"Más importante es la reciente modificación del Plan Regulador de Santiago, liderada por el mismo municipio para proteger los valores urbanísticos del gran barrio que se extiende al sur de la avenida Matta. Es un trozo de ciudad que se consolidó a comienzos del siglo 20, y que representa la República durante el siglo de las grandes reivindicaciones sociales..."
Más importante es la reciente modificación del Plan Regulador de Santiago, liderada por el mismo municipio para proteger los valores urbanísticos del gran barrio que se extiende al sur de la avenida Matta. Es un trozo de ciudad que se consolidó a comienzos del siglo 20, y que representa la República durante el siglo de las grandes reivindicaciones sociales: ahí están las primeras poblaciones obreras, cuidadosamente diseñadas como ejemplos de vivienda digna y ciudad moderna; teatros, templos y liceos; ahí también la histórica zona comercial en torno al antiguo matadero de Santiago, hoy todavía bullente de actividad. Frente a la amenaza de proyectos inmobiliarios avasalladores, perjudiciales para los atributos del barrio, el municipio decidió congelar los permisos de edificación para llevar a cabo un inédito proceso de revisión de las normas urbanísticas con la participación de la comunidad, de modo de permitir, pero también condicionar, el necesario desarrollo.
Por otra parte, en Providencia, un pequeño barrio, todavía coherente e intacto, se levanta en armas para impedir la demolición de sus casas y la construcción de edificios fuera de escala. En muchas ventanas se lee: “Esta casa no se vende”. El municipio también congela los permisos y anuncia una revisión consultada de las normas que se extenderá a toda la comuna. Es el mismo conflicto que se repite en numerosos barrios de Santiago y de otras ciudades chilenas.
No se trata de detener la renovación de la ciudad, ni impedir su imprescindible densificación, ni obstaculizar el negocio de la construcción, motor fundamental de la economía. Se trata de hacer buena ciudad, de sumarle virtudes en lugar de arrasarlas, de preservar el bienestar colectivo construido a lo largo de generaciones, de construir excelentes barrios en lugar de meras acumulaciones de edificios. Se trata de comprender los límites necesarios para lograrlo, y sobre todo explorar las múltiples alternativas que hoy se discuten en el mundo desarrollado contra el paradigma del desarrollo inmobiliario sin riendas, que ha sido negocio fácil para unos pocos, pero ningún beneficio para todos. Con viento fresco, hoy la ciudadanía espera algo mejor que eso.
Muy temprano, la mañana del 27 de febrero de 2010
ResponderEliminarsalí a caminar desde las inmediaciones
del monasterio benedictino en dirección
al poniente. No había rastros
del terremoto en las edificaciones,
a excepción de lo que se alcanzaba a apreciar
desde la calla al contemplar
la mercadería en el suelo
en farmacias y algún supermercado.
Lo que sí llamaba la atención
es que estaba todo cerrado.
Algunos pocos autos circulando
pero cero actividad comercial
o de cualquier otro tipo,
a excepción de las estaciones de servicio.
Recorrí Las Condes, Apoquindo
y al llegar a avenida Providencia
el cambio se hizo dramático.
Mucho material de las fachadas en el suelo.
Un extractor de aire acondicionado
colgando de un cable en Suecia con Providencia.
La cúpula de la Divina Providencia desaparecida.
Continué hasta la Alameda
y emprendí hacia el sur.
Junto a los Sacramentinos
bloques de los extremos superiores
repartidos por el pavimento
de la calle Arturo Prat.
Al llegar a Avenida Matta
y continuar hacia el sur
se veía mucho ladrillo arrumbado
en la vereda proveniente
de las paredes destruidas
al interior de los conventillos.
Pero lo que más me llamó
la atención fue la vida de barrio.
Una feria funcionaba normalmente,
lo mismo los almacenes de barrio.
Hasta ropa se vendía.
Allí me di cuenta de lo vulnerables
que somos ante una catástrofe
y de la sabiduría que hay
en esa tradicional forma de relacionarse,
la de barrios con vida, en el que
ni siquiera es necesario restablecer
los servicios básicos para poder
abastecerse de lo fundamental,
o ayudarse mutuamente entre los vecinos
sin tener que esperar que llegue la autoridad.