"Jamás seré una diva de la literatura"
por María Cristina Jurado.
Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 29 de noviembre de 2011
http://diario.elmercurio.com/2011/11/29/ya/_portada/noticias/0D7D8B56-6074-43E1-9C55-FDA4FE88C1C1.htm?id={0D7D8B56-6074-43E1-9C55-FDA4FE88C1C1}
No le pasan gato por liebre a esta escritora y periodista, quien, desde Pennsylvania, observa y retrata incisivamente a Chile. Que Piñera es de clase alta aunque lo disimule, que los ricos deben pagar, de sus paseos en taxi por La Pincoya, y de sus tatarabuelos, los célebres Schumann, de todo habla aquí. Mientras su último best seller "Compro Lago Caburga" se dispara a las estrellas.
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Elizabeth Subercaseaux, 66, de filuda lengua y ojo de lince, casada con el profesor de literatura estadounidense John Hassett, se ha dado muchos lujos en la vida.
Uno de ellos se llama José.
Hace años, José vivía en la población José María Caro y manejaba un taxi arrendado. Hoy habita en un mejor barrio y es dueño de dos autos. José ha surgido. Pero José, hombre aperrado y que mantiene sus raíces populares, tiene una debilidad: Elizabeth. Y cuando esta escritora best seller y crítica periodista -quien va en su vigésimo quinto libro y ha sido traducida a más de diez idiomas- viaja desde Pennsylvania, donde vive con su marido en medio de un bosque de ardillas, José deja todo botado. El taxista se ha convertido en un engranaje clave de su literatura.
-Muchos me preguntan cómo hago para escribir en un lenguaje chileno tan fresco, tan lleno de modismos actuales, si vivo en Estados Unidos desde hace 22 años. Yo contesto que de dos maneras: con la oreja pegada a las radio Duna y Zero, cada amanecer, y, cuando vengo a Chile, arriba del auto de José.
En el taxi de su amigo poblador y siguiendo un ordenado calendario, Elizabeth Subercaseaux pasa días internándose en poblaciones y suburbios populares de Santiago. Desde Independencia hasta Puente Alto. Mantiene el rito desde hace 22 años. Mete su nariz en centros de madres y parroquias, en reuniones de alcaldías, en juntas vecinales y centros deportivos: observa. Registra. Se empapa de jergas, sentires, olores; palpa atmósferas. Oye argumentos y tristezas; carencias y expectativas.
Con el tiempo, tanta palabra y tanto gesto cae en sus libros.
-Me di cuenta de que, desde Providencia, para qué decir más arriba, es cada vez más difícil tomar contacto con el mundo real. José es mi intermediario: ahí me meto, calladita, en el Chile pobre, el del Transantiago, el de Fonasa y el del techo con cartones. Esos viajes me aterrizan y me nutren. La última vez, en una población terrible detrás de la Papelera, al final de Vicuña Mackenna, quedé muy impresionada. Y esto es Santiago, porque en el norte, por ejemplo, es peor.
El otro Chile -dice ella-, "ése que hoy no ve a los pobres", le da menos trabajo. Ella viene de ahí, de una clase alta que, en los años 40 y 50, "era mucho más austera y menos ridícula que los ricos de hoy: nadie tenía mansiones de vidrio o avionetas. Mi abuelo, que era dueño de un fundo de rulo de cuatro mil hectáreas en Cauquenes y que después fue expropiado, se pasó la vida mirando al cielo, esperando la lluvia. Mi papá nunca tuvo ni uno y se murió a los 42, los cinco hermanos Subercaseaux Sommerhoff nos criamos con mucha sobriedad".
Sirve el té ahumado en su departamento santiaguino flanqueado de verde: por las piezas contiguas, como una sombra que marca presencia, circula Coco, su marido académico, quien ya enseñaba y traducía sus libros en Estados Unidos antes de casarse con ella. Se conocieron en Cartagena, hace más de 20 años, en casa del escritor Poli Délano. Este segundo matrimonio ha sido, dice ella, de las mejores cosas que le han pasado en la vida. Sólo superado por el nacimiento de sus tres hijos y siete nietos, quienes viven en Chile.
