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La ciudad de los hoteles vacíos


"El estilo de escritura es seco, sin mayores adornos, y el autor rara vez pierde tiempo en rodear el asunto. Es una narrativa directa y simple en su estructura, y eso le otorga también eficacia, rapidez y variedad. Porque los asuntos son variados, así como variados son los rostros de la marginalidad..."


Gonzalo Baeza nació en Houston, Texas; vivió muchos años en Chile, donde estudió periodismo; actualmente reside en Virginia. Esta recopilación de cuentos es su primer libro, que transita por temas ligados, de alguna manera, a tan escuetos datos biográficos: las historias están ambientadas en distintos pueblos -siempre pueblos, rara vez ciudades- del sur de Estados Unidos, y sus protagonistas suelen ser inmigrantes, centroamericanos, mexicanos o chilenos, da igual; lo que importa es su posición en un mapa geográfico y social tocado por la decadencia, la miseria y la precariedad. Baeza trabaja el tema del desarraigo con habilidad y sin exageraciones; algunos cierres forzados o repetitivos en algunos relatos no afectan su capacidad para desarrollar ficciones breves y desoladas, donde hay un permanente descalce entre la voluntad y la suerte: entre lo que alguna vez se soñó ser y los datos de una realidad con frecuencia brutal y despiadada. El desarraigo no termina nunca, parecen decir sus personajes, que no tocan tierra de verdad en ninguna parte. Varios cuentos concluyen con una partida intempestiva (y sus protagonistas son sospechosamente parecidos, tanto, en algunos casos, que con un poco más de hilos comunes la colección de cuentos habría sido una novela).

El estilo de escritura es seco, sin mayores adornos, y el autor rara vez pierde tiempo en rodear el asunto. Es una narrativa directa y simple en su estructura, y eso le otorga también eficacia, rapidez y variedad. Porque los asuntos son variados, así como variados son los rostros de la marginalidad, desde las ilegales peleas de perros hasta el caficheo, el robo de cables o el robo a secas. El paisaje es dolorosamente hostil ("en el horizonte interminablemente plano, solo un par de tallos cafés como dientes podridos se mantenían verticales en una pantomima de vitalidad prolongada a punta de fertilizantes") y la miseria es omnipresente.

Baeza podría haber cultivado con más conciencia los tópicos de la literatura de camino, pero, por fortuna, optó por soslayar, de algún modo, esa vía (más fácil) y discurrir por el borde, por las pequeñas tragedias que ocurren a la vera del camino entre casas rodantes, parajes arrasados por los huracanes y bares de camioneros que no prometen futuro, con cuentos que iluminan fugazmente escenas de vidas heridas no por grandes catástrofes, sino por la dureza de la vida cotidiana. 

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