"Al final, la pregunta definitiva surgirá siempre del criterio de qué haremos con el país que recibimos. ¿Adónde vamos? ¿Cómo discernimos un horizonte que mejor responda a los desafíos de nuestra época?..."
Se ha puesto en la picota la idea de que la pugna presidencial sea entre dos mujeres, y no en lo básico entre "proyectos" y visiones de país muy distintos; no entre historias personales compartidas y a la vez diferentes, sino entre historias colectivas que difieren dramáticamente.
La razón de esta crítica es obvia. La fuerza de la candidatura de Evelyn Matthei está en su propia destreza profesional y personal, que puede hasta cierto punto equilibrar la gran ventaja en imagen y articulación de ideales de que goza Michelle Bachelet desde las postrimerías de su gobierno. De ahí el esfuerzo de la Alianza de comparar a las candidatas en cuanto tales; allí radica su ventaja. ¿En qué democracia esto no se plantea de esta manera, llegado el caso? En EE.UU. muchas veces es más importante la persona, y no si es demócrata o republicano. La fortaleza actual de Angela Merkel en la carrera electoral se debe a su propia imagen, y no tanto a la fortaleza de su partido, la Democracia Cristiana.
Eso sí, la crítica a Evelyn Matthei por la falta de proyecto se enfoca en una evidente debilidad más que de la candidata, de la derecha en general: su pobreza en el momento de explicar ideas e ideales, la indiferencia hacia la cultura como marco de discusión y a su papel en la creación de estrategias para la pugna de fuerzas. Nada pequeño esto.
Sin embargo, en muchas críticas que apuntan a esta fragilidad que se parece a la apatía, asoma también una soberbia candorosa. Sí, porque no se trata de que se expongan bloques de ideas construidas con la perfección de una coherencia de superficie, cual utopía racionalista. Sabemos adónde han conducido finalidades demasiado hermosas como una "república de ciudadanos" o que "el pueblo asuma el poder" (lo mismo ha pasado a veces en las cruzadas por "el orden y la tradición").
Hace 40 años culminaba un proceso iniciado en 1970, en el que se había apelado como verdad científica autoevidente a que el mundo se encontraba -suponían- en la fase decisiva "del cambio de correlación de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo", triunfando este último, personificado en los sistemas marxistas. En verdad, esa ciencia era una religión política, pero sesudos profesores universitarios, a veces sobresalientes en su especialidad, asentían ante el manto de infalibilidad del presunto proceso histórico; intelectuales la untaban con su prestigio; los artistas cantaban su futuro inexorable, sin dar una mirada aunque fuese superficial a lo que sucedía con sus pares en el socialismo real.
Jorge Alessandri en la campaña de 1970, compartiendo una inclinación antiintelectual de gran parte de la derecha, señaló sin embargo dos hechos que llaman la atención. Uno, que la noción de socialismo que se divulgaba suponía un simple reparto de recursos que no alcanzaría para nada. Así era. Y que no se podía incrementar el ingreso sin que la economía creciera. Así fue. Lo dijo claro en medio de un discurso que era la mismidad del tedio, sin ningún aliento que sostuviera una visión de lo que se pretendía. Así perdió, aunque razón no le faltaba.
La competencia política implica una relación nada sencilla entre ideas y realidad, donde lo que es cada una de ellas y la frontera entre una y otra no se presenta de manera clara y distinta. Al final, la pregunta definitiva surgirá siempre del criterio de qué haremos con el país que recibimos. ¿Adónde vamos? ¿Cómo discernimos un horizonte que mejor responda a los desafíos de nuestra época? Todo esto debe explicarse tanto de forma rigurosa como sencilla, para que alcance a todos. Absorber esta inevitable contradicción en los términos es el reto para el lenguaje político.
La razón de esta crítica es obvia. La fuerza de la candidatura de Evelyn Matthei está en su propia destreza profesional y personal, que puede hasta cierto punto equilibrar la gran ventaja en imagen y articulación de ideales de que goza Michelle Bachelet desde las postrimerías de su gobierno. De ahí el esfuerzo de la Alianza de comparar a las candidatas en cuanto tales; allí radica su ventaja. ¿En qué democracia esto no se plantea de esta manera, llegado el caso? En EE.UU. muchas veces es más importante la persona, y no si es demócrata o republicano. La fortaleza actual de Angela Merkel en la carrera electoral se debe a su propia imagen, y no tanto a la fortaleza de su partido, la Democracia Cristiana.
Eso sí, la crítica a Evelyn Matthei por la falta de proyecto se enfoca en una evidente debilidad más que de la candidata, de la derecha en general: su pobreza en el momento de explicar ideas e ideales, la indiferencia hacia la cultura como marco de discusión y a su papel en la creación de estrategias para la pugna de fuerzas. Nada pequeño esto.
Sin embargo, en muchas críticas que apuntan a esta fragilidad que se parece a la apatía, asoma también una soberbia candorosa. Sí, porque no se trata de que se expongan bloques de ideas construidas con la perfección de una coherencia de superficie, cual utopía racionalista. Sabemos adónde han conducido finalidades demasiado hermosas como una "república de ciudadanos" o que "el pueblo asuma el poder" (lo mismo ha pasado a veces en las cruzadas por "el orden y la tradición").
Hace 40 años culminaba un proceso iniciado en 1970, en el que se había apelado como verdad científica autoevidente a que el mundo se encontraba -suponían- en la fase decisiva "del cambio de correlación de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo", triunfando este último, personificado en los sistemas marxistas. En verdad, esa ciencia era una religión política, pero sesudos profesores universitarios, a veces sobresalientes en su especialidad, asentían ante el manto de infalibilidad del presunto proceso histórico; intelectuales la untaban con su prestigio; los artistas cantaban su futuro inexorable, sin dar una mirada aunque fuese superficial a lo que sucedía con sus pares en el socialismo real.
Jorge Alessandri en la campaña de 1970, compartiendo una inclinación antiintelectual de gran parte de la derecha, señaló sin embargo dos hechos que llaman la atención. Uno, que la noción de socialismo que se divulgaba suponía un simple reparto de recursos que no alcanzaría para nada. Así era. Y que no se podía incrementar el ingreso sin que la economía creciera. Así fue. Lo dijo claro en medio de un discurso que era la mismidad del tedio, sin ningún aliento que sostuviera una visión de lo que se pretendía. Así perdió, aunque razón no le faltaba.
La competencia política implica una relación nada sencilla entre ideas y realidad, donde lo que es cada una de ellas y la frontera entre una y otra no se presenta de manera clara y distinta. Al final, la pregunta definitiva surgirá siempre del criterio de qué haremos con el país que recibimos. ¿Adónde vamos? ¿Cómo discernimos un horizonte que mejor responda a los desafíos de nuestra época? Todo esto debe explicarse tanto de forma rigurosa como sencilla, para que alcance a todos. Absorber esta inevitable contradicción en los términos es el reto para el lenguaje político.
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