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Los muros de la ciudad


Sebastián Gray
Diario El Mercurio, VD
Sábado 21 de febrero de 2015

La integridad y el destino de las ciudades depende siempre de la calidad de sus límites...‏






Toda ciudad nació amurallada. 

En ese prodigioso salto evolutivo de la civilización, 
desde los albores de una población dispersa o nómade, 
precariamente asociada, hasta la organización gregaria y solidaria, 
configurada espacialmente para albergar estructuras sociales complejas, 
mejores condiciones de vida y potencial de desarrollo económico, 
la historia de las ciudades precede largamente la historia de las naciones.

Las ciudades fueron enclaves autónomos, 
siempre sujetas a las amenazas del mundo exterior, 
atentas a la defensa de su propia identidad. 

Ya sea guarecida por obstáculos geográficos 
o sólidas fortificaciones, 
la integridad y el destino de las ciudades 
dependieron siempre de la calidad de sus límites. 

También el imaginario urbano se configuraba 
a partir del trazado de este encierro voluntario: 
las puertas de la ciudad, que correspondían 
a las rutas comerciales del mundo exterior, 
lo hacían también al umbral entre la civilización y la barbarie, 
y en torno a ellas la ciudad bullía y soñaba. 

En muchos casos, ese carácter atávico 
de microcosmos perfectamente configurado, 
intacto hasta hace pocos siglos, 
se preserva subliminalmente hasta hoy, 
y es así que muchas antiguas ciudades gozan 
de una identidad propia tan potente 
que definen, literalmente, 
el carácter del país al que pertenecen.

En la medida en que se hicieron más ricas y pobladas, 
las ciudades amuralladas también debieron crecer. 

La empresa urbana del Renacimiento 
fue la sucesiva demolición de muros y guarniciones 
para levantar un nuevo perímetro, cada vez más extenso, 
incorporando los barrios que se desarrollaban afuera 
como resultado de un desborde incontenible. 

Estos asentamientos habían albergado 
todo aquello que la ciudad no deseaba 
dentro de su perímetro formal: 
ahí estaban, en el límite de la campiña, 
los hospicios, cementerios, prostíbulos, 
incipientes industrias, basurales; 
también conventos y monasterios. 

Es fascinante estudiar las plantas 
de ciudades medievales europeas o islámicas, 
así como las de algunas americanas coloniales, 
en que se distingue con claridad 
el trazado de los sucesivos perímetros. 

Demolidos los muros 
aparece normalmente una calle en su remplazo 
que vincula dos trazados distintos, el interior y el exterior, 
siendo las vías asociadas a las antiguas puertas 
-las rutas del comercio- las únicas continuidades visibles. 

Así, los sucesivos anillos establecen naturalmente 
el ordenamiento social y simbólico de la ciudad 
y dan cuenta, también en su trazado 
y estilo edificatorio, de su evolución en la historia.

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