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“Doctor Mengele, se le necesita en Maternidad…”

FERNANDO VILLEGAS, 
embarazo 2



Del chicoteo a los desenfrenados caballos galopando con la reforma educacional en el lomo y cuya carrera desbocada podría terminar en un viscoso pantano de irrecuperable mediocridad, convertida hoy en artículo de fe igualitario; del apuro no menos frenético por la reforma tributaria, la cual aún no la entienden ni siquiera los tributaristas más experimentados; de la defenestración del binominal y su reemplazo por un sistema hecho, en buena parte, a la medida del cuerpo de la NM; de las incontables revoluciones en miniatura ejercitadas en cada departamento del Estado hasta por el más oscuro jefe -o mas bien, en estos días, jefa- que quiere hacer gala de su espíritu revolucionario cambiando los escobillones por escobas, en fin, de todo eso y mucho más estamos pasando con igual urgencia, porque cuatro años no son nada, a la ley de aborto, iniciativa propulsada con insistencia por la Primera Madre de la República y los sectores más avanzados del progresismo,entre ellos señoras del feminismo-leninismo que declaran enfáticamente ser dueñas de su cuerpo y por lo mismo se consideran también propietarias de lo que germine en su interior.
Dado lo impolítico que resultaría presentar desnudamente el propósito final de los iluminados, a saber, convertir la gestación en asunto de preferencia puramente personal que no compete a la sociedad, mucho menos a la Iglesia, se ha recurrido por ahora a argumentos cuyo envoltorio suena muy plausible: riesgo vital de la madre, violación, inviabilidad del feto. Son razones que sin duda ofrecen una auréola de legitimación. ¿Quién sería capaz de insistir en mantener la gestación si se dice que la madre va a fallecer como consecuencia? Y sin embargo AUN SI dichas razones son tan poderosas como suenan, lo que examinaremos más adelante, a fin de cuentas la interrupción “à la carte” del embarazo sigue siendo un acto irremediable que por pasos sucesivos puede llevar -y ha llevado a otras naciones- al suicidio demográfico.
En el fondo… 
En el fondo, de eso trata este tema. No es simplemente una cuestión médica, terapéutica y legal, un “derecho” más para disfrute de las ciudadanas empoderadas; el meollo del asunto es si, conforme al talante de la mirada liberal moderna, se privilegian a todo evento las decisiones individuales de las mujeres embarazadas -aunque por el momento en el proyecto de ley haya condiciones- o se pone en primer lugar el interés de la comunidad evitando toda ley, disposición e institución que pueda debilitarlo. Dicho en blanco y negro: o se arrebata del escrutinio público el tema de la reproducción y se traspasa sólo a la madre, o, al contrario, se considera la maternidad como de interés nacional por excelencia. Es un dilema casi metafísico, un problema de supervivencia demográfica y por tanto un tema político, no simplemente jurídico, ideológico o “valórico”.
Hay otro elemento que también está en el fondo de este negocio hoy en discusión como si fuese como cualquier otro proyecto, pero al cual se prefiere no mirar derechamente: la interrupción del embarazo, en especial si supera los dos meses, es un acto de exterminio. Exterminio es la palabra. Pasado cierto momento ya no se trata de un embrión donde sólo hay una masa de células que difícilmente puede considerarse como persona titular de derechos; pasado cierto momento se destruye un ser con un corazón que late y un sistema nervioso en formación; a eso se está dispuesto a convertirlo en un montón de basura orgánica arrojada a un incinerador junto con las gasas sucias y las vendas manchadas.
Para aquilatar la enormidad de ese acto no es necesario creer que dicha criatura es receptáculo de un alma -la existencia del “alma” es un ar- tículo de fe que no compete ni a la sociedad civil ni a la ciencia- ni tampoco que ya presenta rasgos humanos definitivos en su forma y en sus capacidades. Por lo demás, ¿cuándo los presenta o está por presentarlos? ¿Cuándo acaba la fase puramente celular? ¿Cuándo es el fin del principio? ¿Cuándo se desecha un huevo informe o a un ser humano en formación?