Barrio alto con humor
La diferencia -y la distancia, que le duele- entre las clases sociales en Chile ha sido el gran tema literario de esta escritora desde hace años. Sin querer, el clasismo, que le preocupa hondamente y "una de las principales lacras en este país", le ha sido rentable. Un problema nacional que sintió con más evidencia desde que se fue a vivir a Estados Unidos, "un país meritocrático en esencia, donde reina la movilidad social y la otredad es admirada". "Si aquí un niño nace en La Pintana, tiene 90 por ciento de posibilidades de morir en La Pintana. En Estados Unidos, desde La Pintana se puede llegar a la Casa Blanca. Basta con ver a Obama y a Bill Clinton. Ellos, en verdad, venían de abajo, no como Piñera, quien se dice de clase media, pero realmente pertenece a la clase alta y es millonario".
Pero Elizabeth ha sido astuta. Un tema espinudo, que se podría haber deslizado hacia el panfleto político o el tratado de sociología, ella lo matizó con sentido del humor e irreverencia. Y frescura: gran parte de su éxito de ventas y lectoría, lo explican el lenguaje chispeante y la psicología de sus personajes. Subercaseaux escribe de lo que sabe.
Su serie de novelas sobre el barrio alto, encabezada por los best seller "Vendo casa en el Barrio Alto" (2009) y "Compro Lago Caburga" (2011), ambas de Catalonia, la han situado en la cumbre de todos los rankings y se suman a otros 23 libros de distintos géneros, que abarcan desde la novela negra y el thriller psicológico hasta la entrevista periodística.
Su serie Barrio Alto, explica, tocará cinco grandes temas nacionales, bosquejados por ella antes de sentarse a escribir.
-Yo quería retratar la historia social de Chile contemporáneo desde distintos ámbitos. Una serie de novelas que atravesaran el clasismo, sin caer en lo latero, con humor. Partí en 2009 con un retrato del fenómeno en sí. Esta segunda novela de 2011 muestra la irrupción de la nueva derecha en el poder democrático. Las siguientes son sobre salud y educación, y, por último, una sobre la que, para mí, es la principal expresión del clasismo chileno sin disimulo: el Transantiago. ¿Alguna vez has visto a un ministro andando en micro?
-Usted quería que su tercera novela fuera sobre educación...
-Sí, pero afloró el movimiento estudiantil y lo postergué para que no me tildaran de oportunista. El problema en la educación seguirá en 2012 y sólo se puede arreglar subiendo los impuestos de los ricos. Es vergonzoso cómo en Chile se evaden impuestos: tú vas a un supermercado y te preguntan: "¿Boleta o factura?". Piñera tiene en sus manos una oportunidad histórica que han tenido pocos presidentes. Puede hacer una transición maravillosa: que el país pase de una sociedad clasista a una meritocrática. Lo puede hacer, pero tiene que ponerse firme.
-Ahora ataca el tema de la salud.
-Fíjate que es al revés: son los temas los que me atacan a mí. Siempre ha sido igual, me invaden. Aprovechando que estoy en Santiago, ando recorriendo isapres y consiguiéndome planes, pero son tan enredados que alguien me los tiene que explicar. También estoy yendo a hospitales. A observar y a escuchar.
-¿No cree que es un riesgo abordar temas tan áridos en literatura?
-¡Pero claro! Imagínate lo árido, el Fonasa, el Auge, las Isapres, las licencias..., pero ahí está el desafío. Mostrar la injusticia y lo absurdo del sistema, sin caer en lo aburrido. Porque no soy ni médico, ni socióloga ni historiadora. Soy novelista. Por lo pronto, me escapo de los clichés como las grandes clínicas y centro la historia en una de lujo de cirugía estética.
Elizabeth Subercaseaux también es leída en el extranjero. Sus libros han sido traducidos al alemán, francés, holandés, coreano y portugués, entre otros idiomas. "Pero mi mayor éxito de ventas está en Alemania". "Compro Lago Caburga" fue su libro número 24. Curiosamente, el número 25 estuvo listo antes y no pertenece a esta serie.
