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Los vampiros de Santiago

Los vampiros de Santiago

Mientras la capital duerme, 
hay quienes siguen dándole vida. 

Son los trabajadores nocturnos, 
acostumbrados a no ver mucho el sol, 
dormir durante el día 
y vivir una jornada más solitaria 
que el resto de los mortales. 

No se quejan, hace años 
que aprendieron a adaptarse.  

por Florencia Polanco 
Diario El Mercurio, lunes 26 de agosto de 2013

La luna está redonda 
y una fina capa de niebla 
difumina su figura. 

Por los corredores 
del Cementerio General de Recoleta, 
a la medianoche, no deambula ni un alma. 

Solo quedan algunos restos 
de los lirios y claveles 
que los floristas abandonaron en el suelo.

Mientras el norte de la capital duerme, 
hay alguien, en medio de tanta penumbra, 
que sigue despierto. 

Tras la imponente reja metálica 
de la entrada está Roberto, 
quien prefiere mantenerse en el anonimato. 

Con una linterna bajo el brazo 
y una radio que vocifera 
frases ininteligibles, se mantiene vigilante.

-Me cuesta hablar, 
porque tengo que estar súper atento. 

En cualquier momento 
me llaman mis compañeros 
y hay que salir disparado. 

Se mete mucho delincuente aquí en la noche.

El frío llega a ser agresivo. 

Mientras habla, 
a través del cuello 
de su polar institucional, 
sus palabras exudan vapor. 

Pero los más de siete años 
que lleva como guardia nocturno 
han hecho lo suyo: 
no le incomoda mantenerse despierto 
mientras el resto duerme; es más, le gusta.

-Uno se acostumbra. 

Además, la madrugada es intensa. 

Hay que cuidar que 
no se lleven las cosas, 
que pasa harto. 

Se meten casi todos los días 
y tenemos que corretearlos entre todos. 

A veces nos encontramos 
con góticos haciendo tonteras, 
pero lo más peligroso 
es que se roban los esqueletos. 

Sacan los cráneos para venderlos. 

¿Se imaginan encontrar 
el resto tirado después? 
Queda la tendalada.

Dice conocer cada rincón 
del cementerio mejor que su casa. 

Y si en el día hay sectores que lucen tenebrosos, 
por la noche pareciera que las figuras de mármol, 
las gárgolas y los espíritus cobraran vida. 

Es un trabajo, enfatiza, para valientes.

-Se ve de todo . 

Cosas que las cámaras de la televisión 
no han logrado captar. 

Aparecen siluetas, 
se escuchan cosas, 
pero no da miedo. 

Cuando llevas tanto tiempo, 
pasa a ser normal. 

Al principio daba susto 
y uno no quería volver, 
pero después se pasa. 

La pega es la pega.

Son casi un cuarto para la una 
y la calma que reinó por unos minutos 
comienza a esfumarse . 

Roberto sube el volumen de la radio, 
sonríe y dice que se tiene que ir. 

Él es solo uno de los cientos 
de empleados que trabajan de noche, 
en una ciudad que cada año 
extiende más sus horarios. 

De hecho, 
esto motivó a la cadena 
de restaurantes Denny's 
a abrir locales en Chile 
que atiendan las 24 horas.

El señor de la noche

Una línea parecida 
sigue la Casa de Cena, 
en el centro de la capital, 
famoso por tener cazuelas, 
perniles y pescado frito 
hasta las cuatro de la mañana. 

Rubén Zúñiga, 
su administrador nocturno, 
es uno de los trasnochadores 
que lo hacen posible. 

De lunes a sábado, 
llega al restaurante 
alrededor de las diez de la noche 
y enciende los motores de su jornada. 

Hace solo un par de horas 
que se despertó y está tan lúcido 
como un oficinista a las 10 de la mañana. 

Su vida de vampiro lo satisface 
y no podría adaptarse al modo diurno.

-Trabajo así desde 1985. 

Salgo de acá tipo cinco y media de la mañana, 
llego a las siete a mi casa y me acuesto a dormir. 

Tengo una pieza especialmente acondicionada, 
con cortinas gruesas para que esté bien oscuro. 

Y mi señora, con la que llevo 
más de cuarenta años de matrimonio, 
está acostumbrada. 

Si me cambiaran el sistema, muero. 
Parecería sonámbulo.

Al fondo de la barra, 
Ismael Gallardo conversa 
con un par de clientes 
que beben el gin tonic que les preparó. 

Lleva más de 35 años 
casi sin hacer su vida 
bajo la luz del sol. 

Para él, comenta, es una forma de vida.

-No tiene nada de diferente con el día, 
más allá del hecho de que la mayoría duerme. 

Pero acá siempre hay movimiento. 

Supiera la gente todos los secretos que me sé. 
En esta barra se cuenta de todo...

Una vida más solitaria 
es la que lleva Fidel Cisterna, 
uno de los conserjes 
que cuidan el edificio 
ubicado en la esquina 
de Huérfanos con Maturana, 
frente a la Plaza Brasil. 

Cuando no deambula nadie por las calles 
y los canales de televisión dejaron de transmitir, 
espera el amanecer en silencio, 
como un ángel de la guarda 
que cuida el sueño de los vecinos. 

Pese a que los turnos se van rotando, 
admite que la noche tiene algo especial.

-Me gusta su tranquilidad; 
puedo hacer otras cosas, 
como leer, completar puzzles 
o ver programas de televisión 
sin que nadie me interrumpa. 

A veces toca que hay mucha bulla 
o se forman trifulcas acá afuera, 
pero hace tiempo que no hay una.

Encerrado en una 
glaciar cabina afuera del edificio, 
afirma que en los siete años 
que lleva como conserje, 
nunca se ha aburrido. 

Durante los tiempos muertos, 
comenta risueño, se entretiene 
jugando con su celular o bajando videos.

-Ahora que existen 
estas cuestiones con internet, 
ni siquiera dan ganas de dormir.

Moisés Cáceres, 
quien trabaja hace 45 años 
como bombero en una estación de bencina, 
también está acostumbrado a la soledad. 

A diferencia de Fidel, 
su rostro parece agotado. 

Santiago no es lo mismo 
que hace cuatro décadas. 

En esa época casi no aparecían 
autos de noche, lo que hoy es habitual. 

Aun así, hace su trabajo con esmero. 

Mientras manguerea el suelo de la estación, 
resume cómo ha conservado su entusiasmo, 
pese al frío y la oscuridad.

-Me gusta hacer mi trabajo, 
sea de día, de noche o de tarde. 

Lo he hecho así toda la vida. 

Tampoco es que uno tenga mucho que elegir, 
pero sí hay una familia detrás a la que hay que cuidar. 

A veces se enoja la señora, 
pero al menos siento 
que estoy en un trabajo honrado.

Sobre su cabeza, la luna llena, blanca y brillante, 
ilumina una carretera desierta que desemboca 
en un Santiago que cada año se duerme más tarde...

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