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a ley del péndulo


por Héctor Soto

Publicado en Reportajes de La Tercera, 19 de noviembre 2011 
La teoría más extendida asume que todo el arco político se correrá inevitablemente a la izquierda. Eso explicaría no sólo los titubeos de la Concertación para encontrar sus nuevos cauces, sino también la agenda socialdemócrata de un gobierno que prefiere distanciarse de las ideas de derecha.

En medio de tanta incertidumbre, lo único seguro es que el conflicto de la educación no terminará como terminó la crisis de los pingüinos el 2006, con los brazos en alto en La Moneda. El torrente de emociones de ese día iba blanqueó hasta el crédito con aval del estado, que fue un manjar para los bancos y una pesadilla para los pobres estudiantes que tuvieron que endeudarse. Ahora no. Todo indica que los acuerdos esta vez serán muy parciales y de corto plazo. Como la oposición siente haber perdido autoridad y autonomía política, frente a cada compromiso mirarán la cara de los dirigentes estudiantiles para saber si pueden asumirlo, si deben rechazarlo o pueden pasar. Puede haber voluntad de jugar en el entretiempo, pero el partido de fondo tendrá que esperar. No hay players disponibles.

Esperar qué, se pregunta el observador impaciente. Bueno, esperar que lo ocurrido este año decante en términos políticos. Porque hay varias interrogantes que no están clarificadas. ¿Es posible trasponer matemáticamente el mayoritario apoyo ciudadano al movimiento estudiantil a eso que ya se designa como un cambio de modelo? ¿Cuánto arraigo tienen las demandas de más Estado, más regulación y menos mercado asociadas al nuevo clima político? ¿Hasta qué punto el revival de las ideas asociadas al intervencionismo estatal, al estado de bienestar, de garantías y de gratuidades, describe un fenómeno que llegó para quedarse? ¿Cuánto del malestar de la sociedad chilena remite a los abusos del sistema y cuánto al sistema mismo? En otro orden de consideraciones, ¿es definitiva la mala evaluación del gobierno y especialmente del Presidente en las encuestas?
 
Aunque mucha gente cree tener respuestas definitivas para cada una de estas preguntas -intelectuales agoreros que por fin sienten que se están cumpliendo sus pronósticos alarmistas, columnistas embriagados en la épica de una sociedad que dice ¡basta!, políticos extraviados que ahora se sienten convocados a la oportunidad de su vida-, lo cierto es que todavía falta algo más o menos importante para despejar las incógnitas: que la ciudadanía se pronuncie. Lo va a hacer el próximo año, en las elecciones municipales. Y lo volverá a hacer el 2013, cuando haya que renovar el Parlamento y elegir al sucesor del actual Presidente. Lo más probable es que estos tres comicios se lleven a efecto con un padrón electoral completamente renovado. Por un lado, un padrón mucho más amplio por efecto de la inscripción automática; por otro, quizás si mucho más restringido por efecto del voto voluntario. También es alta la probabilidad de que la elección parlamentaria se realice en un formato distinto al del actual sistema binominal.

Pero todas estas bien podrían ser menudencias en relación a lo que muchos analistas ven como lo principal, esto es, el cambio de eje de la escena política chilena. La teoría más extendida asume que todo el arco político se correrá inevitablemente a la izquierda. Eso explicaría no sólo los titubeos y palos de ciego de la Concertación para encontrar sus nuevos cauces, sino también el comportamiento de un gobierno que ha desilusionado a su entorno más ortodoxo de referencia con una agenda que le debe más a la socialdemocracia que a las ideas de la derecha. En aquello de ser el "quinto gobierno de la Concertación", entonces, la actual administración no habría hecho otra cosa que leer con agudeza el nuevo mapa político y sociológico. Si todos dan tres pasos a la izquierda, son muchos los que creen que La Moneda no tenía otra opción que correrse al centro, porque, de no hacerlo, iba a polarizar el país todavía más.

Todo esto es muy discutible, por cierto. Pero la izquierdización se ha vuelto una hipótesis muy verosímil, incluso a escala mundial. Es cosa de entrar a cualquier librería, de andar por cualquier calle más o menos rayada, de circular por los pasillos de alguna universidad o de escuchar, por último, al chofer de taxi. Donde antes estuvo Friedman y después Anthony Giddens, ahora está Tony Negri. Marx, que estaba bien enterrado, resucitó. El PC despierta de su sueño jurásico y se yergue -dicen- en colectividad dirimente. La candidatura de Bachelet dicen también es imparable y viene envuelta en banderas muy rojas. Aunque el capitalismo en Chile goza de espléndida salud, puesto que la economía tiene un dinamismo que no mostró en los últimos 10 años, el desafecto que genera aquí tal vez no es mucho menor que el que provoca en Madrid, donde la juventud no tiene el más mínimo horizonte de trabajo, o en esos países europeos aterrados por la posibilidad del derrumbe de un sistema financiero prendido con alfileres. Curioso: el más insular de los países de la región se suma confiado y entusiasta a la marea mundial de la frustración capitalista precisamente cuando su economía está creciendo al ritmo de 6% al año.
 
La enunció no Friedman ni Giddens; mucho menos Tony Negri. La famosa ley del péndulo fue invocada más modestamente por Julio Durán. Toda la cuerda que se da en algún momento para allá, después se recoge en Chile para acá. Bastó que lo dijera para que lo ridiculizaran y su planteamiento se volviera motivo recurrente de chistes. Treinta años de economía de mercado le arreglaron las cuentas al país y les entonaron la vida a los chilenos. Llegamos harto lejos en esa dirección. La duda es si no estaremos tomando vuelo ahora para el otro lado. 

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