-"El sueño de Julia" es un thriller psicológico que mi agente literario en Europa, Guillermo Schavelzon, empezará a vender en 2012. Y es que a veces escribo en paralelo o dejo algún libro descansar y me adelanto con otro. Con uno me demoro tres años, con otros, uno. Y siempre me enamoro del último. Después ya no me acuerdo. Pero el libro está siempre recordándole a uno "no te olvides de mí, tú me escribiste y yo aún existo". Así y todo, soy una mala madre. Los suelto y me olvido. Paso tantos meses corrigiendo -es una tarea interminable para mí- que, al final, termino detestándolos.
Así y todo, la escritora no olvida a sus dos mayores hits, publicados en 2001, uno de sus años más fructíferos. "La rebelión de la nanas", "mi libro más exitoso en Chile y por el que recibí cientos de cartas de nanas que se sintieron tocadas", y "Una semana de octubre", que la consagró internacionalmente.
Una marca indeleble
Elizabeth Subercaseaux y sus cuatro hermanos recibieron, en su infancia y adolescencia, una influencia marcadora: la de su madre alemana Gerda Sommerhoff, bisnieta del pianista romántico Robert Schumann. Una marca que los definió y tiñó la mirada sobre la vida que cada uno tiene hoy, desde distintas tiendas ideológicas. Gerda, diligente y fuerte, había llegado a Chile escapando del nazismo. Era una mujer liberal y libertaria, cuenta su hija, y, con sus ojos azules, conquistó al padre de la escritora, hijo de un agricultor de clase alta. Esto pasaba en los años 40 y Chile era distinto.
-Vivíamos en el fundo de mi abuelo en Cauquenes, un fundo de secano grande, que no daba ni un peso. Mi mamá llegó a Chile siguiendo a su hermano Walter, quien, a la muerte de mi padre, nos salvó. Era una mujer liberal, inteligente y de izquierda. Cayó bien entre estos Subercaseaux, entre los cuales también había gente como Benjamín Subercaseaux, un cronista brillante, de izquierda, creativo y gay.
El padre de Elizabeth trabajaba el fundo del abuelo. La familia creció sin luz eléctrica ni agua potable en una casa de adobe "que se fue cayendo de a poco". Elizabeth era la tercera hija, después de Bernardo y Juan, y antes de Martín y de Ximena, quien vive en México.
-Nunca sabremos cómo hubiera sido nuestra vida de no morirse mi papá a los 42, en 1956. Yo tenía once años. Éramos todos bien seguidos: el mayor tenía trece y la menor, cinco. Mi mamá se encontró, de la noche a la mañana, como una viuda pobre con cinco niños chicos.
Pero Gerda, quien era "escultora, pintora y tejía como los dioses", sacó fuerzas ante la desgracia. Su hermano, el empresario Walter Sommerhoff, compró una casa en Las Luciérnagas y se la prestó a la familia: ahí crecieron todos. "Por eso es que sé que la clase alta chilena de antes era distinta. Perdió su pulcritud: la irrupción de la plata tiñó todo. Nosotros nos demoramos mucho en tener una citroneta, andábamos en micro. Mi tío Walter le instaló a mi mamá un estudio fotográfico en el centro y los sábados partíamos en trolley, cruzando medio Santiago, con los brazos llenos de cartones plateados. Salimos adelante".
Gerda Sommerhoff se dedicó a fotografiar a niñas de la clase alta santiaguina y su estudio "Nanette" comenzó a ser requerido para estrenos en sociedad, matrimonios y graduaciones. Tuvo éxito y la familia sobrevivió. La escritora dice hoy que gran parte de su propia disciplina y de su método estructurado para trabajar y para vivir se lo debe a su madre. Por eso, sus 25 libros no le parecen hazaña: ha trabajado, dice, toda su vida. Fue lo que vio y cómo la criaron. Así también desarrolló su mirada crítica, que está en la base de su literatura. "Mi mamá era muy crítica, yo heredé eso y lo cultivo. Cuando vengo a Chile me pasan cosas extraordinarias: por ejemplo, hay gente que no entiende que yo no sea católica. Y menos que, no siéndolo, esté casada con un católico irlandés de misa dominical. Me encuentran rara. Y es que aquí no se acepta la diversidad. Yo digo: si vives en un país que está en el traste del mundo, por lo menos acepta la diversidad entre los tuyos. ¿Cómo se puede tener a los mapuches en un reducto?".
