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El desgaste de la violencia
por Gonzalo Rojas
 
Diario El Mercurio, Miércoles 07 de Marzo de 2012    

http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/03/07/el-desgaste-de-la-violencia.asp 


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Jorge Millas se esforzó a fondo en definir la violencia, y lo logró. Gracias a la sutileza de su análisis, hemos aprendido que esa troglodita -así la llamaba el mismo filósofo- para presentarse en sociedad se maquilla de muchas formas, consciente de que su horrenda faz resulta de entrada repugnante.
Pero -lo dice el mismo Millas- por mucho que se disfrace, la violencia termina presentándose en su auténtica y dramática realidad: es una fuerza que se aplica sin apelación para la víctima y sin normas suprapersonales para el victimario.
Hace casi un año, comenzaron los maquillajes y desde entonces se ha desplegado cual carnaval: funas y tomas, bloqueos y paros, descalificaciones e insultos de apariencia artística, todos esos gestos y muchos otros se han multiplicado por el país y seguirán haciéndolo. Parecen sólo medidas de presión -así las llaman sus ejecutantes-, pero tienen las dos condiciones que Millas develó como propias de la violencia: es una fuerza en que no hay derechos para la otra parte; es una fuerza en que no hay normas para el que la ejerce. Se construye una posición de superioridad y desde ahí se pretende rendir al enemigo. El esquema es clásico.
Hoy puede ser en Aysén; ayer ya fue en muchos campus universitarios, mañana quizás se presente en Calama; y en mayo, seguro, se repetirá en la Araucanía. Quizás cuándo aparecerá en su barrio o a bordo del Transantiago.
Da lo mismo dónde y cómo, lo característico de la troglodita es que no le interesan ni acepta razones. Si un rector pide dialogar, ella exige primero que se rinda y renuncie; si un ministro quiere plantear soluciones, ella no baja las armas ni descubre la cara; si un jefe policial advierte sobre las consecuencias de una agresión, ella, de entrada, le grita ¡asesino!
Pero, vaya, hay un momento en que quienes la promueven bajo máscaras y empolvados, descubren que la fascinación de sus seguidores ya no es la misma que tenían en el día primero; comprueban el cansancio y la frustración. Comienzan entonces a hablar de desgaste. Lo advierte la Confech, lo reconocen en Aysén.
Pero cuando los dirigentes de los diversos grupos de presión sostienen que deben cambiar sus estrategias para evitar el desgaste, en realidad, ¿de qué están hablando?
Muy simple. Lo que les interesa no es cortar la violencia que ellos mismos han generado, sino simplemente darle una pausa para reconducirla por otra vía. Porque la palabra "desgaste" no es realmente el reconocimiento de los amargos frutos de la violencia, ni mucho menos una toma de conciencia del deterioro humano que produce en quienes la practican. Desgaste significa sencillamente pausa, giro y a comenzar por otro lado.
Pero, paradójicamente, la palabra "desgaste" tiene posibilidades de aclarar lo que en realidad pasa en el ejercicio de la violencia.
Sí, porque desgastados están quienes han construido la siguiente cadena: yo tengo autonomía plena; si algo no me parece bien, estoy siempre en lo correcto y tengo derecho a que me den la solución; la culpa de mis problemas la tienen otros; pero ellos no me harán caso alguno respecto de lo que necesito; por lo tanto, sólo me cabe agredirlos para encontrar respuesta a mis demandas.
Movilizados, indignados, discriminados, postergados. Pueden llamarse como quieran, pero en todos hay una triste posibilidad: convertirse en desgastados, en personas que no razonan ni quieren razones.
El dilema de fondo al que se enfrenta el país en los próximos meses -meses que podrían ser de violencia desgastadora- es si la mayoría de los chilenos sabrá reconocer su cara troglodita detrás de los maquillajes, o si ya es muy tarde y el verdadero desgaste, el de la razón, será definitivo.

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