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Enigmático y cuestionable valor

Empresas estatales: 

por Rafael Aldunate
Diario La Segunda, jueves 2 de octubre de 2014

“Si Codelco fuera efectivamente 
de todos los chilenos, 
reflejaríamos nuestra opinión 
a través del valor de sus acciones”.

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Existen innumerables evidencias 
internacionales y nacionales 
de que las empresas estatales 
comparadas con las análogas privadas 
quedan en una muy desmejorada posición, 
tanto en gestión, calidad de sus productos 
y en el veredicto final del mercado.

Esto se expresa a través 
del premio de las utilidades, 
que es la última línea de un balance, 
después de pagar todos los costos operacionales 
y las deudas en que incurre 
todo empresario ante un riesgo no menor.

Y esas utilidades, además, 
las “comparte” con el Estado vía impuestos. 

Aún así, si uno realizara 
un plebiscito sobre privatizar 
o nacionalizar una determinada empresa, 
en amplias regiones del mundo 
es muy probable que los votantes 
se inclinaran no en un despreciable porcentaje 
por la estatización y, lo más paradójico, 
es que ese veredicto se produciría 
pese a una mala gestión integral 
de las empresas públicas.

En Chile hay claras evidencias 
de que la mayoría de las empresas públicas 
crónicamente han estado mal administradas, 
pese al enorme esfuerzo de gestión 
y conducción realizado 
por la administración Piñera. 

No obstante, reflejaron magras utilidades, 
a excepción de Codelco y BancoEstado, 
por tener ventajas competitivas.

Pero el Congreso, 
con el beneplácito de la Nueva Mayoría, 
no permite, por una anquilosada doctrina, 
ningún espacio a privatizar, 
pese que hay poderosas superintendencias 
para controlar cualquier exceso 
o falta a la calidad de los servicios 
que se ofrecen.

En los gobiernos anteriores, 
las pérdidas de algunas empresas 
han sido inconmensurables, 
por estar ajenas a la demanda real 
de la sociedad y por inspirarse 
en un sentido de imponer 
una planificación sin sustento de mercado, 
similar a las políticas socialistas 
que han fracasado una y otra vez en el mundo.

Y como vemos en Codelco en estos días, 
donde es imposible sacudirse 
del partidismo político 
con miembros de su directorio 
que no cumplen con los requisitos 
que exige su ley de gobiernos corporativos, 
por mucho que la Contraloría 
lo haya aprobado como partícipe activo 
en la articulación de esta modernizadora ley, 
junto a los ex ministros Velasco y Larroulet.

Las desavenencias en criterios básicos 
exigen ser resueltos en el seno del directorio, 
hasta agotar las instancias.

Si Codelco fuera efectivamente 
de todos los chilenos, 
reflejaríamos nuestra opinión 
a través del valor de sus acciones.

Caso concreto: EFE. 

Un proyecto de tren al sur 
voluntarioso de la administración Lagos 
que, sumado a claros rasgos de corrupción, 
se le olvidó un gran detalle: 
estudiar la demanda efectiva del tráfico 
y evaluar la competencia de buses y aviones. 

Resultado: pérdidas por US$.1.800 millones.

Frente a esta realidad, 
paradójicamente se ha alejado 
el impulso privatizador de la sociedad. 

La eficiencia reconocida 
a escala mundial de las AFP privadas 
en lo que les atañe: hacer crecer los fondos, 
que se ha logrado con rentabilidades históricas 
del 6% anual. Y una AFP estatal, 
¿será mas eficiente con la misma normativa? 

¡Otra improvisación!

Esto prueba un sesgado dogmatismo 
ausente de realismo 
que se ha pregonado por décadas, 
donde la solidaridad mal inducida 
y conducida es extremadamente onerosa.

Nada más sano, sustentador y cautelador 
que compitieran empresas abiertamente. 

Y en servicios como salud y educación, 
que compitan públicos y privados 
por el veredicto de las personas 
plenamente informadas.

Pareciera que prefieren 
a ciudadanos no informados o sesgados 
donde se imponga el riesgoso slogan 
de que la empresa pública “sea de todos” 
(y de nadie a la vez) a la opción 
de que tenga un dueño 
que al ser próspero y exitoso 
esté cumpliendo 
con un cúmulo de regulaciones 
y satisfaciendo al consumidor final. 

Y soslayando 
que la empresa estatal 
de mayor envergadura e incidencia, 
el propio Fisco, que por medio 
del presupuesto nacional 
asigna y gasta más de 
62 mil millones de dólares anuales, 
un 23% del PIB.

Y bajo el aura 
de la respetable protección social 
no constatamos cuántas ineficiencias 
y filtraciones se han acumulado 
en el tiempo a nombre de los pobres. 

Se requiere, por tanto, 
mayor evaluación e instrumental 
de responsabilidad fiscal…

Conspira contra el buen resultado 
de las empresas públicas 
que al ser de todos, 
genérica o colectivamente 
se alejan del sentido de pertenencia. 

Reiteramos, pasan a no ser de nadie 
o tienen una responsabilidad muy diluida, 
donde han primado réditos políticos, 
como es el caso de Enap, 
que en gobiernos anteriores 
acumuló una deuda que supera 
los cuatro mil millones de dólares 
(más de 4 veces la reforma tributaria de Piñera).


En las empresas públicas 
prevalece una dicotomía o visión híbrida, 
donde quieren simultáneamente 
cumplir su rol social y ser rentables. 

Ahí se pierde el norte 
y las justificaciones políticas priman. 

Por lo tanto, 
se diluye una estrategia definida.

Su accountability, 
por cuanto he participado 
en la administración de ellas 
vía el holding estatal, 
ciertamente ha progresado. 

Todo este mix de circunstancias 
políticas y económicas entrelazadas 
afecta de una u otra forma 
la conducción de las empresas. 

Por ello, hay que continuar avanzando 
en que estas empresas públicas 
se trasformen en sociedades anónimas abiertas, 
con todo el rigor en sus prácticas 
de información y gestión.

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