Tatarabuela inspiradora
Detrás de la enorme energía de Elizabeth Subercaseaux, está su tatarabuela Clara Wieck o Clara Schumann, mujer del célebre pianista romántico Robert Schumann, de quien esta escritora desciende en línea directa por el lado materno. Su madre, evoca Elizabeth, adoraba a la que fue su bisabuela, Elise, uno de los ocho hijos que Robert y Clara Schumann tuvieron en la segunda mitad del siglo XIX. La escritora lleva años fascinada con su tatarabuela, un personaje, dice, que rompió moldes y dio ejemplo de libertad:
-Clara era muy liberada, una feminista para su época. Fue una profesional del piano increíble, disciplinada y aguerrida. A la muerte de su marido, continuó viajando a Rusia e Inglaterra a dar sus conciertos y dejaba a sus ocho chiquillos con una nana. Insólito para su tiempo. Dicen que fue mejor pianista que mi tatarabuelo, una virtuosa que, como Mozart, empezó a tocar a los siete años.
Elizabeth no ha olvidado el día en que fue a conocer la casa de los Schumann en Leipzig, que aún está de pie, en manos de la Fundación Schumann. "Nos entrevistó la televisión alemana a la sobrina nieta de Brahms y a mí".
Clara Schumann sacó adelante a su familión, a punta de ñeque y arte. Su marido fue internado en un sanatorio mental y murió a los 46 años. Hoy, aunque su mayor conexión emocional es con su bisabuela Elise, "a quien mi mamá adoraba y cuya tumba fuimos a conocer con John", Elizabeth Subercaseaux lee todo el material que encuentra sobre Clara porque está preparando una novela sobre ella, aún no sabe si en primera persona u otro formato.
-Tengo todas las cartas que mi bisabuela Elise le escribía a mi madre. Es muy inspirador. La de Clara Schumann es una investigación que me ha tomado años y dará forma a un libro, pero antes quiero terminar la serie Barrio Alto. Yo me dosifico, porque nada me apartará de mis actividades favoritas: cocinar, tejer y bordar. Junto con escribir son parte clave de mi vida. Me aterrizan. Yo jamás seré una diva de la literatura.
Elizabeth Subercaseaux, 66, de filuda lengua y ojo de lince, casada con el profesor de literatura estadounidense John Hassett, se ha dado muchos lujos en la vida.
Uno de ellos se llama José.
Hace años, José vivía en la población José María Caro y manejaba un taxi arrendado. Hoy habita en un mejor barrio y es dueño de dos autos. José ha surgido. Pero José, hombre aperrado y que mantiene sus raíces populares, tiene una debilidad: Elizabeth. Y cuando esta escritora best seller y crítica periodista -quien va en su vigésimo quinto libro y ha sido traducida a más de diez idiomas- viaja desde Pennsylvania, donde vive con su marido en medio de un bosque de ardillas, José deja todo botado. El taxista se ha convertido en un engranaje clave de su literatura.
-Muchos me preguntan cómo hago para escribir en un lenguaje chileno tan fresco, tan lleno de modismos actuales, si vivo en Estados Unidos desde hace 22 años. Yo contesto que de dos maneras: con la oreja pegada a las radio Duna y Zero, cada amanecer, y, cuando vengo a Chile, arriba del auto de José.
En el taxi de su amigo poblador y siguiendo un ordenado calendario, Elizabeth Subercaseaux pasa días internándose en poblaciones y suburbios populares de Santiago. Desde Independencia hasta Puente Alto. Mantiene el rito desde hace 22 años. Mete su nariz en centros de madres y parroquias, en reuniones de alcaldías, en juntas vecinales y centros deportivos: observa. Registra. Se empapa de jergas, sentires, olores; palpa atmósferas. Oye argumentos y tristezas; carencias y expectativas.
Con el tiempo, tanta palabra y tanto gesto cae en sus libros.
