por Eugenio Tironi
Diario El Mercurio, Martes 13 de Marzo de 2012
Diario El Mercurio, Martes 13 de Marzo de 2012
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/03/13/homs.asp
Hoy los ojos del mundo están puestos en la ciudad de Homs, símbolo de la rebelión contra la dinastía Assad. Es la tercera ciudad de Siria, donde reside una de las culturas más antiguas de la tierra. Ahí se amalgaman influencias egipcias, sumerias, babilonias, judías, persas, asirias, griegas y romanas. Antioquía, su antigua capital, estuvo entre las ciudades más importantes del imperio romano. Durante el imperio bizantino, Homs fue un centro relevante del cristianismo oriental. Ha sido el hogar de la familia Jandali. Uno de sus herederos, Malek, es considerado uno de los músicos más versátiles y creativos del mundo árabe. El otro Jandali famoso es Steve Jobs.
La historia es conocida. El padre biológico de Jobs fue Abdulfattah Jandali, un profesor musulmán nacido en Homs que se radicó en Estados Unidos después de obtener su posgrado en ciencias políticas en la Universidad de Wisconsin. Walter Isaacson, su biógrafo, así como toda la vasta literatura que ha brotado sobre la figura de Jobs, le prestan poca atención a este hecho. Pero, ¿cuánto de la cultura que Jobs traía en sus genes no está presente en su obra?
Se ha dicho que Jobs es un hijo de la California hippie de los años 60 y 70: cierto. Que su padre adoptivo, Paul, fue quien le inculcó la obsesión por la manufactura que luego se plasmó en lo que produjo: seguro. Que la necesidad de superar el dolor de saberse abandonado por sus padres biológicos lo indujo a esa búsqueda insistente de autoafirmación y reconocimiento que terminó en Apple: probable. Pero falta un ingrediente: la cultura que recibió en la herencia genética de su padre biológico. ¿Qué pasó con ella? Es inaudito que esta dimensión no esté incorporada por aquellos que hoy lo estudian con esa misma exaltación que en otra época se le destinaba a Marx.
El comportamiento de los seres humano no viene inscrito en su ADN; pero éstos tampoco son una tabula rasa totalmente moldeada por su entorno. Al observar su cara, el color de su piel, esos ojos negros fríos y profundos, pero también su mesianismo y fanatismo, es imposible pasar por alto los orígenes de Jobs. Pero hay coincidencias aún más sugerentes.
A Jobs le gustaba afirmar que nada lo había marcado más que un curso de caligrafía que había tomado por iniciativa propia en su breve experiencia universitaria. El tema le apasionaba, y de hecho fue clave en la concepción del McIntosh y de todo lo que vino después. Es curioso, pero el islam asigna a la caligrafía un lugar central. Éste no tiene una representación de Dios, como el cristianismo, y por eso mismo a la divinidad no se puede acceder por medio de la iconografía o los ritos. Sólo se llega a ella por la lectura del Corán, y de ahí que es clave cómo éste se presenta a los fieles. Por esto el valor de la caligrafía, que llega a ser una suerte de plegaria, tal como la pintura o la escultura lo fuera en el cristianismo.
En el islam la estética es simplemente embellecimiento, deleite. En esto difiere radicalmente de la cultura occidental, para la cual ella está siempre al servicio de un fin religioso o moral: cuando ello se rompe, irrumpe el pecado. Jobs rompió con la subordinación de la estética a la funcionalidad, del diseño a la ingeniería. ¿No estaba, con esto, simplemente reencontrándose con sus raíces? Para el mundo islámico la estética se basa en la proporcionalidad, la interioridad, el minimalismo; todo aquello que está presente en los dispositivos creados por Jobs.
Los íconos del capitalismo contemporáneo, Jobs y Apple, quizás no tienen su origen en los Estados Unidos, ni en Silicon Valley ni en California, sino en la heroica ciudad siria de Homs.
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