Las razones 
Por eso las razones que justificarían el aborto requieren mucho más examen. Lo del “riesgo vital” es cosa imprecisa si no se define con la mayor contundencia médica, así como su grado y autenticidad. ¿Y quién lo haría? ¿Sólo el médico tratante? Si de riesgo en general se trata, lo hay hasta en una extracción de muelas. Dicho así, sin precisiones, el riesgo de la madre no es más sustantivo que el del paciente en el sillón del dentista. De hecho en sí mismo el concepto de “riesgo” no es suficiente; sólo implica una probabilidad de que algo suceda. ¿Basta eso? ¿Y cuánta probabilidad es el umbral? ¿90%? ¿15%? Y podríamos decir más: ¿Sobre qué base moral o ética la vida de la madre vale más, a priori, que la de la criatura en su seno? ¿Por qué el deseo de preservarla es más sagrado que el dar a luz a una nueva vida?
Preguntarse esas cosas es duro, pero es necesario hacerlo. Y además, recordar. Recordar, por ejemplo, que cuando un barco naufraga todos aceptan la orden “las mujeres y los niños primero” para ocupar los botes salvavidas; se la entiende como una ley absoluta que debe respetarse, salvo se sea un despreciable cobarde. Y entonces quizás podría decirse -o al menos discutirse esa posibilidad- de que en el embarazo “la criatura es primero”. En el caso del naufragio la legitimidad de esa regla deriva del hecho de priorizarse la supervivencia de la especie, de lo cual son actores primarios las mujeres y los niños, no los hombres; tal vez podría argumentarse “los niños primero” en el segundo caso.
La violación, por su parte, siendo un acto terrible que merecería la más dura de las penas -no el fusilamiento; los mismos que apoyan la ley de aborto suelen, paradójicamente, horrorizarse ante la pena de muerte- no se entiende por qué ha de compensarse su daño extinguiendo la vida de la entidad que se haya procreado. Es aceptable y comprensible que la mujer violada deteste la situación que vivió y aun, en algún caso, deteste lo que crece en su interior, pero, ¿es esa base subjetiva suficiente como para legitimar un aborto? ¿Es el descontento, rabia u horror de la eventual madre criterio de sobra para detener una gestación?
Entiéndase bien el punto; si tal cosa se lleva a cabo de inmediato no se estará haciendo nada más allá de cortar el desarrollo de un embrión informe. No es una vida humana, en ese caso, la que está en juego. El punto no es ese, sino el dar el paso gigantesco de convertir la subjetividad, por comprensible que sea, en base suficiente para tomar esa clase de determinaciones. La subjetividad de la humillación, de la rabia, del disgusto. Aceptada esa base, ¿por qué no también aceptar el aborto con que sólo la mujer diga que en realidad no quería dar a luz, que fue poseída mientras estaba borracha y no quiere al eventual padre, etc.?
Suicidio 
En Europa ya se hizo esta discusión y el resultado fue, por grados paulatinos, crear una situación como la de España, donde la tasa de natalidad es mucho menor que la mínima necesaria para mantener estable la población. Insisto en lo de los grados; hay iniciativas que en su primer paso tienen todos los rasgos de lo razonable y hasta necesario, pero que inevitablemente despejan la pista para los siguientes, ya no necesarios sino voluntarios, ya no útiles sino eventualmente destructivos. Las inercias demográficas son tremendas. Iniciado un proceso, este es casi imparable. Europa entera se despuebla hoy de sus habitantes y etnias originarias y se ve obligada a “importarlas” en masa de Africa, Asia o América. Ya sabemos cuáles son los resultados. Si no nos importa, si nuestra idea de lo mejor para la humanidad es la mezcla total de pueblos o, tal vez que lo mejor sería la extinción de la raza humana, dígase derechamente.

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