-Me di cuenta de que, desde Providencia, para qué decir más arriba, es cada vez más difícil tomar contacto con el mundo real. José es mi intermediario: ahí me meto, calladita, en el Chile pobre, el del Transantiago, el de Fonasa y el del techo con cartones. Esos viajes me aterrizan y me nutren. La última vez, en una población terrible detrás de la Papelera, al final de Vicuña Mackenna, quedé muy impresionada. Y esto es Santiago, porque en el norte, por ejemplo, es peor.
El otro Chile -dice ella-, "ése que hoy no ve a los pobres", le da menos trabajo. Ella viene de ahí, de una clase alta que, en los años 40 y 50, "era mucho más austera y menos ridícula que los ricos de hoy: nadie tenía mansiones de vidrio o avionetas. Mi abuelo, que era dueño de un fundo de rulo de cuatro mil hectáreas en Cauquenes y que después fue expropiado, se pasó la vida mirando al cielo, esperando la lluvia. Mi papá nunca tuvo ni uno y se murió a los 42, los cinco hermanos Subercaseaux Sommerhoff nos criamos con mucha sobriedad".
Sirve el té ahumado en su departamento santiaguino flanqueado de verde: por las piezas contiguas, como una sombra que marca presencia, circula Coco, su marido académico, quien ya enseñaba y traducía sus libros en Estados Unidos antes de casarse con ella. Se conocieron en Cartagena, hace más de 20 años, en casa del escritor Poli Délano. Este segundo matrimonio ha sido, dice ella, de las mejores cosas que le han pasado en la vida. Sólo superado por el nacimiento de sus tres hijos y siete nietos, quienes viven en Chile.
Barrio alto con humor
La diferencia -y la distancia, que le duele- entre las clases sociales en Chile ha sido el gran tema literario de esta escritora desde hace años. Sin querer, el clasismo, que le preocupa hondamente y "una de las principales lacras en este país", le ha sido rentable. Un problema nacional que sintió con más evidencia desde que se fue a vivir a Estados Unidos, "un país meritocrático en esencia, donde reina la movilidad social y la otredad es admirada". "Si aquí un niño nace en La Pintana, tiene 90 por ciento de posibilidades de morir en La Pintana. En Estados Unidos, desde La Pintana se puede llegar a la Casa Blanca. Basta con ver a Obama y a Bill Clinton. Ellos, en verdad, venían de abajo, no como Piñera, quien se dice de clase media, pero realmente pertenece a la clase alta y es millonario".
Pero Elizabeth ha sido astuta. Un tema espinudo, que se podría haber deslizado hacia el panfleto político o el tratado de sociología, ella lo matizó con sentido del humor e irreverencia. Y frescura: gran parte de su éxito de ventas y lectoría, lo explican el lenguaje chispeante y la psicología de sus personajes. Subercaseaux escribe de lo que sabe.
Su serie de novelas sobre el barrio alto, encabezada por los best seller "Vendo casa en el Barrio Alto" (2009) y "Compro Lago Caburga" (2011), ambas de Catalonia, la han situado en la cumbre de todos los rankings y se suman a otros 23 libros de distintos géneros, que abarcan desde la novela negra y el thriller psicológico hasta la entrevista periodística.
Su serie Barrio Alto, explica, tocará cinco grandes temas nacionales, bosquejados por ella antes de sentarse a escribir.
-Yo quería retratar la historia social de Chile contemporáneo desde distintos ámbitos. Una serie de novelas que atravesaran el clasismo, sin caer en lo latero, con humor. Partí en 2009 con un retrato del fenómeno en sí. Esta segunda novela de 2011 muestra la irrupción de la nueva derecha en el poder democrático. Las siguientes son sobre salud y educación, y, por último, una sobre la que, para mí, es la principal expresión del clasismo chileno sin disimulo: el Transantiago. ¿Alguna vez has visto a un ministro andando en micro?
-Usted quería que su tercera novela fuera sobre educación...
-Sí, pero afloró el movimiento estudiantil y lo postergué para que no me tildaran de oportunista. El problema en la educación seguirá en 2012 y sólo se puede arreglar subiendo los impuestos de los ricos. Es vergonzoso cómo en Chile se evaden impuestos: tú vas a un supermercado y te preguntan: "¿Boleta o factura?". Piñera tiene en sus manos una oportunidad histórica que han tenido pocos presidentes. Puede hacer una transición maravillosa: que el país pase de una sociedad clasista a una meritocrática. Lo puede hacer, pero tiene que ponerse firme.
