La pugna en Renovación Nacional tiende a oscurecer los desafíos urgentes de la derecha chilena.
por Daniel Mansuy - Profesor de Filosofía Política
Diario La Tercera 30/11/2011 - 04:00
Si la hipótesis es correcta, se trata de un desatino cuando menos extraño. Puede ser cierto que el liderazgo de Larraín no destaca por lo dialogante, o que su lengua lo traiciona, pero al mismo tiempo es torpe olvidar un dato de la causa: Larraín controla el partido. Puede parecer de perogrullo, pero la política se hace al interior de los partidos más que tomando aperitivo. Así las cosas, la disidencia tiene sólo dos caminos: o conversa con Larraín en las condiciones que el timonel imponga, o desata una guerra civil de consecuencias inciertas.
Ahora bien, es obvio que un partido sólo existe mientras sus miembros quieran vivir bajo el mismo techo, y todos los bandos deberían explicitar su posición en este punto. Esto debe hacerse sin olvidar que la naturaleza de Renovación Nacional es cobijar en su seno a sensibilidades distintas, y que lo raro sería que estuvieran todos de acuerdo. Allí reside toda su fortaleza, y también toda su debilidad. Si el partido tiene algún destino, éste pasa por lograr la convergencia de todos. Eso supone hacer política, por más anacrónico que parezca en tiempos de indignación: conversar, persuadir, acordar y elaborar compromisos comunes. Aunque tentadora para algunos, la escisión es una mala idea, pues supone dispersar fuerzas que son limitadas, y supone además que la antipatía personal hacia Carlos Larraín (que él mismo debería tomar más en serio) basta para justificar un divorcio.
En cualquier caso, la división tiende a oscurecer los desafíos urgentes de la derecha chilena, que son harto más importantes que determinar el número exacto de enemigos de Carlos Larraín. Tampoco basta con usar calificativos ("queremos una derecha moderna-liberal-progresista") que tienen más de marketing que de política. Hay una lección del momento presente que la derecha no puede perder de vista: el ejercicio del poder no se improvisa. Por tomar el ejemplo más inmediato, en educación estamos siendo testigos, sin darnos mucha cuenta, de una farra de aquellas. Pese a los loables esfuerzos del ministro Bulnes, el gobierno ha sido incapaz de jerarquizar sus prioridades o de mostrar algo así como un programa en la materia. Sólo tenemos un grupo de medidas, parecido a una lista de supermercado, que ha sido impuesto por la calle. Nadie sabe ni nadie ha pensado qué va a salir de todo esto. Empero, si acaso la derecha no se interesa sólo por el poder, sino también por la finalidad del poder, urge emprender un trabajo de articulación intelectual que le permita elaborar un proyecto coherente, trabajo que sólo Renovación Nacional puede realizar, porque en ella conviven distintas tradiciones. Sólo así la derecha podrá, quizás, aspirar a gobernar algún día con más ideas que frases hechas, con más timón que encuestas y con más convicciones que billetera.
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