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¿Misterios del eterno femenino?‏

  • Hay aspectos de lo femenino que capturan nuestra atención más allá de las características más o menos obvias o de expresiones propias de lo que llamamos femeneidad.  Término que no puede ser acotado, ni precisado, ya que siempre aparecen variantes o contraejemplos cada vez que se intenta concretar una definición.


No es ni siquiera la belleza de lo natural, sino la interacción del eterno femenino plasmado en las mil formas evanescentes de la cultura de cada tiempo.

Puede ser que, cada cual, en parte, sea sensible a diversos aspectos de lo femenino, y que dicha expresión pueda ampliarse y variar a lo largo de la vida, dependiendo de factores como estado de ánimos y receptividad ante la súbita aparición de algo esencial que caracteriza a la mujer.

Ni siquiera estamos hablando de la atracción física, sino de un especie de asombro en la contemplación.

Un rasgo encantador de lo femenino, que escapa a las propias mujeres; totalmente fuera de su control.  Una especie de composición en que su complejidad se pone al servicio del encanto y en que todo confluye hacia una especie de magia donde nada sobra ni nada falta.

¿Cómo hace para que el bolso que carga sobre su frágil hombro derecho, encuentre su contraparte en el pelo que cae delicadamente sobre su hombro izquierdo?

¿Cómo es que una postura, un andar natural, para nada provocativo ni vistoso per se, sea percibido como un plano secuencia, en armonía con una cadencia transfigurada en la más sobria y bella de las danzas?

Cuando el efecto nunca es completamente controlado, o se produce por causas equivocadas, es cuando puede surgir dicha magia, vaya a saber uno por qué. ¿Tal ves una ilusión? Un espejismo que desaparece si se le pretende capturar.

Un sweater holgado, sobre una blusa que se asoma hasta cubrir parte de los jeans y se cimbra como una bandera al viento, no necesariamente tiene que ser "sexy".  Puede ser nada más que la expresión espontánea de la naturalidad de una chiquilla, que resplandece anónima como la encarnación de una belleza a la que se contempla con la misma inocencia y pureza con el que recibimos un amanecer.

O puede ser, la expresión de una mujer madura que no tiene idea de lo bella que puede llegar a ser, o los niveles de hermosura que es capaz de albergar, y que en un momento epifánico irradia este misterio estético desde su interior, y al que con un rubor y humildad que desarma, pareciera pedirnos perdón por existir y por irradiar lo que no comprende…

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