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La promoción de la familia cristiana a la luz de las enseñanzas de Cristo y siendo fiel a su Evangelio...‏

Esperanza frente al Peligro de Cisma
Monseñor Rogelio Livieres
Ex Obispo de Ciudad del Este, Paraguay
Jueves 9 de octubre de 2014

En la Misa de Apertura 
del Sínodo Extraordinario sobre la Familia 
el Papa Francisco llamó a los Obispos 
a colaborar con el plan de Dios 
y formar así un pueblo santo. 

Ofrezco estas reflexiones 
con el deseo de servir al Papa 
de la mejor manera que puedo.

____

La Iglesia, 
fundada sobre la roca de Pedro, 
espera del Sínodo 
la promoción de la familia cristiana. 

Pero lo que la Biblia llama «el mundo» 
tiene una expectativa muy distinta: 
los medios de prensa vociferan cada día 
para que la Iglesia «se ponga al día». 

Un eufemismo para exigir 
que bendiga, y no condene, 
los desvíos morales 
cada día más frecuentes 
–entre otras razones, 
por la promoción sistemática 
desde la prensa 
y la industria del entretenimiento.

La Iglesia sin embargo no fue establecida 
para sancionar lo que el mundo pretende, 
sino para enseñarnos 
lo que Dios quiere de nosotros 
y acompañarnos en el camino de la santidad. 

Porque es en la voluntad de Dios, 
que todo lo sabe 
y no puede engañarse ni engañarnos, 
donde nosotros encontramos 
la verdadera paz y felicidad. 

Ni la doctrina de la fe 
ni la práctica pastoral 
–consecuencia de esa doctrina– 
son el resultado de consensos de curas, 
aunque sean cardenales u obispos.

Ya desde los primeros tiempos del cristianismo 
los Apóstoles y sus sucesores fueron presionados 
por poderosas élites religiosas y políticas 
para que tergiversaran la verdad 
y la misión evangélica 
que habían recibido de Cristo. 

Pero en vez 
de inclinarse ante otros dioses 
nos dejaron un testimonio 
de fidelidad incondicional a la verdad 
derramando su sangre. 

Porque «hay que obedecer a Dios 
antes que a los hombres» (Hechos 5:29). 

Estos días me consuela pensar 
en el ejemplo de san Atanasio. 

Fue expulsado de su Diócesis 
no una sino cinco veces, 
debido a las maquinaciones 
de sus hermanos obispos arrianos 
con los que no estaba «en comunión», 
precisamente porque quería promover 
«la fe católica y apostólica», 
como dice la Plegaria Eucarística I, 
o Canon Romano.

Bendecir y aceptar 
«lo que todo el mundo quiere» 
no es ni misericordia ni amor pastoral. 

Más bien, es pereza y comodidad, 
porque estaríamos renunciando 
a evangelizar y educar. 

Y respetos humanos, 
porque nos importaría más 
el qué dirán 
que increpar proféticamente 
en la obediencia a Dios. 

Ya san Benito 
resumía, en otra época 
también signada por mucha confusión, 
el principio de vida eterna de la obediencia: 
«mi palabra se dirige ahora a ti, 
quienquiera que seas, 
para que renuncies 
a tus propias voluntades 
y tomes las preclaras 
y fortísimas armas de la obediencia…», 
«…así volverás por el trabajo de la obediencia 
a Aquel de quien te habías alejado 
por la desidia de la desobediencia» 
(Regla, Prólogo).

Dentro de la Iglesia, 
y últimamente desde algunas 
de sus más altas esferas, 
«soplan vientos nuevos» 
que no son del Espíritu Santo. 

El mismísimo cardenal prefecto 
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 
entre otros, ha criticado 
la pretensión utópica 
de hacer cambios de fondo 
en la práctica pastoral 
sin por ello afectar 
la doctrina católica sobre la familia. 

Sin juzgar sus intenciones, 
que presumo las mejores, 
y con la tristeza de tener 
que mencionarlos por nombre, 
ya que son de público conocimiento, 
el cardenal Kasper 
y la revista jesuita Civiltà Cattolica 
son activos propulsores 
que lideran esta confusión. 

Lo que antes estaba prohibido 
como una grave desobediencia 
contra la ley de Dios 
ahora podría quedar bendecido 
en nombre de su misericordia. 

Justifican lo injustificable 
por medio de sutiles 
interpretaciones de textos 
y hechos históricos. 

Pero los que realmente 
conocen de estas materias 
han reducido a polvo 
estos sofismas. 

No olvidemos 
lo que nos aseguró el Señor: 
«El cielo y la tierra pasarán, 
pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).

Aprovechemos 
la extraordinaria oportunidad 
que nos ofrece el Sínodo 
para reafirmar de modo positivo 
lo que la Iglesia siempre 
y en todas partes ha creído 
sobre la familia 
y ha puesto en práctica 
en su disciplina. 

Esto nos exige, 
al mismo tiempo, 
defender la verdad 
frente a los que están dividiendo 
y confundiendo al Pueblo de Dios. 

La situación es gravísima 
y no soy yo el primero 
en advertir que desgraciadamente 
estamos frente al peligro de un gran cisma. 

Exactamente lo que el Señor 
y su Santísima Madre 
nos han prevenido en apariciones 
reconocidas y aprobadas 
por la autoridad de la Iglesia.

Frente a los que están queriendo 
«dibujar» consensos y manipular estadísticas, 
como si el Pueblo de Dios estuviera pidiendo 
lo que en realidad se le quiere gravar 
por la fuerza de una autoridad abusiva, 
recordemos que la Iglesia no vive 
ni se define a partir de las opiniones 
de los hombres y el cambio de los tiempos 
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. 

La historia 
de cómo se terminó imponiendo 
a todo un pueblo católico 
el cisma de la Iglesia de Inglaterra, 
junto con el testimonio martirial 
de san Juan Fischer y santo Tomás Moro, 
son una lección que hoy vale mucho profundizar.

Roguemos por el Papa, 
por los Cardenales y los Obispos, 
para que todos estemos dispuestos 
incluso a derramar la sangre 
en la defensa y promoción de la familia 
contra las tormentas del engaño 
y la idolatría de 
la libertad sexual del hombre frente a Dios. 

No nos dejemos engañar 
ni apartar de la fe 
y de la práctica moral 
que Jesucristo nos enseñó. 

Sabemos que el mundo 
odió a nuestro Señor. 

El servidor 
no puede ser más que su amo. 

El mundo nos perseguirá, 
incluso invocando 
falsamente el nombre de Dios. 

Y a los eclesiásticos 
que hablen como el mundo quiere, 
los aplaudirá y los amará, 
«porque son de los suyos», no de Dios.

__

Sobre el autor

Doctor en Derecho Canónico 
por la Universidad de Navarra (España) 
y especialista en Derecho Administrativo 
por la Escuela Nacional 
de Administración Pública de Madrid (España).

Fue ordenado Sacerdote 
el 15 de Agosto de 1978, 
perteneciendo al clero 
de la Prelatura 
de la Santa Cruz y Opus Dei.

Nombrado como obispo 
de Ciudad del Este 
por el Papa Juan Pablo II, 
el 12 de julio del 2004, 
tomó posesión del cargo 
el 3 de octubre del mismo año.

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