Desde el punto de vista social, a quienes menos favorece la gratuidad de la educación superior es a los más pobres.
por Andrés Benítez - Diario La Tercera 19/11/2011 - 04:00
NO DEBE extrañar que en las encuestas, el menor apoyo que tiene el movimiento estudiantil universitario esté en los sectores más pobres de la población. No es de extrañar, porque los sectores más desposeídos saben que aunque la universidad sea gratis, la gran mayoría no podrá acceder a ellas. Y la razón es simple: los colegios a los que asisten sus hijos son de tan mala calidad, que no los preparan para ingresar a la educación superior. Por ende, toda esta discusión tiene poca relevancia para ellos, y lo que es peor, puede incluso perjudicarlos si es que los universitarios logran capturar para ellos el presupuesto de educación.
Esto nos recuerda que el final del día, nada es gratis. Los recursos que se otorguen para hacer gratuita la educación superior son necesariamente recursos que se podrían haber destinado a mejorar aún más la cobertura de la educación preescolar y la calidad de la enseñanza básica y media. Esto sucede aunque se aumente el presupuesto de educación, con o sin reforma tributaria, porque ahí la discusión es nuevamente quién se lleva los recursos adicionales. Desde el punto de vista social, a quienes menos favorece la gratuidad de la educación superior es a los más pobres.
Pero desde el punto de la educación, privilegiar la enseñanza universitaria por sobre la escolar, tampoco tiene lógica. La educación se mejora de abajo hacia arriba y no al revés. En otras palabras, mientras la enseñanza escolar sea de mala calidad, tampoco tendremos un sistema universitario de alto nivel, porque esto último requiere de competencias mínimas de los alumnos, las que hoy no entregan una alta proporción de colegios. Por algo la deserción universitaria se concentra en los alumnos que vienen de colegios de bajo desempeño.
Esto no significa no abordar el problema financiero que sufren muchas familias de clase media que tienen hijos en la universidad. Pero ello se resuelve con un sistema de créditos eficiente, que sea justo y que esté ligado a los ingresos de los futuros estudiantes. En ese sentido, no hay que olvidar que la educación superior chilena, con todos sus problemas, permite a sus egresados multiplicar hasta por cuatro veces el ingreso de una persona que no tuvo acceso a ella. Por ende, también es justo que devuelvan los beneficios recibidos en la medida de sus posibilidades, recursos que sirven para apoyar a quienes no han tenido ese privilegio.
Parece razonable que el gobierno resista las presiones de los estudiantes y la oposición para aumentar la gratuidad en la educación superior. No debe dejar que los universitarios capturen el presupuesto, por mucho que griten. Los parlamentarios también debieran cooperar en esto. Ojalá lo hagan por convicción, por justicia social, pero si no es así, al menos que lo hagan por conveniencia electoral. Porque los votos que tanto persiguen, no están en el millón de estudiantes de la educación superior, sino en los padres de los 3,5 millones de escolares que están en la básica y media, 93% de los cuales van a los colegios municipales y particulares subvencionados. Seguir en la borrachera universitaria tampoco será gratis para los políticos.
Esto nos recuerda que el final del día, nada es gratis. Los recursos que se otorguen para hacer gratuita la educación superior son necesariamente recursos que se podrían haber destinado a mejorar aún más la cobertura de la educación preescolar y la calidad de la enseñanza básica y media. Esto sucede aunque se aumente el presupuesto de educación, con o sin reforma tributaria, porque ahí la discusión es nuevamente quién se lleva los recursos adicionales. Desde el punto de vista social, a quienes menos favorece la gratuidad de la educación superior es a los más pobres.
Pero desde el punto de la educación, privilegiar la enseñanza universitaria por sobre la escolar, tampoco tiene lógica. La educación se mejora de abajo hacia arriba y no al revés. En otras palabras, mientras la enseñanza escolar sea de mala calidad, tampoco tendremos un sistema universitario de alto nivel, porque esto último requiere de competencias mínimas de los alumnos, las que hoy no entregan una alta proporción de colegios. Por algo la deserción universitaria se concentra en los alumnos que vienen de colegios de bajo desempeño.
Esto no significa no abordar el problema financiero que sufren muchas familias de clase media que tienen hijos en la universidad. Pero ello se resuelve con un sistema de créditos eficiente, que sea justo y que esté ligado a los ingresos de los futuros estudiantes. En ese sentido, no hay que olvidar que la educación superior chilena, con todos sus problemas, permite a sus egresados multiplicar hasta por cuatro veces el ingreso de una persona que no tuvo acceso a ella. Por ende, también es justo que devuelvan los beneficios recibidos en la medida de sus posibilidades, recursos que sirven para apoyar a quienes no han tenido ese privilegio.
Parece razonable que el gobierno resista las presiones de los estudiantes y la oposición para aumentar la gratuidad en la educación superior. No debe dejar que los universitarios capturen el presupuesto, por mucho que griten. Los parlamentarios también debieran cooperar en esto. Ojalá lo hagan por convicción, por justicia social, pero si no es así, al menos que lo hagan por conveniencia electoral. Porque los votos que tanto persiguen, no están en el millón de estudiantes de la educación superior, sino en los padres de los 3,5 millones de escolares que están en la básica y media, 93% de los cuales van a los colegios municipales y particulares subvencionados. Seguir en la borrachera universitaria tampoco será gratis para los políticos.
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