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El inclasificable señor Caparrós

Si antes fueron los viajes o el cambio climático, ahora el tema del escritor argentino Martín Caparrós es el hambre. Así de amplio y así de nítido: el hambre en el mundo a partir de lugares donde la pobreza es implacable y de otros en que la abundancia es obscena. Su último libro se llama justamente así: El Hambre, y pronto será traducido y publicado en más de quince países. 




Toda codificación bibliográfica siempre es engañosa. Por lo general, no es más que un intento, una aproximación en pos del orden momentáneo. Y en el caso de los libros del argentino Martín Caparrós, cuyas historias, ya sea en la ficción o crónica, suelen transformarse en artefactos que tarde o temprano despuntarán en todas direcciones, la búsqueda del rótulo exacto siempre será una tarea perdida. 

Aunque quizás lo atractivo (y lo importante) está justamente allí: en la confirmación de que su trabajo narrativo sigue escapándose de las categorizaciones y del orden bibliotecológico que dicta el manual. Pasa con sus novelas (sobre todo en la última, Comí, en que un hombre debe limpiar su intestino durante tres días antes de un procedimiento médico) y más aún en su narrativa periodística, cuyo sello es la prosa del todo vale, sustentada en el rigor del reporteo, en la exposición e interpretación sensata de datos y en el desarrollo de ideas sólo capaces de configurarse cuando han sido muchos los kilómetros recorridos, muchos los años dedicados y, como se ha dicho de su trabajo, mucha su persistencia en el “incorrecto género de la vuelta al mundo”. 

Si antes lo hizo con Una luna (un libro de viajes sobre la cara menos feliz de los viajes: la inmigración forzada por distintas formas de violencia) y luego en Contra el cambio (movido por la sospecha de ciertas verdades poco comprobables sobre el cambio climático), ahora el tema de Caparrós es el hambre. Así de amplio y así de nítido: el hambre en el mundo a partir de lugares donde la pobreza es implacable, y de otros en que la abundancia es obscena. Y se gasta 610 páginas y más de dos años de trabajo para responder, hasta donde sus recursos le permiten, los cómo y los porqués de una palabra (una situación) que ha motivado todos los instintos del ser humano apenas éste abandona la placenta.

El libro se llama justamente así: El Hambre, con mayúscula, y pronto será traducido y publicado en más de quince países. 

“Ensayo sociológico”. Eso anuncia la ficha que clasifica la edición argentina que ya está en librerías nacionales. Habrá que ver qué pasa en otros lados.

-Al inicio usted declara que este proyecto comenzó en Níger. Y Níger también es parte de Contra el cambio, su investigación anterior. ¿Considera que son dos libros partes de un mismo eje?
-Sí, creo que Contra el cambio y El Hambre son, de algún modo, partes de un mismo proyecto de tratar de contar y entender ciertos problemas globales contemporáneos: en el primero era la amenaza ecológica y sus utilizaciones, en el segundo la mayor vergüenza de nuestro tiempo, la desnutrición de cientos de millones. Y ambos tienen estructuras semejantes: una combinación de historias de vidas y datos y análisis, un ensayo sostenido por relatos de situaciones registradas en muy distintos lugares del mundo. 

-Se lo pregunto, sobre todo, por la sensación de desconfianza y pesimismo que va marcando el relato, y sin embargo usted sigue, viaja, recorre y, entre otras reflexiones, dice que “el hambre fue muchas veces el punto de partida de revoluciones”. Y dice fue, en pasado.-Digo que fue porque es cierto que fue, pero eso no quiere decir que no vaya a seguir siéndolo. Quizá ya no en los países más ricos, donde la mayoría de las personas comen lo que necesitan, donde ahora las urgencias de la pobreza pueden ser otras. Pero en el libro también cuento cómo buena parte de los levantamientos de la Primavera Árabe de 2008 y 2009, por ejemplo, se originaron en el aumento del precio de los alimentos. Y los gobiernos y los grandes organismos internacionales tienen muy claro que millones de personas con hambre son una amenaza permanente; por eso intentan calmarlos con sus limosnas. 

-Antes usted publicó una novela llamada Comí. Allí hay fuertes reflexiones sobre la comida y la alimentación que funcionan como contrapunto a El Hambre. ¿Cómo fue el proceso de escritura considerando que entonces también estaba trabajando en este libro?

-No sé bien cuándo escribí Comí -nunca recuerdo del todo cuándo escribo los libros-,  pero me da la impresión de que ya la tenía casi terminada cuando me puse a trabajar en serio con El Hambre. Pero sí creo que son parte de una misma reflexión general sobre el lugar que ocupa la alimentación en nuestras vidas. En Comí me ocupo más de la cuestión individual, digamos de la comida y el cuerpo; en El Hambre, más de la cuestión social, la comida y la historia. O algo así.



EL TRUCO Y LA TRAMPA
Hay un momento, pasado el primer tercio de El Hambre, en que asoma la siguiente reflexión: “Ahora dar de comer a los hambrientos sólo depende de la voluntad. Si hay gente que no come suficiente -si hay gente que se enferma de hambre, que se muere de hambre- es porque los que tienen comida no quieren dársela: los que tenemos comida no queremos dársela. El mundo produce más comida que la que necesitan sus habitantes; todos sabemos quiénes no tienen suficiente; mandarles lo que necesitan puede ser cuestión de horas. Esto es lo que hace que el hambre actual sea, de algún modo, más brutal, más horrible que el de hace cien años o mil años”.

Si hay un elemento distintivo en el trabajo periodístico de Caparrós (y de su trayectoria de más de treinta años), es que siempre está y nunca se esconde, pero tampoco se cruza por la cámara. La voz del narrador asoma mediante ideas y en su convicción de que la crónica siempre es política, de que siempre es un intento por rebelarse al orden oficial de la información desinfectada, envasada y seriada.

Y así como hay cronistas cuya especialidad es su metro cuadrado y tienen ojos nada más que para el color local, en su caso el impulso hacia el viaje es una constante. Caparrós tiene formación de historiador y aquello se hace evidente en su empeño (justificado, necesario) por lograr un grado de universalidad importante, y donde la mirada (a veces un adjetivo, una subversión en el fraseo) aporta el condimento. Así lo ha explicado varias veces: 

“El truco ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo, con trampa. Pero la subjetividad es ineludible, siempre está”.

-En El Hambre las cifras, las estadísticas, las estimaciones y los datos duros son apabullantes, pero no se comen el relato. Tengo la idea de que en sus libros, los números y porcentajes ayudan, pero no mandan.
-Yo creo mucho en la elocuencia de las cifras, aunque sé que mucha gente es “analfabeta numérica”, no sabe leerlas, las lee y no las entiende del todo. Aun así -y sabiendo que las cifras son muy manipulables-, me parece importante incluir ese tipo de datos en mis ensayos. Toda la artesanía consiste en saber cómo fundirlos con el resto del relato, ¿no?, de forma que se expliquen unos a otros, se den sentido mutuamente.

-La escritura de la crónica tiene mucho de adrenalina. ¿Cómo mantuvo ese ímpetu durante dos o tres años para este libro? 
-Supongo que no mantuve ese ímpetu todo el tiempo; lo que pasa es que lo escrito es el producto de esos momentos en que sí. De los otros, por suerte, no queda testimonio.

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