-Ahora ataca el tema de la salud.
-Fíjate que es al revés: son los temas los que me atacan a mí. Siempre ha sido igual, me invaden. Aprovechando que estoy en Santiago, ando recorriendo isapres y consiguiéndome planes, pero son tan enredados que alguien me los tiene que explicar. También estoy yendo a hospitales. A observar y a escuchar.
-¿No cree que es un riesgo abordar temas tan áridos en literatura?
-¡Pero claro! Imagínate lo árido, el Fonasa, el Auge, las Isapres, las licencias..., pero ahí está el desafío. Mostrar la injusticia y lo absurdo del sistema, sin caer en lo aburrido. Porque no soy ni médico, ni socióloga ni historiadora. Soy novelista. Por lo pronto, me escapo de los clichés como las grandes clínicas y centro la historia en una de lujo de cirugía estética.
Elizabeth Subercaseaux también es leída en el extranjero. Sus libros han sido traducidos al alemán, francés, holandés, coreano y portugués, entre otros idiomas. "Pero mi mayor éxito de ventas está en Alemania". "Compro Lago Caburga" fue su libro número 24. Curiosamente, el número 25 estuvo listo antes y no pertenece a esta serie.
-"El sueño de Julia" es un thriller psicológico que mi agente literario en Europa, Guillermo Schavelzon, empezará a vender en 2012. Y es que a veces escribo en paralelo o dejo algún libro descansar y me adelanto con otro. Con uno me demoro tres años, con otros, uno. Y siempre me enamoro del último. Después ya no me acuerdo. Pero el libro está siempre recordándole a uno "no te olvides de mí, tú me escribiste y yo aún existo". Así y todo, soy una mala madre. Los suelto y me olvido. Paso tantos meses corrigiendo -es una tarea interminable para mí- que, al final, termino detestándolos.
Así y todo, la escritora no olvida a sus dos mayores hits, publicados en 2001, uno de sus años más fructíferos. "La rebelión de la nanas", "mi libro más exitoso en Chile y por el que recibí cientos de cartas de nanas que se sintieron tocadas", y "Una semana de octubre", que la consagró internacionalmente.
Una marca indeleble
Elizabeth Subercaseaux y sus cuatro hermanos recibieron, en su infancia y adolescencia, una influencia marcadora: la de su madre alemana Gerda Sommerhoff, bisnieta del pianista romántico Robert Schumann. Una marca que los definió y tiñó la mirada sobre la vida que cada uno tiene hoy, desde distintas tiendas ideológicas. Gerda, diligente y fuerte, había llegado a Chile escapando del nazismo. Era una mujer liberal y libertaria, cuenta su hija, y, con sus ojos azules, conquistó al padre de la escritora, hijo de un agricultor de clase alta. Esto pasaba en los años 40 y Chile era distinto.
-Vivíamos en el fundo de mi abuelo en Cauquenes, un fundo de secano grande, que no daba ni un peso. Mi mamá llegó a Chile siguiendo a su hermano Walter, quien, a la muerte de mi padre, nos salvó. Era una mujer liberal, inteligente y de izquierda. Cayó bien entre estos Subercaseaux, entre los cuales también había gente como Benjamín Subercaseaux, un cronista brillante, de izquierda, creativo y gay.
El padre de Elizabeth trabajaba el fundo del abuelo. La familia creció sin luz eléctrica ni agua potable en una casa de adobe "que se fue cayendo de a poco". Elizabeth era la tercera hija, después de Bernardo y Juan, y antes de Martín y de Ximena, quien vive en México.
-Nunca sabremos cómo hubiera sido nuestra vida de no morirse mi papá a los 42, en 1956. Yo tenía once años. Éramos todos bien seguidos: el mayor tenía trece y la menor, cinco. Mi mamá se encontró, de la noche a la mañana, como una viuda pobre con cinco niños chicos.
