaliza. En diciembre su dirección pasa a manos de Miguel Henríquez y su línea política se decanta por la estrategia guerrillera, en la que "la apertura de algunos focos armados... permitirá progresivamente ganar a la población para integrarla a la lucha armada".
Así se desbarrancó Chile: por la voluntad de algunos, la impaciencia de otros y la ingenuidad de muchos. Por todo eso ya pasamos una vez y es imprescindible que las nuevas generaciones conozcan esta historia y la hagan parte de su relato y de sus luchas. Se puede y se debe luchar por la justicia social, por una educación mejor y al alcance de todos, y por muchas otras causas nobles, pero ninguna de ellas justifica la imposición por la fuerza del deseo de algunos ni la violencia como método de acción política.

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