Pero Gerda, quien era "escultora, pintora y tejía como los dioses", sacó fuerzas ante la desgracia. Su hermano, el empresario Walter Sommerhoff, compró una casa en Las Luciérnagas y se la prestó a la familia: ahí crecieron todos. "Por eso es que sé que la clase alta chilena de antes era distinta. Perdió su pulcritud: la irrupción de la plata tiñó todo. Nosotros nos demoramos mucho en tener una citroneta, andábamos en micro. Mi tío Walter le instaló a mi mamá un estudio fotográfico en el centro y los sábados partíamos en trolley, cruzando medio Santiago, con los brazos llenos de cartones plateados. Salimos adelante".
Gerda Sommerhoff se dedicó a fotografiar a niñas de la clase alta santiaguina y su estudio "Nanette" comenzó a ser requerido para estrenos en sociedad, matrimonios y graduaciones. Tuvo éxito y la familia sobrevivió. La escritora dice hoy que gran parte de su propia disciplina y de su método estructurado para trabajar y para vivir se lo debe a su madre. Por eso, sus 25 libros no le parecen hazaña: ha trabajado, dice, toda su vida. Fue lo que vio y cómo la criaron. Así también desarrolló su mirada crítica, que está en la base de su literatura. "Mi mamá era muy crítica, yo heredé eso y lo cultivo. Cuando vengo a Chile me pasan cosas extraordinarias: por ejemplo, hay gente que no entiende que yo no sea católica. Y menos que, no siéndolo, esté casada con un católico irlandés de misa dominical. Me encuentran rara. Y es que aquí no se acepta la diversidad. Yo digo: si vives en un país que está en el traste del mundo, por lo menos acepta la diversidad entre los tuyos. ¿Cómo se puede tener a los mapuches en un reducto?".
Tatarabuela inspiradora
Detrás de la enorme energía de Elizabeth Subercaseaux, está su tatarabuela Clara Wieck o Clara Schumann, mujer del célebre pianista romántico Robert Schumann, de quien esta escritora desciende en línea directa por el lado materno. Su madre, evoca Elizabeth, adoraba a la que fue su bisabuela, Elise, uno de los ocho hijos que Robert y Clara Schumann tuvieron en la segunda mitad del siglo XIX. La escritora lleva años fascinada con su tatarabuela, un personaje, dice, que rompió moldes y dio ejemplo de libertad:
-Clara era muy liberada, una feminista para su época. Fue una profesional del piano increíble, disciplinada y aguerrida. A la muerte de su marido, continuó viajando a Rusia e Inglaterra a dar sus conciertos y dejaba a sus ocho chiquillos con una nana. Insólito para su tiempo. Dicen que fue mejor pianista que mi tatarabuelo, una virtuosa que, como Mozart, empezó a tocar a los siete años.
Elizabeth no ha olvidado el día en que fue a conocer la casa de los Schumann en Leipzig, que aún está de pie, en manos de la Fundación Schumann. "Nos entrevistó la televisión alemana a la sobrina nieta de Brahms y a mí".
Clara Schumann sacó adelante a su familión, a punta de ñeque y arte. Su marido fue internado en un sanatorio mental y murió a los 46 años. Hoy, aunque su mayor conexión emocional es con su bisabuela Elise, "a quien mi mamá adoraba y cuya tumba fuimos a conocer con John", Elizabeth Subercaseaux lee todo el material que encuentra sobre Clara porque está preparando una novela sobre ella, aún no sabe si en primera persona u otro formato.
-Tengo todas las cartas que mi bisabuela Elise le escribía a mi madre. Es muy inspirador. La de Clara Schumann es una investigación que me ha tomado años y dará forma a un libro, pero antes quiero terminar la serie Barrio Alto. Yo me dosifico, porque nada me apartará de mis actividades favoritas: cocinar, tejer y bordar. Junto con escribir son parte clave de mi vida. Me aterrizan. Yo jamás seré una diva de la literatura.
Que personalidad tan interesante y ejemplificadora. La sra. Subercaseaux tuvo una escuela de vida severa, aunque de noble ascendencia en el arte y la fortaleza para valorar la diferencia entre lo real y lo ficticio-social que encandila el mundo actual con tanta superficialidad. En cuanto pueda compraré un libro de esta escritora. Ha sido muy grato leer esta entrevista.
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